LA Y LA
Me incorporé de golpe en la cama, con la respiración entrecortada y una mano apretada contra el pecho, como si pudiera calmar con ese gesto el peso que me oprimía. Hacía tiempo que no tenía pesadilla. Mucho más desde que había dejado de depender de esas pequeñas pastillas que me adormecían el alma, pero esta noche fue distinto. Micaela había vuelto a mi mente hablándome como cuando estábamos en la clínica.
Me levanté, arrastrando los pies por la habitación en penumbras, y bajé a la cocina en busca de un vaso de agua. Pensaba que el frescor del líquido me ayudaría a despejar los pensamientos que martillaban en mi cabeza.
El primer sorbo descendió por mi garganta calmándome, aunque no lo suficiente para apaciguar del todo el temblor en mis manos. Apoyé el vaso sobre el fregadero, observando mi reflejo distorsionado en la ventana. Hacía meses que no soñaba con ella. No desde aquella noche en la que todo en mí se quebró y estuve dispuesta a terminar con todo. Tres días después, abrí los ojos en la habitación fría de un hospital, con las luces blancas ardiendo sobre mí y Esther sentada a mi lado, dispuesta a arrastrarme de regreso a San Francisco, aunque yo me resistiera a regresar a cualquier parte.
El doctor me recetó algo más fuerte esa vez. Algo que me mantuviera a flote sin necesidad de esas otras pastillas a las que me había aferrado mucho tiempo. Y, hasta hoy, no había vuelto a necesitarlas.
Apagué la luz de la cocina y me dispuse a volver a mi habitación, cuando el llanto suave, pero insistente, de Chloe se coló por el pasillo. Me detuve un instante, escuchando. Luego caminé en dirección a su habitación, con la respiración contenida.
Empujé la puerta apenas unos centímetros, lo suficiente para asomarme. La oscuridad apenas dejaba ver las siluetas, pero allí estaba Esther, sentada en la mecedora, con Chloe en brazos. La niña se removía inquieta, las mejillas húmedas, mientras sollozaba contra el pecho de Esther, que parecía inmóvil.
Fruncí el ceño al darme cuenta de que no se movía en absoluto. Abrí la puerta por completo y avancé despacio, deteniéndome frente a ella. La observé por un momento, hasta que noté que sus ojos estaban cerrados y su respiración era pausada. Se había quedado dormida.
—Esther —murmuré, tocando suavemente su hombro para sacarla de aquel sueño ligero.
Ella abrió los ojos lentamente, desorientada, y ajustó con torpeza a Chloe en sus brazos.
Esther—volví a llamarla abrió los ojos y se acomodó a Chloe.
—Layla... ¿Qué haces aquí? —preguntó, todavía con la voz pesada por el sueño.
—baje a la cocina por un vaso de agua y cuando estaba regresando a mi habitación escuché a Chloe llorar creí que estaba sola.y te contre aquí dormida.
Me crucé de brazos, intentando que no notara el temblor que aún recorría mi cuerpo.
—Bajé por un vaso de agua. Cuando volvía a mi habitación, escuché a Chloe llorar… Pensé que estaba sola, pero te encontré aquí, dormida —le expliqué, bajando la mirada hacia la niña que seguía sollozando en sus brazos.
Esther desvió la mirada hacia Chloe y la acunó con más fuerza, como si el simple contacto pudiera disipar su malestar.
—No sé qué le dio la niñera de comer hoy, pero parece que le ha caído mal. Se retuerce de dolor y está agotada de no poder dormir.
El cansancio pesaba en su voz tanto como en sus hombros. Las ojeras bajo sus ojos eran más profundas bajo la tenue luz de la habitación.
—Tú también te ves agotada —murmuré, cruzándome de brazos.
—El evento de la compañía me dejó exhausta —admitió, dejando escapar un suspiro.
Lo recordé entonces. Esther había estado a cargo del banquete del evento de lanzamiento del nuevo modelo de la empresa, ahora liderada por mi hermano y Osiel. Un evento al que no pude asistir por mi trabajo, aunque, si soy honesta, tampoco lo habría hecho por voluntad propia.
—Si quieres, puedo quedarme con Chloe un rato. Ve a descansar.
Esther me miró con sorpresa, como si la idea de delegar aquella responsabilidad fuera impensable. Luego, con un atisbo de duda, negó con la cabeza.
—No. Si tu madre se entera, se enfurecerá conmigo.
Rodé los ojos.
—Y quién dice que tiene que enterarse. No tengo experiencia cuidando niños, pero no creo que sea tan difícil.
Ella presionó los labios en una fina línea, titubeando. Miró a Chloe y luego a mí, sopesando sus opciones.
—Estará bien —concedió al fin, aunque su tono dejaba claro que no estaba del todo convencida—, pero no me iré a dormir. Iré a la cocina a prepararle algo para el dolor.
Asentí sin discutir más. Esther se levantó con cuidado y, con un gesto vacilante, me pasó a Chloe entre los brazos. La niña gimoteó al principio, removiéndose inquieta, pero en cuanto me senté en la mecedora y comencé a balancearnos con suavidad, su cuerpecito se relajó contra el mío.
El llanto se apagó poco a poco, convirtiéndose en un suave resuello. Su pequeña mano se aferró a mi blusa, buscando refugio incluso en sueños.
Me quedé inmóvil, observándola, sintiendo el ritmo pausado de su respiración. Tal vez solo necesitaba eso. El vaivén tranquilo, el calor de alguien sosteniéndola.