La Promesa

ᴇᴘɪ́ʟᴏɢᴏ

LAYLA

ᴜɴ ᴀɴ̃ᴏ ᴅᴇsᴘᴜᴇ́s...

—¡No, no, no! ¡Eso va al centro de mesa, Amanda! —reí, atrapando justo a tiempo la flor de azúcar que mi amiga ya se llevaba a la boca.

Amanda me miró con una expresión entre culpable y encantadora, frunciendo los labios en un puchero que no funcionaba tan bien como pensaba.

—Pero parecen bombones...

Suspiré con una sonrisa. Las flores eran tan realistas que cualquiera caería en la tentación, incluso ella, que había prometido "solo mirar".

Estábamos en el jardín trasero de casa, rodeadas de cajas abiertas, listones dorados, muestrarios de tela, pruebas de pastel y copas desordenadas en una mesa larga. Todo era un caos dulce y colorido, el tipo de desastre que solo una boda inminente podía justificar. El sol de media mañana se filtraba entre los árboles y el aire olía a jazmín, café recién hecho.

Esther supervisaba con eficiencia los colores de los manteles, comparándolos bajo la luz natural con un ojo crítico. Más allá, Vianney hojeaba una revista nupcial mientras se abanicaba con pereza, con las piernas cruzadas tratando de convencerme de que usara zapatos bajos.

—Te lo juro, Layla. Ni se te ocurra ponerte tacones con esa panzota —comentó sin apartar los ojos de la página—. Mira que si te resbalas y terminas pariendo en medio del altar...

—¡Ni digas eso! —le respondí entre risas, sobándome la barriga con cariño—. A este bebé todavía le falta, según el médico.

—¿Y tú te crees eso? Con lo inquieto que se mueve, seguro quiere salir antes a conocer el mundo.

A unos metros de nosotras, Chloe corría por el césped con un tutú rosa y una diadema de flores mal puesta en la cabeza. Gritaba de alegría mientras huía de Albert Junior, que con sus pasos torpes intentaba alcanzarla. Detrás de ellos, Osiel fingía ser un monstruo come galletas, gruñendo en voz baja y haciéndolos gritar entre risas. Chloe se le lanzó encima en cuanto la atrapó, con una carcajada sonora: “¡Papá, papá, me atrapaste!”

Grover, que estaba sentado en la terraza revisando unos papeles, se levantó justo a tiempo para atrapar al pequeño Albert antes de que cayera sobre Osiel. El niño lo miró confundido un instante, como si se diera cuenta de que no era el mismo que quería atrapar. Sus bracitos se estiraron en dirección a Osiel nuevamente.

Grover lo sostuvo con cuidado, pero en su rostro se notaba una punzada de celos, oculta tras una sonrisa. Era evidente que le dolía que su hijo buscara más a su tío para jugar. Por más que lo intentaba, Albert Jr. prefería a Osiel, como si entre ellos hubiera una conexión natural que a veces lo desplazaba.

Vianney, al notarlo, le dio un golpecito cómplice en el hombro.

—Déjalo. Los niños sienten el alma ligera de quienes saben jugar sin reservas —le dijo en voz baja, con una ternura poco habitual en ella.

Grover la miró de reojo, como si esa frase hubiera calado más hondo de lo que admitiría.

—A veces siento que... que no sé si estoy siendo un buen padre —confesó, tan bajo que apenas lo escuché.

Vianney suspiró. Su mirada se posó en Albert Jr., ahora de nuevo corriendo en círculos, y luego volvió a él.

—Lo estás haciendo bien. Solo necesitas más tiempo con él... y menos miedo.

Yo apenas alcanzaba a verlos mientras el mundo a mi alrededor comenzaba a reducirse. Una presión súbita me recorrió el vientre. Como una ola que empuja desde el fondo del mar. Me quedé inmóvil, llevándome ambas manos a la barriga.

—¿Estás bien? —preguntó Esther al notar mi expresión.

—Sí, creo que sí, solo fue... —me detuve en seco. Un calor tibio me bajó por las piernas—. Ay, no…

Amanda soltó un gritito.

—¿Te hiciste pipí?

—No... —levanté la vista, con los ojos muy abiertos—. ¡Se me acaba de romper la fuente!

El caos estalló.

Amanda comenzó a correr en círculos buscando las llaves del coche como si el bebé fuera a salir en los siguientes cinco segundos. Vianney sacó su bolso del fondo de la silla con una rapidez olímpica, mientras Esther, la más serena, ya tenía el teléfono en la mano.

—¡Amor! ¡Nos vamos al hospital! ¡EL BEBÉ YA VIENE!

Osiel se quedó petrificado un segundo antes de reaccionar. Dejó a Chloe en brazos de mi hermano, casi tropezando, y corrió hacia mí con cara de susto y emoción al mismo tiempo.

—¿Ya...? ¿¡Tan pronto!?

—Tú y tus genes impacientes —le dije con una sonrisa dolorida mientras una contracción me dejaba sin aliento.

—¡Vamos, vamos! —gritó Amanda desde el coche—. ¡La novia va a dar a luz antes de llegar al altar!

Y mientras me ayudaban a subir al auto, entre risas nerviosas y dolor, sentí cómo se mezclaban todos los sentimientos posibles en un solo instante. El miedo. El amor. La vida siempre encontraba la forma de sorprendernos... y este bebé, nuestro bebé, no podía esperar a ser parte de nuestra historia.

Las luces blancas del hospital parecían más brillantes que nunca. El monitor marcaba un ritmo acelerado, sincronizado con mi respiración entrecortada. Osiel no dejaba de apretarme la mano, sus ojos fijos en los míos, dándome fuerzas con una mezcla de nervios y amor desbordado.



#2557 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 16.04.2025

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