La Promesa de Cupido

Capítulo XXVI

— No, ¿por qué?

Amor leyó con atención el contenido de los papeles, escritos a mano con una impecable caligrafía y cubiertos de polvo por el tiempo. Leyó la primera hoja, luego la segunda y así hasta llegar a la cuarta. Cuando terminó no estaba segura de haber entendido completamente así que decidió leerlas una vez más. Su padre, en la esquina, la miraba como si estuviera loca.

Imperium Venus era un “encantamiento” que había creado su madre hacía muchos años, lo sabía porque su nombre estaba al pie de cada una de las páginas que explicaban qué era y cómo se llevaba a cabo. Estaba en shock.

— Es como magia —susurró.

— ¿Qué dices?

— Esto dice que es un encantamiento, que hay que mezclar un montón de polvillos, empapar las manos en ellos y seguidamente hacer una serie de movimientos con las manos y dedos. Como hacer magia.

— ¿Para qué es eso? —su mirada se tornó insegura.

— No lo sé, pero dice que es muy poderoso… ¿Qué tal si con esto —tenía las palabras en su mente, pero esta iba tan rápido que le costaba formular correctamente sus oraciones—… Qué tal si esto es lo que necesitamos para derrotar a Jacinda?

Cupido negó con la cabeza.

Pese a que el título ahora le pertenecía a ella, seguía viendo a su padre como el legítimo Cupido, como el pequeño “angelito” rubio con pañales que flechaba a las personas para que se enamoraran.

— Es muy peligroso que si quiera te acerques a ella, te matará en un parpadeo.

— Ella no me matará, me necesita. Además, ¿qué se supone que voy a hacer, sentarme a esperar que vuelva a meterme en esa cámara de succión y que poco a poco me quite los poderes y la sangre para finalmente, morir? No, gracias.

Su padre se quedó de piedra al escuchar sus palabras, incluso puso los ojos como platos. Amor se quedó callada y le mantuvo la mirada, no estaba dispuesta a disculparse por lo que había dicho, ella tenía razón y él lo sabía.

— Nos llevarías a una guerra.

— Vamos papá, creo que le declaré la guerra desde que escapé de la Base hace como unos meses. No sé por qué te pones así, ¡es la única oportunidad que tenemos para ganar esto!

Pero de pronto lo comprendió. La mirada triste de su padre le confirmaba que su él aún no quería creer que era Jacinda quien estaba detrás de todo lo que sucedía. Quizás ella le hubiera hecho algo, quizás le hubiera dado algo para provocar tanta lealtad en él, incluso para ignorar las palabras de su propia hija.

El simple pensamiento hizo que sus ojos se hicieran agua, los cuales secó rápidamente. Eran tiempos de guerra, no podía permitirse llorar por todo, ya habría tiempo después, en el caso de que ganaran.

— ¡No puedo creer que esto esté pasando! —gritó, furiosa y estrelló la punta de su zapato en la gruesa pared. Su padre ni se acercó.

Cuando se dio la vuelta, él se encontraba acostado en el piso y roncaba suavemente. Tenía que encontrar la manera de salir de ahí, de lanzar el Imperium Venus contra Jacinda, tenía que seguir luchando.

Con cuidado de no despertarlo, se acercó hasta donde había dejado los papeles y los metió nuevamente bajo su camisa. Se sentó al otro extremo de la celda, y de su dormido padre, e intentó pensar en un plan de escape.

Sus ojos se cerraron y cuando los abrió nuevamente notó que sus párpados se sentían pesados y que había terminado acostada en el piso. Ahogó un bostezo al darse cuenta de que se había quedado dormida.

Un susurro proveniente del lado de su padre la hizo ponerse alerta, sentía su corazón latir desbocadamente de nuevo. Se quedó quieta en su posición pero notó como algo se materializaba en su mano; por un momento se emocionó al pensar que podría ser su arco, en cambio la misma daga que había aparecido cuando los habían atacado en el Bazar Mágico se encontraba en sus manos, brillando y lista para usarse.

Sostuvo el instrumento con fuerza, podía ser de mucha ayuda al intentar salir de allí. Se acercó a su padre para descubrir que hablaba en sueños, estuvo a punto de volver a su posición cuando escuchó la palabra polvillos salir de su boca, agudizó su oído, atenta a lo siguiente que podría decir.

— Polvillos… mi despacho…

Amor se quedó atónita con sus palabras. Sabía, de sobra que la mayoría de las veces que alguien hablaba en sueños, soltaba incoherencias. Nuevamente estuvo a punto de volver a su posición cuando un foco se encendió en su cabeza. De pronto su padre se había callado.




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