La Promesa de Cupido

Capítulo XIII

 

Adelante. Cae. El mundo se ve distinto desde el suelo

 

La joven se quedó de piedra al escuchar aquellas palabras. No se atrevía a hablar después de lo que había escuchado. De pronto se sintió tan tonta por haber aceptado la ayuda de Aries.

— Usted es uno de los hijos del Cosmos, ¿cierto?

Había sonado como una pregunta, pero era una afirmación. Aunque por ningún lado veía los cuernos que debían sobresalir de su cráneo. Pero sabía que era él, algo dentro de ella lo susurraba, y le advertía que caminar junto aquél hombre era peligroso.

Aries tardó su tiempo en responder, lo que le producía mucha a inquietud a la muchacha que caminaba con pasos cada vez más vacilantes, en su mente ya había empezado a trazar un plan de escape por si algo salía mal, ¿pero a donde podría escapar si todo aquello resultaba en una trampa? Tenía que confiar en sus amigas, sobretodo en Gemny, quien había transitado aquellos pasajes casi toda su vida y se había hecho amiga de Aries.

Ellos seguían caminando, aunque notó que el ritmo de Aries disminuía. Bajaban tramos y tramos de escalerillas que parecían que podrían romperse bajo el peso del hombre. Mientras más bajaban, Amor sentía como el frío calaba sus huesos, si hacía una exhalación estaba segura de que saldría humo de su boca. También estaba cansada por todos los sucesos de aquella noche, sentía como sus pies se quejaban tras cada paso que daba.

— ¿Qué pasó con tus cuernos? —preguntó ella, al ver que Aries no tenía intenciones de responder.

— Me los cortaron —susurró.

Un escalofrío recorrió a Amor.

Alguna vez, en algún lugar, alguien le había contado que hacía mucho, mucho tiempo el mundo había sido controlado por los doce hijos del Cosmos. Que todos los humanos que nacían en sus casas llevarían por siempre las características de aquellos hombres y mujeres tan llenos de poder.

Hasta que la era del zodiaco acabó y comenzó la era de los Dioses. Ocurrió una gran batalla para la cual los Dioses estaban preparados, y salieron victoriosos. Algunos dijeron que los hombres y mujeres del zodiaco que alguna vez tuvieron tanto poder y el mundo a sus pies, simplemente se extinguieron, pero otros dijeron que lograron escapar para esconderse y así, algún día, poder llevar a cabo su venganza contra los Dioses.

— Así que eso fue lo que pasó —dijo Amor en voz alta—, se escondieron.

— No es tan fácil...

— Planean vengarse, ¿no es así? —demandó.

Amor se plantó frente a aquel hombresote que le sacaba más de tres cabezas de altura. En ese momento tendría que haber estado asustada por enfrentarse a un hijo del Cosmos, pero no le importó. Tampoco le importó el hecho de que él hubiera querido ayudarla a volver a la Tierra.

Su arco se materializó en su mano en un parpadeo. Amor no lo pensó dos veces antes de sacar una flecha mortal y apuntarlo con ella. Aquellas eran unas flechas especiales; tenían un veneno potente que si no se extraía en menos de cuarenta y dos horas, la víctima moriría.

— Baja esa arma —le dijo Aries, mirándola fijamente—. Eres muy valiente apuntando a alguien como yo con algo como eso, pero la violencia no es necesaria.

— No te creo.

— Gemny sí. Ella confía en mí.

Amor vaciló.

— ¿Y por qué yo debería confiar en ti?

— Porque no te ataqué en el momento en que te vi, como habrían hecho mis hermanos en el segundo en que hubieses puesto un pie en sus terrenos. Gracias a mí, no te ha pasado nada en el tiempo que llevamos aquí. Has pasado por el hogar de Piscis, Acuario y Libra sin haber sufrido algún mal.

» Y, porque, te repito nuevamente, no te haré daño. Ayudo a casi todos los viajeros a completar su viaje hasta la Tierra. No puedo, ni podemos, hacer ningún tipo de daño irreversible porque tu gente nos quitó nuestra magia.

Los músculos de la muchacha se tensaron, en un intento por silenciar la parte racional de Amor que le decía que aquel hombre, o lo que sea que fuera, la habría matado en el momento en que la encontró si realmente lo hubiese querido así.

— ¿No me estás tendiendo ningún tipo de trampa, verdad?

— No.

Ella se lo planteó dos veces antes de bajar el arco lentamente. Pero en ningún momento dejó de mirar fijamente a Aries, por si se le ocurría hacer algún movimiento contra de ella, aunque era improbable.

— Lo siento —dijo luego de unos segundos.

— Como dije, eres muy valiente por alzar un arma contra alguien que podría quebrarte en dos en un parpadeo.

Amor se estremeció.

— Sigamos —la instó Aries—. Ya no nos queda mucho.

— ¿Puedes contarme cómo fue, y por qué lo hicieron?

La marcha del hombresote aumentó y Amor tuvo que echar una carrerilla para poder alcanzarlo. Aquella era una desventaja que poseía; los tres Cupidos anteriores contaban con vistosas e intimidantes alas que se hacían presentes en el momento oportuno. A Amor nunca le habían llegado sus alas.




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