Entrada de diario – 26 de julio de 1883
La carta entre los libros
Hoy, al regresar de la caminata con mi madre por el invernadero, pasé por la biblioteca.
Iba solo por un libro, algo que pudiera distraerme de mis pensamientos —como si Ezra no viviera entre cada página desde que lo nombré.
Pero al abrir el ejemplar de Persuasión, lo encontré allí.
Una carta.
Plegada con delicadeza, sin firma visible al principio.
Su caligrafía era sobria, inclinada levemente hacia la derecha. No llevaba mi nombre, pero sabía que era para mí.
Con manos temblorosas, me senté en el rincón del ventanal y la leí.
"A veces me descubro buscándote sin querer.
En los reflejos de las ventanas, en los ecos de pasos suaves por los corredores.
No sé si me estás esperando, Eloise.
Pero quiero que sepas que, si decides quedarte donde estás, jamás me atreveré a reclamarte.
Y si decides irte… solo dime cuándo.
Ezra"
Me quedé inmóvil.
La carta no era una confesión.
Era una llave.
Y en esa llave, cabía todo lo que he deseado decir sin voz.
Lo que más me conmovió fue su silencio entre líneas. Su respeto. Su espera.
Pero cuando me levanté, noté algo.
La criada del ala este, Marie, me miraba desde la puerta entreabierta.
No dijo nada, pero su mirada fue demasiado fija.
No sé cuánto vio.
No sé si hablará.
Mi pecho arde entre dos fuegos: el de la emoción, y el del temor.
He escondido la carta entre mis vestidos, en el cajón de seda azul.
Donde guardo las cosas que no deben saberse.
E.
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Editado: 09.08.2025