La Promesa

ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ ᴇxᴛʀᴀ

LAYLA

ɴᴏᴄʜᴇ ᴅᴇ ᴘᴇʟɪ́ᴄᴜʟᴀ.

—¿Dónde está la mantequilla? —preguntó Osiel, abriendo el microondas como si fuera la despensa.

—Eso es un microondas, amor. No es Narnia —respondí desde la sala, ya acomodando las cobijas sobre el sofá.

Escuché su risa desde la cocina y luego el suave “pop, pop, pop” de las palomitas. En el piso, Chloe terminaba de acomodar los cojines con una perfección casi obsesiva para su edad.

—Mamá, este tiene que ir aquí, si no la luz del televisor me molesta.

—Claro, mi amor, tú mandas.

Gael balbuceaba sin parar en su lenguaje de bebé mientras cargaba un muñeco de dinosaurio casi más grande que él. Llevaba un mameluco azul marino con dibujos de estrellas, el cabello despeinado y los cachetes rosados de tanto jugar durante el día.

Osiel llegó con el bol de palomitas en una mano y dos vasos de chocolate caliente en la otra.

—Listo. Todo está bajo control.

—Eso lo dirás tú —bromeé, señalando a Gael que ya había metido la mano en las palomitas y se las estaba restregando por el pijama como si fuera parte de un ritual.

Nos reímos todos. La sala estaba tenuemente iluminada por las lucecitas cálidas que rodeaban los marcos de fotos en la pared. Guirnaldas doradas colgaban del mueble, obra de Chloe y Esther la semana anterior, una tarde en la que la nostalgia por la Navidad se les adelantó en pleno otoño. Afuera, la noche reposaba en silencio, como si el mundo respetara nuestra intimidad. Desde que Osiel había vendido su departamento y sus padres nos regalaron esta casa, las noches sabían distinto: más nuestras.

—¿Qué película veremos hoy? —preguntó Osiel, dejando el control en manos de Chloe.

—¡La del perrito que vuela! —gritó ella, emocionada.

—¿Otra vez? —resopló, pero sonrió resignado—. Está bien, el perrito que vuela.

Me acurruqué a su lado en el sofá, sintiendo cómo su brazo se extendía con naturalidad para envolverme, Chloe se acurrucó a mi lado, y Gael trepó sobre el pecho de su papá como si fuera su lugar favorito del mundo.

Cuando la película empezó, todos estábamos en silencio. No porque fuera particularmente buena, sino porque en ese instante... todo era perfecto.

El olor a mantequilla recién derretida. La risa contenida de Chloe en las escenas absurdas. Las manitas de Gael acariciando la cara de su papá con torpeza, jugando con su barba incipiente. La manera en que Osiel rozaba mi brazo con las yemas de los dedos, sin prisa, como quien dibuja recuerdos.

Apoyé mi cabeza sobre su hombro, sintiendo su respiración acompasada, su presencia sólida. Cerré los ojos un instante, como si pudiera guardar ese momento en una cajita de cristal para siempre.

—¿Sabes qué pienso? —murmuró él en voz baja, con los labios apenas rozando mi frente.

—¿Qué?

—Que me costó llegar a ti. A esto. Pero lo haría mil veces más, si el final es este.

Suspiré. Me incliné un poco y lo besé, despacio, con ese tipo de ternura que no se improvisa. Un beso que hablaba de años, de batallas, de heridas que aprendimos a coser juntos. Sus labios se entreabrieron ligeramente, buscando los míos con más hambre de la que esperaba. Su mano me sostuvo la nuca con delicadeza y nuestras respiraciones se mezclaron como una promesa silenciosa.

—¡Ew! ¡Otra vez! ¡Ya dejen de besarse! —se quejó Chloe, tapándose los ojos con ambas manos, aunque dejaba un huequito entre los dedos para seguir mirando.

Nos reímos, apenas separándonos.

—Está bien, está bien —murmuré, riendo bajito contra el cuello de Osiel—. Controlaremos nuestras muestras de afecto frente a la princesita.

Pero antes de que pudiera moverme, unas manitas pequeñas y regordetas se interpusieron con firmeza entre nosotros.

Gael, con la seriedad de un comandante celoso, comenzó a empujar a su papá hacia un lado con sus diminutos brazos.

—¡No! ¡Mía, mía! —protestó con su vocecita decidida, mientras hacía su mayor esfuerzo por separarnos.

Osiel levantó las manos como en señal de rendición, sonriendo divertido.

—Bueno, bueno, me rindo. Mamá es tuya.

Gael no perdió tiempo. En cuanto tuvo el campo libre, se abalanzó sobre mí con una determinación feroz. Comenzó a cubrir mi rostro de besos húmedos, ruidosos, torpes, dejándome completamente bañada en baba y risas.

—¡Mía! —repetía con cada beso que plantaba, sujetándome con sus bracitos como si pudiera fundirse conmigo.

—¡Ay, Gael! ¡Cuanto amor ! —grité entre carcajadas, intentando limpiarme la cara mientras lo abrazaba con fuerza.

Chloe rodó los ojos, aunque se le escapaba una sonrisa cómplice.

—¿Pueden ver la película sin tanto escándalo, por favor?

Osiel se inclinó hacia ella y le revolvió el cabello.

—Ay, princesa. Algún día te va a pasar lo mismo. Y ahí estaremos nosotros para gritarte “¡qué asco!” desde el sofá.



#3764 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 16.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.