Entrada de diario – 10 de agosto de 1883
Los cuatro que saben
Hoy, por primera vez, todos estuvimos en la misma habitación con la verdad sobre la mesa.
Ezra.
William.
Marie.
Y yo.
La reunión fue planeada en susurros y miradas.
Marie logró que mi madre se ausentara de la casa por la tarde, con una excusa que ella misma inventó: una urgencia con el vestido de bodas.
William fingió venir a visitarme como parte de su "obligación social", mientras Ezra entró por la puerta trasera, como tantas otras veces.
Nos reunimos en el antiguo salón de música, el que ya casi nadie usa.
La luz de la tarde caía como oro viejo sobre las teclas del piano cubierto por una sábana.
Durante un instante nadie dijo nada.
Hasta que William, siempre más valiente de lo que aparenta, rompió el silencio:
—Todos los presentes tienen algo que perder… y mucho más que ganar, si esto resulta.
Marie, con las manos juntas sobre el regazo, asintió.
—Si nos descubren, me echarán. Lo sé.
Pero también sé lo que es callarse tanto tiempo que se olvida el sonido de la propia voz.
No voy a dejar que eso les pase a ustedes.
Ezra tomó mi mano. Fue un gesto pequeño, pero dentro de mí lo sentí como una promesa.
—Entonces lo haremos juntos —dijo él—. Fingiremos. Confundiremos. Y cuando llegue el momento, Eloise y yo desapareceremos. Solo necesitamos tiempo.
—Y un motivo —añadió William—. Uno creíble para romper el compromiso sin escándalos. Podría fingir un interés en otra muchacha de reputación dudosa. Mi madre se ofendería lo suficiente como para cancelar el acuerdo.
—Yo me encargaré de escribir las cartas necesarias —añadió Marie—. Sé imitar la letra de su madre mejor que ella misma.
Nos miramos.
Todos.
Cómplices.
Por primera vez, el plan no era un susurro en la mente, ni un deseo garabateado en mi diario.
Era real.
Era nuestro.
Cuando terminó la reunión, Ezra se quedó unos segundos más conmigo.
Me acarició la mejilla con la ternura de quien ha esperado demasiado.
—Te sacaré de aquí, Eloise.
Lo juro.
Y esta vez no será en sueños.
E.
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Editado: 09.08.2025