La Promesa de Cupido

Capítulo XIV

Inmediatamente después de esas palabras, Amor hizo dos cosas, una fue intencional y la otra fue causada por su instinto de supervivencia; se levantó y le dio al muchacho de cabellos rubios una mirada glacial, al tiempo que su arco se materializaba en su mano. Amor nunca podría haber sabido lo que pasaba por la mente del muchacho en aquel momento.

Él, que antes la había mirado como una pobre chica que había sufrido mucho aquellos días, ahora veía a una mujer que se alzaba frente a él imponentemente, sí, tenía el rostro con restos de suciedad y sus ojos se veían hinchados y llorosos, pero ella lo miraba como si pudiera matarlo con un simple chasquido de sus dedos. Era algo en su postura que había cambiado en cuanto lo había escuchado hablar, ya no era la chiquilla que se lamentaba en el piso, parecía una guerrera.

Mientras tanto Amor sentía que se veía ridícula, intentando apuntarle a un extraño que se había aparecido en su hogar mientras todo su cuerpo temblaba ante la mención de su madre, o quizás solo fuera el cansancio, o el peso de todo lo que estaba pasando. Aun así, con el arco en una mano y una flecha mortal en la otra, y con el cuerpo temblando, no se atrevió a apartarle la mirada.

― No te voy a hacer daño ―le dijo él, en un intento por calmarla.

Amor dio un largo suspiro y se tiró en el mueble más cercano. Sus energías no daban para más y ella sabía que si el extraño decidía que era apropiado matarla, venderla o lo que fuera, Amor no podría luchar contra ello.

― ¿Quién eres? ―hasta su voz sonaba cansada.

― Me llamo David.

― ¿Qué eres?

― Soy un ángel.

― Explícame qué haces aquí.

Amor se había cansado de sus respuestas cortas, y evasivas de cierta forma. Quería que él le explicara qué hacía en su casa, bueno, en la casa de Esmeralda, y por qué estaba allí, y por qué decía tener un mensaje de su madre para ella. Nunca había pensado mucho en ella, quizás había días donde le daba vueltas al asunto, pero no era algo que fuera de vida o muerte para Amor.

― Soy un ángel, pero una clase muy especial ―dijo él luego de unos momentos, su tono reflejaba orgullo―. Y tampoco soy de estos lugares, mucho menos de tu dónde vienes tú. Pero un día, una mortal estaba en problemas y me enviaron a ayudarla. Lo más extraño es que pudo verme cuando no quería que fuera así, y me pidió su ayuda para darte un mensaje en el momento apropiado.

― ¿Y cuál es ese mensaje?

― Este no es el momento ―dijo, mientras Amor sentía que su arco desaparecía de su mano―. Estás muy cansada y necesitas recuperar energías si quieres encontrar a tu madre, salvar a tu hogar y arreglar tu corazón.

― Pero...

No pudo decir más, fue interrumpida al sentir como David la tomaba en brazos. Un recuerdo llegó a su mente en ese momento, algo que había ocurrido hacía muchos años; una tarde donde llegó cansada y frustrada de sus entrenamientos, sólo había acertado una flecha de noventa y nueve blancos, se quedó dormida en la mesa mientras comía panqueques y se despertó a medias cuando sintió que su padre la llevaba en brazos hasta su cama.

En ese momento, mientras ella estaba en los brazos de David se sintió, de alguna forma, increíblemente protegida. Intentó preguntarle qué hacía, pero de sus labios no salió nada. Sus ojos comenzaban a pesar y la última imagen que tuvo fue cuando pasaban por el cuartito con objetos de bebé dentro.

El aroma del jabón y la menta fue lo que se llevó consigo cuando cayó en un sueño profundo.

 

La próxima vez que abrió los ojos, los rayos de luz se filtraban por la ventana y le daban de lleno en el rostro. Por una milésima de segundo se emocionó, pues pensó que se encontraba durmiendo nuevamente en la habitación de Jordan. Durante esa milésima de segundo no reparó en todo lo que había pasado anteriormente.

Luego se dio de bruces contra la realidad. El techo no era azul, y de él no colgaban estrellas, sino que había un mural del cielo con numerosas constelaciones en él. No habían figuritas de cohetes a escalas, ni una gran ventana que ocupara todo el lugar de una pared, tampoco habían comics, ni figuras de acción. Las sabanas tampoco olían a él, y la almohada simplemente había tomado el aroma del shampoo que Amor utilizaba para lavarse el cabello.

En parte, no se encontraba en casa de Jordan porque lo había flechado con Melody.

De pronto recordó que quizás llevaría poco más de veinticuatro horas sin saber lo que era una ducha, quizás más. Salió de las sábanas e inmediatamente todos sus músculos se quejaron. Amor sofocó un gemido. Le dolía moverse, aunque el dolor no era tan intenso como el de la noche anterior. Quizás había usado los polvillos de mala manera.




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