La promesa bajo la luz de la luna

Capitulo 4: Imposible

En cuanto llegamos, nos encontramos con hombres mayores de más de treinta años, disfrutando de una comida animada, llenos de risas y charlas despreocupadas. La atmósfera era festiva, hasta que Nicolás, con un aire de desafío, sacó una pistola de su cinturón. Sin previo aviso, disparó al techo, y el estruendo resonó en la habitación como un trueno inesperado. Al instante, el bullicio se extinguió; el aire se volvió denso y tenso, y todos los presentes quedaron en silencio, mirándolo con una mezcla de sorpresa y temor. La risa se convirtió en un murmullo inquieto, y las miradas se cruzaron, preguntándose qué seguiría en esta noche que había comenzado con tanto alivio.

—¡Atención, bastardos! Ella es Amaris, se quedará con nosotros a partir de ahora.

Las palabras del líder provocaron escepticismo entre los presentes. ¿Podía llamarse realmente líder? El verdadero líder era el príncipe Balder. Nicolás, en cambio, era solo un humo, una distracción para los demás. Los miembros del gremio, bajo el mando de Balder, ignoraban que él era el auténtico líder, excepto Nicolás, quien conocía la verdad.

—Oiga, ¿acaso se le salió un tornillo? Este lugar no es apto para una guardería. —dijo el Sujeto 1, con una mueca de incredulidad.

—¿¡Crees que no lo sé, idiota!? —respondió Nicolás, visiblemente molesto. La culpa recaía sobre el pequeño príncipe, quien había malinterpretado su acción, generando un caos innecesario.

—No me diga, ¿acaso es su hija perdida? —preguntó el Sujeto 1, con una mezcla de curiosidad y escepticismo

. —No creo. El jefe es bastante feo, a menos que haya heredado la belleza de la madre.

Comentó el Sujeto 2, soltando una risa burlona. Nicolás frunció el ceño, sintiendo una punzada de irritación ante los comentarios de aquel hombre aterrador

. —Ni siquiera me he casado, idiota —replicó, tratando de mantener la calma.

—¿Entonces? —insistió el Sujeto 2, con un tono desafiante.

<< ¡Maldito príncipe! Bueno, al menos puedo negar esto. >>

—Ella solo es hija de un viejo conocido, que falleció. No tiene a nadie. Por eso decidí hacerme cargo de ella. Explicó Nicolás, intentando que su voz sonara firme, a pesar de la incomodidad que sentía.

—¿Seguro que no la secuestró?

Preguntó el Sujeto 1, mirándolo de manera sospechosa, como si estuviera observando a un horrendo criminal.

—¿Tengo cara de un enfermo mental? —respondió Nicolás, tratando de defenderse.

—Sí —intervino el Sujeto 2, sin titubear.

<< Ni siquiera titubea en responder, y eso que soy su jefe. Increíble, hoy en día ya no hay respeto por su propio jefe. >>

—En fin, la niña se quedará con nosotros.

Declaró Nicolás, intentando imponer su autoridad. Los demás simplemente se miraron entre sí y se encogieron de hombros. La mayoría no le dio importancia a la situación, suponiendo que era solo una de esas decisiones pasajeras de su jefe, una persona conocida por cambiar de parecer con frecuencia.

.—Sígueme.

Nicolás guió a Amaris hacia las habitaciones donde descansaban los miembros del gremio. Se detuvo frente a una puerta de madera, que estaba en mejor estado en comparación con las anteriores.

—Abre, soy yo. Me acaban de informar que acabas de llegar.

No tardó mucho en que la puerta se abriera. Al hacerlo, apareció una mujer de cabello corto castaño oscuro y piel morena, quien frunció el ceño al verlo.

—Sabes bien que no me gusta que me molesten en mi hora de sueño.

Dijo, con un tono de reproche. Su expresión de sorpresa aumentó al ver a una niña pequeña al lado de su jefe.

—Jefe, sabe bien que este lugar no es apropiado para criar a su hija.

Nicolás se mostraba muy irritado. No podía creer que todos confundieran a Amaris con una hija perdida de él.

<< Ni siquiera sé de dónde sacan esa idea, no nos parecemos ni un poco. No nos parecemos en nada. >>

—Ella no es mi hija, solo es hija de un conocido recién fallecido.

Aclaró, llevándose la mano a la sien. Se sentía demasiado cansado como para replicar sobre la apariencia. La mujer, con una belleza mística, se puso en cuclillas frente a Amaris.

—Pequeña, puedes ser sincera conmigo. ¿Él no te trajo a la fuerza?

La mujer pudo notar lo desnutrida que estaba Amaris y se dio cuenta de los signos de abuso que había sufrido. Por eso, no dudó en preguntar. Ante tal evidente preocupación, Amaris se mostró confundida y negó con la cabeza.

—¿Qué clase de persona te parezco? Solo traje a la niña para que pueda quedarse contigo.

—Entonces, ¿evades tu responsabilidad de traerla y me la pasas a mí? Eres un pésimo cuidador.

—No es eso, solo pienso que se llevará mejor contigo que conmigo.

Ella dudó por un momento, pero no tardó mucho en tomar la delgada mano de Amaris y atraerla hacia ella. —Entonces, iniciaremos con alimentarte bien.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.