—Alba, ¿puedes acercarte un momento, por favor? —la voz de la directora me sacó de mis pensamientos.
Frank, que estaba sentado junto a mí, recibió una señal con la mirada.
—Frank, ve a clase —añadió ella con suavidad, pero sin margen para réplica.
Me levanté, sintiendo las miradas curiosas de algunos compañeros en la sala. Caminé hacia la directora mientras Frank se alejaba. Antes de que desapareciera por la puerta, giré para mirarlo.
—¿Sí? —le pregunté, dedicándole una sonrisa ligera, como si todo estuviera bien, aunque una extraña incomodidad empezaba a crecer en mi pecho.
—Quiero presentarte a unas personas —dijo la directora, con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora. Luego señaló a la pareja que estaba de pie junto a ella—. Este es el señor y la señora Robinson.
—Buenos días —respondí, forzando una sonrisa mientras mis ojos iban de uno al otro, intentando adivinar qué estaba pasando.
—¿Cómo estás? —preguntó el hombre con una voz amable que, sin embargo, no logró relajarme del todo.
—Bien, gracias —respondí casi en automático.
—Esta es mi esposa —continuó—. Hemos estado viniendo desde hace meses, observando y evaluando. Tenemos un hijo de diecisiete años y pensamos que podrías ser una nueva integrante de la familia.
No respondí.
No podía creer lo que estaba escuchando.
¿Después de tantos años… realmente iban a adoptarme?
—Es perfecta —dijo la señora Robinson, con una sonrisa impecable, casi demasiado perfecta.
¿Perfecta?
¿Perfecta para qué?
La directora se volvió hacia mí.
—Alba, regresa a clases. Luego te busco.
Asentí sin decir una palabra. Cada paso hacia el aula se sintió más pesado, como si algo invisible se hubiera instalado sobre mis hombros.
Después de clases, Frank ya me estaba esperando. Apenas pisamos el patio, comenzó a bombardearme con preguntas.
—¿Qué te dijeron? —preguntó—. ¿Te van a adoptar?
Reí nerviosa.
—No lo sé. No me han asegurado nada.
—Pero te llamaron. Eso ya es importante.
—No quiero hacerme ilusiones todavía.
El silencio se instaló entre nosotros. Ese día, sin saberlo del todo, estaba comenzando algo nuevo. Yo aún no lo entendía. Frank, en cambio, parecía empezar a imaginarlo.
El día pasó rápido entre clases, almuerzo y tareas. Nadie volvió a mencionar a los Robinson, y yo intenté no pensar demasiado. Sabía que, si dejaba que mi mente volara, el golpe de una posible desilusión sería demasiado grande. Prefería aferrarme a lo conocido.
Cuando cayó la noche, llegó mi momento favorito del día.
Frank y yo escapamos hacia nuestro lugar de siempre, esa parte del terreno donde los árboles eran grandes y la luz de la luna lograba colarse entre sus hojas. Él arrancó una hoja de su cuaderno y comenzó a doblarla con cuidado, como hacía siempre que necesitaba distraerse.
—¿Qué haces? —pregunté, inclinándome hacia él.
—Un avión —respondió sin mirarme—. A ver si esta vez logra volar más lejos.
—¿Otra vez? El último quedó atorado en la rama más alta.
—Y sigue ahí —sonrió—. Ese árbol ya es parte de mis fracasos.
Lanzó el avión. Voló recto unos segundos antes de caer a pocos metros. Frank suspiró exageradamente.
—Mejoraré para cuando vengas de visita.
Sentí un nudo en el estómago.
Hablaba como si mi partida ya fuera un hecho.
—Frank…
—¿Sí?
—¿Tú crees que esto… funcione?
—¿Qué cosa?
—La adopción. Tener una familia nueva. Empezar de cero… —miré mis manos—. ¿Y si no les gusto? ¿Y si no soy lo que esperan?
Frank dejó el papel a un lado y se giró hacia mí.
—Escúchame —dijo con firmeza—. Tú eres increíble. Si te quieren, es porque lo vieron. No lo dudes.
Sonreí, aunque el peso en el pecho no se iba.
—Gracias… pero siento que estoy dejando algo importante aquí.
Me dio un golpecito en la frente.
—Para que dejes de pensar tanto. No estás dejando nada. Lo que importa, te lo llevas contigo.
Los días siguientes pasaron sin novedades, pero la sensación no desapareció. Algo me apretaba el pecho cada vez que pensaba en irme.
Una mañana, durante el desayuno, la directora volvió a llamarme a su oficina. Esta vez no necesitó demasiadas explicaciones.
—Alba —dijo—, los señores Robinson han confirmado la adopción. Te irás con ellos en tres semanas.
Tres semanas.
—¿Tan pronto?
—En verdad, queremos que tengas tiempo para despedirte. Será un gran cambio.
Asentí, sin saber exactamente qué sentía.
—¿Cómo estás? —preguntó.
—Confundida —reí nerviosa. El tic-tac de los relojes me ponía los nervios de punta.
—Son una buena familia. Sé que has esperado esto durante mucho tiempo. Estás por cumplir dieciséis.
—Lo sé… pero ¿por qué adoptar a alguien de quince?
—Tienen una historia complicada. Te la contarán más adelante.
Salí de la oficina con pasos lentos. Afuera, Frank me esperaba.
—¿Y?
—Me voy en tres semanas.
Sonrió, pero esa sonrisa no llegó a sus ojos.
—Eso es genial, Alba.
—¿Sí?
—Claro que sí.
Caminamos hasta nuestro árbol, pero ese día casi no hablamos. El sol se escondía y las estrellas comenzaban a aparecer junto a la luna. Sentí el vacío instalarse en mi pecho.
—¿Qué harás tú? —pregunté al fin—. No sé qué hay fuera de estas paredes. Me asusta irme. Antes soñaba con esto… pero ahora no puedo ver mi futuro tan claro lejos de aquí.
Frank guardó silencio. No me atreví a mirarlo.
Nunca había pensado en qué pasaría si alguno de los dos se iba. Aquí siempre supuse que la adopción era solo una ilusión. Y aun así, ahí estaba yo, a tres semanas de irme a una casa que no podía imaginar como mía, dejando atrás a mi verdadera familia.
El silencio volvió a envolvernos.
Minutos después, sentí su brazo rodear mis hombros. Me acerqué sin pensarlo y apoyé la cabeza sobre el suyo. No dijimos nada. No hacía falta. Nos quedamos así, sosteniéndonos, como si ambos supiéramos que algo estaba a punto de romperse.
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Editado: 22.12.2025