La promesa de las Rosas

Capítulo 10

Entrada de diario – 24 de julio de 1883

Ezra

Su nombre no deja de repetirse en mi cabeza.

Ezra.

Lo susurro en silencio mientras camino por los pasillos, lo escribo con la yema de los dedos sobre el vaho del vidrio empañado en las mañanas. Ezra.

Nunca había pensado que un nombre pudiera tener tanto peso… tanto consuelo.

Ahora que lo sé, todo parece distinto.

Ya no es solo él, ese extraño familiar que me observaba en los jardines y me hablaba como si ya me conociera desde otro tiempo.

Ahora es Ezra.

Ezra, que me mira sin apuro, que jamás intenta poseerme, pero logra que me entregue al simple deseo de quedarme un segundo más cerca.

Anoche soñé con su voz.

No decía nada en especial. Solo mi nombre.

“Eloise”, murmuraba, como si acariciara cada sílaba. Y desperté con el corazón enredado.

Hoy, al pasar por el pasillo del ala norte, lo vi de lejos. No me acerqué. Pero él sí me vio.

Y me bastó la manera en que me sostuvo la mirada para saber que me había leído de nuevo.

Como si hubiera sentido el temblor que me produce o la forma en que ahora su nombre se mezcla con mi aliento.

El mundo sigue girando. William sigue existiendo.

Pero yo ya no soy la misma.

No desde que sé cómo llamarlo.

Ezra.

E.




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