La Promesa de Cupido

Capítulo XXV

Incluso antes de abrir los ojos, supo que algo estaba mal. Su cabeza dolía y no recordaba haberse quedado dormida. Lo siguiente que supo fue que estaba acostada sobre una superficie irregular que parecía moverse, como un camión. Un movimiento brusco la hizo saltar y recordar lo qué había pasado.

Alguien le había tendido una trampa en el departamento de Esmeralda, y no había sido cualquiera, no. Ella estaba segura de que habían sido Jacinda y sus secuaces.

Cuando abrió los ojos, no pudo ver más allá de la negrura que la embargaba. Algo apretaba en su garganta, quizás allí hubieran anudado la lona que le cubría la cabeza. Intentó desatarla pero se dio cuenta de que sus manos habían sido atadas, al igual que sus pies.

No supo exactamente cuánto tiempo pasó hasta que sintió al vehículo detenerse y voces acercarse a ella. Escuchó ruidos y seguidamente sintió como alguien la jalaba por los pies, intentó gritar y lanzar patadas. Algo duro se estrelló contra su cráneo.

La siguiente vez que despertó, abrió los ojos lentamente para cerrarlos de inmediato; la intensa luz le molestaba. Se dio cuenta, con sobresalto, que de pronto no sentía nada presionando su garganta, intentó moverse y se encontró con sus manos y pies atados a la silla donde se encontraba sentada. La cabeza le dolía un montón.

El sonido de unos tacones en la cerámica la hizo levantar la cabeza de golpe, se arrepintió inmediatamente ya que el dolor se volvió diez veces más intento, provocando que su visión se nublara momentáneamente. Al otro de la sala desierta donde se encontraba, una mujer de cabellos castaños y expresión cínica se acercaba con un cuchillo muy afilado. Su corazón se aceleró nuevamente.

No desvió sus ojos ni por un momento de los de Jacinda. No, si ella pretendía matarla entonces Amor le demostraría hasta el último momento que no tenía miedo, que lucharía hasta que toda su sangre estuviera derramada.

La mujer debió notar la determinación en sus ojos, ya que soltó una estruendosa carcajada que le provocó un escalofrío a Amor.

— ¡Oh, querida, por fin estás aquí! La verdad es que —dijo con expresión aburrida, balanceando la hoja del cuchillo de un lado a otro— pensé que esto no funcionaría, sabes, pensé que eras un poco más lista que eso. Te escapaste de la seguridad, ¿para buscar un simple espejito chismoso? Porque eso es lo que es.

Ella apretó su mandíbula, estaba disfrutando el regodearse con su victoria.

— Vamos, ¿te comió la lengua el ratón o qué?

— ¿Qué vas a hacer?

— Matarte —dijo. Una sonrisa macabra se extendió por sus labios—. Lo que debí haber hecho aquella noche hace tanto tiempo.

Jacinda acercó lentamente la hoja del cuchillo al cuello de Amor, ella sentía el filo del cuchillo clavarse en su garganta, comenzó a mover frenéticamente sus manos atadas a la espalda para intentar desatarse, aquello sólo le proporcionaba un dolor agudo en las muñecas. Con un movimiento rápido, Amor sintió un tremendo ardor en la zona y Jacinda apartó el instrumento que se encontraba manchado de sangre.

— Te mataré lenta y muy dolorosamente, niña. Este es sólo el comienzo.

Aquello las había escuchado antes. Eran exactamente las mismas palabras que Jacinda había empleado la noche que había vuelto a la Base después de flechar a Jordan y Melody. Pensó de pronto, que una de las dos debió haber muerto aquella noche. Por lo menos aquella noche, Amor estaba en condiciones de pelear y defenderse.

En ese momento, Amor sabía que una de las dos iba a morir, y que esa persona iba a ser ella y no Jacinda.

Jacinda hizo unas cuantas maniobras más, pasando el cuchillo lenta y dolorosamente sobre sus brazos, su vientre, piernas, mejillas y de nuevo su garganta. Cada vez que se apartaba, su cuchillo se veía empapado en líquido rojo y la rubia sentía la sangre manar desde distintas zonas de su cuerpo.

La mujer se alejó de ella para ponerse a caminar alrededor del salón susurrando. Amor quiso prestarle atención, quizás sus palabras eran importantes, pero su mente rugía, pidiéndole que le prestara atención a las imágenes que se repetían de David, sus amigas, su padre, su madre y de Jordan.

Dicen que cuando estás a punto de morir, tu vida pasa por tus ojos. Amor sabía que, quizás, estaba a punto de morir. Sentía su cuerpo pesado y cansado, como si le estuviese pidiendo a gritos un descanso, tenía que hacer un gran esfuerzo por mantener sus párpados abiertos, sentía las muñecas en carne viva después de intentar jalar tanto la cuerda que las mantenía atadas para liberarse. Sin embargo, en su mente se reproducían sus recuerdos felices con una luz diferente, en el modo que jamás se había permitido apreciar.




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