Entrada de diario – 30 de junio de 1883
Luchando contra el deseo
Es extraño cómo los sentimientos pueden crecer sin ser invitados. Como si el viento los trajera sin aviso, sin querer. Y hoy, otra vez, me encontré deseando lo que no debo desear.
Él está en mi mente. Más que nunca. Aunque no lo veo, está allí, como una sombra, como una brisa que no puedo evitar respirar. ¿Cómo es posible que algo tan fugaz, tan simple como una mirada, pueda trastocar la tranquilidad de mis días?
Lo niego, pero en cada rincón de la casa, en cada paso que doy, creo que lo siento. Lo huelo, como si su perfume aún flotara en el aire, desvaneciéndose cuando intento alcanzarlo.
Ayer, nos cruzamos nuevamente. Esta vez, fue en el salón. Nadie más estaba cerca. Solo él, yo… y el silencio que nos rodeaba.
Nuestras miradas se encontraron sin previo aviso. Y allí, en esa fracción de segundo, sentí que las paredes que me había construido alrededor de mí se desmoronaban. No pude moverme, no pude apartar la mirada.
Él sonrió, una sonrisa que no entendí, pero que me dejó sin aliento. No dijo nada, y por un momento, todo lo que rodeaba era un ruido lejano, irrelevante.
Solo él y yo. La distancia entre nosotros parecía desaparecer.
No puedo seguir ignorando esto. Y no sé si quiero. Pero la razón me grita que debo hacerlo. No puedo entregarme a algo tan incierto, algo tan prohibido. No sé quién es él, ni lo que quiere de mí. Y sin embargo…
Cada vez que lo veo, cada vez que sus ojos encuentran los míos, siento que una parte de mí se pierde. Que no sé cómo volver atrás.
Pero, ¿quién podría culparme si él es todo lo que siento?
E.
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Editado: 09.08.2025