Entrada de diario – 28 de julio de 1883
Marie
Hoy, mientras me arreglaba el cabello frente al tocador, Marie entró sin anunciarse.
Dejó las sábanas recién lavadas en el borde de la cama, pero no se marchó.
La sentí observándome a través del espejo.
—Señorita Eloise —dijo finalmente, con un tono que no supe interpretar—. ¿Quiere que le cierre bien el cajón de seda? Estaba un poco abierto esta mañana.
Mi pecho se contrajo.
¿Había visto la carta? ¿La había leído?
Sentí que el mundo se me iba de las manos.
—Gracias, Marie —respondí sin mirarla—. Ya lo cerraré yo.
Se quedó en silencio unos segundos más. Luego, con una voz más baja, más humana, dijo:
—Cuando mi hermana se enamoró de un hombre que no podía tener, escribía sus sentimientos en papeles que guardaba en sus zapatos. Yo los encontraba al lavarlos. Nunca dije nada. A veces… una sabe cuándo es mejor no hablar.
Y se fue.
Así, sin más.
Dejándome temblando por dentro, pero más aliviada que nunca.
Hoy escribí mi respuesta.
No en mi diario.
Sino en una carta.
La escondí entre las páginas del libro Jane Eyre en la biblioteca, justo donde él podrá hallarla si vuelve.
Es la primera vez que me atrevo a decirle algo sin reservas.
Lo que escribí fue esto:
"Ezra,
Busco tu reflejo también.
En las copas de los árboles, en los espejos de las habitaciones que ya no me contienen.
No sé aún cómo se deshace un destino escrito,
pero sé que no quiero vivir en uno donde tú no existas.
Quizás no podamos tenerlo todo.
Pero si tienes paciencia, si sabes esperar entre los silencios,
yo aprenderé a escribirnos un camino.
E."
Nunca había escrito algo así.
Pero no podía seguir callando.
Si Marie guarda el secreto, entonces tal vez —solo tal vez— esta historia aún pueda escribirse.
E.
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Editado: 09.08.2025