Entrada de diario – 22 de junio de 1883
El encuentro
Lo he visto de nuevo.
Hoy, mientras paseaba por el jardín, me topé con él sin esperar. Estaba allí, cerca de los rosaleda, como si hubiese aparecido de la nada. Y por un momento, creí que había sido un sueño, pero no. Era él. El mismo hombre de la noche en que nuestras miradas se encontraron.
Su rostro había cambiado, pero su mirada seguía siendo la misma. Aún profunda, aún buscándome. Y, aunque las palabras no salieron de mis labios, su presencia me ahogó en un silencio profundo.
Casi no pude respirar.
Me saludó con una ligera inclinación de cabeza, como si se sintiera cómodo en ese instante, en ese espacio donde ni el sol ni las sombras podían decidir si era el día o la noche. Me habló sobre algo trivial, sobre las flores del jardín, pero no pude concentrarme en lo que decía. Solo podía pensar en el roce de sus dedos cuando se acercó, tan cercano que sentí la tensión del aire entre nosotros.
El perfume de las rosas parecía volverse más intenso, como si la flor se abriera solo para él.
No sé qué ocurrió. Las palabras se me quedaron atrapadas en la garganta. Me limité a sonreír, torpemente, y darle una respuesta que no fue mía, sino de una persona que solo existe para responder educadamente. Y, al final, él se despidió de mí como si fuera un visitante más, como si no estuviésemos conectados por lo que apenas entendemos.
De alguna manera, me hizo sentir más distante. Más vacía. Y, al mismo tiempo, más cerca de algo que no puedo definir.
Le dije adiós sin saber que lo deseaba. Que lo deseaba tanto que me duele.
E.
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Editado: 09.08.2025