Entrada de diario – 15 de agosto de 1883
Cuando el mundo se apaga
Ezra vino esta noche.
No sé cómo logró entrar.
Tal vez Marie lo ayudó.
Tal vez fue el destino.
Solo sé que cuando giré la cabeza, él estaba allí, sentado en el alfeizar de mi ventana como si perteneciera al silencio.
—¿Fue hoy? —me preguntó.
Asentí.
No me hizo falta explicarle más.
Se acercó sin palabras y se sentó a mi lado en la cama, con el respeto de quien no quiere romper nada, ni siquiera el aire.
—Estás temblando —murmuró.
—No de miedo —le dije.
—¿Entonces?
Lo miré.
Y no pude evitarlo. Apoyé mi frente en su hombro.
—Es el peso de todo. De haber fingido, de haber tramado, de haber mentido para decir la verdad.
Ezra me rodeó con los brazos.
Y entonces, todo lo que era nudo, empezó a deshacerse.
—Prometeme algo —le pedí, en voz baja.
—Lo que quieras.
—Que si esto no sale como planeamos… vas a seguir buscándome, aunque el tiempo o el mundo intente separarnos.
Ezra me miró como si esa promesa ya estuviera escrita en su piel.
—Te encontraría en cualquier siglo.
Me besó la frente.
Fue un beso que no exigía nada, que no corría, que no reclamaba.
Solo estaba ahí, como si siempre hubiera pertenecido a mí.
Nos quedamos así.
Respirando el mismo aire.
Con las palabras dormidas entre nosotros.
Y el reloj marcando un tiempo que ya no nos pertenece.
E.
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sentimientos imposibles de ocultar, cartasalamor, confesiones pasadas
Editado: 09.08.2025