La Promesa

ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 38

LAYLA

Las manos me sudaban y las piernas me temblaban. No sabía si el día había conspirado en mi contra o a mi favor, pero el clima parecía el reflejo exacto de lo que sentía. El cielo estaba apagado, cubierto de nubes pesadas, como si también presintiera lo que estaba a punto de suceder. Como si entendiera que esta noche cambiaría todo.

Terminé de preparar la cena con movimientos torpes, sintiendo la tensión en cada músculo de mi cuerpo. Luego me obligué a darme una ducha rápida, con la esperanza de que el agua tibia disipara un poco la ansiedad. No funcionó. Al menos la ropa cómoda que elegí me ayudó a sentirme menos atrapada en mis propios pensamientos.

Amanda había insistido en que, pasara lo que pasara hoy, estaba tomando la mejor decisión. Y en el fondo lo sabía. No podía seguir haciéndole daño a Chase, alimentando la mentira de que lo amaba. Tampoco podía seguir traicionándome a mí misma, fingiendo que esto era lo que realmente quería.

Suspiré cuando terminé de poner la mesa. Mis manos temblaban al acomodar los cubiertos, como si con cada pequeño detalle estuviera preparando el escenario para una despedida.

Un sonido seco resonó en la puerta y mi corazón dio un vuelco.

Cerré los ojos un instante, respirando hondo, y me obligué a sonreír antes de girar el pomo.

—Hola, cariño.

La voz de Chase llegó con la calidez de siempre, junto con el roce de sus labios en mi mejilla. Entró con naturalidad y dejó su paraguas en la entrada. Solo entonces noté que su ropa tenía algunas manchas oscuras.

—¿Está lloviendo? —pregunté, sorprendida.

Él se sacudió la chaqueta con un gesto cansado.

—Y bastante. ¿No te diste cuenta?

Negué, sintiéndome repentinamente avergonzada.

—No... Estaba distraída.

Él sonrió con ternura, ajeno a la tormenta que se avecinaba dentro de esta casa. Dentro de mí.

Chase dejó escapar un suspiro y se frotó las manos para entrar en calor. Su cabello estaba húmedo, con algunas gotas resbalando por sus sienas, y la luz cálida del comedor le daba a su piel un brillo suave. Se veía como siempre: cómodo, familiar… seguro. Y eso solo hacía que mi pecho se sintiera más pesado.

—Huele delicioso —comentó mientras se acercaba a la mesa—. ¿Qué preparaste?

—Tu favorito —respondí, obligándome a mantener la voz estable.

Sus ojos se iluminaron por un instante.

—¿En serio? Vaya, ahora empiezo a preocuparme. ¿Pasa algo?

Traté de reírme, pero sonó forzado. Claro que me conocía. Claro que notaría que algo estaba fuera de lugar.

—Solo quería que tuviéramos una cena tranquila —murmuré, girándome hacia la cocina para servir la comida y ocultar la culpa que se reflejaba en mi rostro.

Los minutos pasaron con una calma tensa. Chase hablaba sobre su día, sobre lo agotadoras que habían sido sus reuniones, sobre lo mucho que había querido llegar a casa y verme. Yo asentía, fingía que lo escuchaba, respondía con frases cortas. Pero mi mente no estaba ahí.

Estaba en lo que debía decirle.

En cómo rompería su corazón esta noche.

Finalmente, cuando sus manos buscaron las mías sobre la mesa, sentí que el aire me faltaba. No podía seguir postergándolo.

Me armé de valor y aparté mis dedos con suavidad.

—Chase… hay algo que necesito decirte.

Él inclinó la cabeza ligeramente, su mirada cálida y expectante.

—No sé qué es, cariño, pero ahora mismo solo quiero disfrutar de este momento contigo.

Su voz era tranquila, casi un susurro. Se levantó de su silla con una naturalidad que me tomó por sorpresa y, antes de que pudiera reaccionar, me ayudó a ponerme de pie frente a él. Sus manos se deslizaron por mis brazos, sosteniéndome con la misma delicadeza con la que alguien sostiene algo frágil y valioso.

—Te quiero, Layla —continuó, con una intensidad que hizo que el corazón me martillara en el pecho—. Sé que debería haber planeado esto mejor, haberlo hecho de otra manera, pero…

Mi mente empezó a dar vueltas, un presentimiento oscuro enredándose en mis pensamientos como un vendaval.

Entonces, sin soltarme, Chase se llevó una mano al bolsillo.

No.

No, por favor, no.

Cuando dobló una rodilla frente a mí, el mundo pareció detenerse.

El aire se congeló en mis pulmones.

—Me harías el hombre más feliz del universo si aceptas casarte conmigo —susurró con una sonrisa que le iluminó el rostro—. ¿Qué dices, Layla? ¿Quieres convertirte en mi esposa?

El anillo brilló bajo la tenue luz del comedor, un reflejo dorado que me pareció un cruel recordatorio de lo que estaba a punto de suceder.

No respondí. No podía.

Porque esto no debía estar pasando.

Pero, de algún modo, sin siquiera darme cuenta, mi cabeza se movió.



#17080 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 16.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.