Catherine
Dicen que la vida es un verdadero regalo, pero para otras personas en especial en mi, la verdad es todo lo contrario a un regalo. En su lugar es un infierno del que deseo ser salvada con toda mi alma.
¿Hubiera sido diferente mi vida si mi madre siguiera con vida? Es una pregunta que muchas noches he estado pensando.
Quizás las cosas si serían muy diferentes, no habría golpes o insultos, mi madre y padre hubieran tenido más hijos y todos seríamos una gran familia feliz como las que veo en el pueblo paseando por las calles.
Más sin encambio solo me quedaré con los pensamientos ya que solo en otra vida podría realizarse todo lo que alguna vez he imaginado.
Al llegar a la sala de invitados la señora Johana me esperaba sentada en uno de los sillones tomando una taza de café.
Mi padre había organizado mi horario para tener tres clases a la semana con la señora Johana, en los fines de semana ella le daría los informes de mi avance a mi padre quien sea cual sea el informe terminaría insultandome o golpeándome.
Hice una reverencia cuando estuve frente a la mujer la misma que ella imitó al ponerse de pie. Seguiríamos viendo la misma lección de caminar derecha hasta que ya pudiera dominarlo al completo.
Tendría que soportar como aprieta cada parte de mi cuerpo para así estar lo más derecha y firme que pudiera, cosa que nunca podría lograr ya que al ponerme recta la espalda me dolía y con cada respiración el abdomen comenzaba a arderme por el dolor y la falta de descanso.
¿Cómo una persona podía seguir en pie cuando su cuerpo estaba tan mal herido?
Los golpes de mi padre cada vez se volvían peores, con patadas más intensas y puñetazos en la parte baja del abdomen y el rostro, sus cachetadas que me dejan la mejilla casi morada. Él sabe perfectamente donde dar sus golpes para que duelan más.
Los moretones pasan de ser verdes a morados en cuestión de solo segundos, las partes rotas tienes que ser curadas por mi nana, la sangre no solo sale de las heridas sino también de mi boca al recibir golpes en el abdomen con las fuertes patadas de mi padre.
Pero aunque nadie me lo creyera, mi cuerpo ya se había acostumbrado a tanto dolor, a recibir aquella dosis de golpes y al final terminar tan adolorido que hasta mover el dedo meñique me dolía en lo más profundo de mi ser.
Lo que me reconforta después de cada golpiza es ver las sonrisas de esos niños, de escuchar sus sonrisas y deducciones sobre lo que sucederá en el siguiente capítulo de cada historia que les cuento.
Ellos son la razón de porque sigo con vida.
Sin esos niños mi vida sería completamente gris, ya que ellos me dejan ver aunque sea una mínima parte del arcoiris que está escondido entre toda mi oscuridad.
–Su alteza– la señora Johana hizo una reverencia como despedida antes de subir al carruaje que la llevaría hasta su casa.
Entre de nuevo en el palacio, cuando estaba al pie de las escaleras una de las sirvientas me llamo diciendo que mi padre me esperaba en su despacho para poder platicar conmigo y que era urgente que fuera.
Comencé a caminar a la parte norte del palacio justo donde el despacho de mi padre se encontraba en el cuarto piso del palacio casi junto a la biblioteca donde yo dejaba guardada cada libreta donde terminaba una historia nueva.
Toque la puerta de madera y al escuchar su orden de que puedo pasar fue que abrí la puerta para poder encontrarme con su rostro.
Estaba sentado detrás del escritorio viendo algunos papeles que sostenía entre sus manos.
–Sientate– ordenó con la voz firme.
Cerré la puerta detrás de mi caminando hasta la silla enfrente de su escritorio, cuando estuve sentada él dejo los papeles para mirarme a la cara.
Con tan solo su mirada podía sentir el miedo correr por cada una de mis venas, un miedo que me podría dejar paralizada si es que no lo controlaba.
–Mañana te quiero arreglada– apoyo los codos sobre el escritorio– alguien muy importante vendrá al palacio.
–¿Puedo saber quién es?
–Ya lo sabrás mañana, ya puedes retirarte, estarán aquí para la comida– volvió a tomar los papeles entre sus manos– y espero que está vez si me obedezcas o sino ya sabes las consecuencias.
–Si padre– asentí– estaré lista.
Antes de irme hice una reverencia, al salir de su despacho fui hasta mi habitación para volver a tomar la libreta donde trataría de plasmar una nueva historia.
Camine hasta llegar al jardín trasero donde me senté debajo del mismo árbol de hace tres días para así poder tener mayor privacidad.
Pensé que el estar sola me ayudaría en algo, a poder escribir aunque sea un título que me diera alguna idea de una historia, algo con lo que pudiera comenzar a escribir una buena historia, pero nada llegó a mi mente.
Nuevamente entre los árboles volví a ver su figura caminar hasta donde yo estaba sentada, al salir completamente de entre las sombras fue que pude ver su rostro.
–Buenas noches, mi princesa– hizo una reverencia antes de sentarse a mi lado.
–Buenas noches, David.
Se sentó junto a mi, era como repetir la misma escena que hace tres días, él recargo su espalda sobre el tronco del árbol y con la mirada al frente.
Su aroma llegó hasta mis fosas nasales, combinando el café con la vainilla, su vista estaba al frente viendo como el atardecer se comenzaba mostrar dejando ver sus colores anaranjados y amarillos.
Sus ojos coincidieron con los míos y fue cuando pude darme cuenta del café tan sutil que los invadía, un color avellana que te podía transmitir mucha tranquilidad.
Mis mejillas se sonrojaron al darme cuenta que lo había estado viendo por tanto tiempo y él me había sorprendido dándose cuenta.
Gire mi rostro para mirar al frente los árboles y arbustos que nos cubrían.
–¿Que hacía antes de que yo llegara?– rompió el silencio que nos había invadido.