Catherine
Algunos dicen que el verdadero dolor es ver morir a una persona, cuando realmente el peor dolor es ser lastimado por la persona que más quieres en el mundo. Ya sea de forma física o de cualquier otra forma que pueda existir.
La puerta de mi habitación se abrió de golpe lo que me hizo despertar y sentarme en la cama, mi padre se puso frente a mi cama.
–Quiero que te levantes, tienes clase con la señora Johana en una hora y quiero que hoy hagas bien lo de caminar derecha o sino ya sabes las consecuencias– sentenció.
Me quitó las sábanas tirándola al suelo para así tener que levantarme, pensé que me daría algún golpe o me tomaría del brazo obligándome a ponerme en pie para no perder más tiempo en cama. Pero me equivoqué.
Él salió de mi habitación cerrando de un portazo la puerta. Me levanté de la cama tratando de no hacer algún movimiento que me causará dolor.
Aunque al solo poner un pie fuera de la cama todo en mi dolió con tanta intensidad que casi me hizo llorar.
Tome de mi armario algunas toallas para tomar una ducha y poder quitar rastros de sangre, sudor o lágrimas que hayan quedado de hace dos días.
Al ver mi reflejo en el espejo de cuerpo completo pude ver cómo los moretones comenzaban a tomar un tono verdoso con algo de morado, en mi piel se podía notar más por lo pálida que es.
Decidí en ponerme un vestido rojo con las mangas largas y ajustadas a mis brazos, en la parte de la cintura lleva un cintillo con piedras y la falda es amplia y con algunos bordado, en la parte baja tiene algunos diseños se rosas, el escote es en forma de corazón y las hombreras son grandes. Con unos zapatos de piso rojos.
Me puse algo de maquillaje en el rostro para eliminar los moretones que se podían notar a simple vista, en mi labio roto solo agregue un poco de labial para evitar que se viera tanto, aunque con eso corría el riesgo de que la herida se infectara.
Una de las sirvientas me había traído hasta mi habitación el desayuno, eso me ahorraba tener que bajar por las escaleras y sufrir porque las costillas me dolieran como nunca.
Mi nana me había ayudado en recoger mi cabello en un moño con algunos mechones sueltos y un poco de flequillo.
–¿Por qué no te recuestas un momento mientras llega la señora Johana?– preguntó mi nana terminando de ajustarme el vestido.
–No puedo, mi padre puede entrar y verme acostada, eso lo haría enfurecer y volvería a lastimarme.
Me levanté de la silla, mi nana había terminado de peinarme, deje sobre la mesa el labial que había usado para ocultar la herida.
–¿Y si la señora te aprieta alguna parte del cuerpo y no puedes soportar el dolor?– ladeó la cabeza con preocupación.
–Resistire, además, tengo que hoy pasar la lección de caminar derecha, o sino mi padre volverá a golpearme.
El solo pensar que me podría generar más dolor me hizo querer estar más concentrada en la clase de hoy para no tirar una sola vez los libros o que me fuera en otra dirección al momento de caminar.
–Cariño– mi nana acuno mi rostro entre sus manos– daría todo lo que tengo con tal de que el dolor que tú ahora tienes lo tuviera yo para que tú ya no sufras más.
–Yo jamás permitiría eso– negué varias veces.
No permitiría que nadie sufriera lo que yo, porque solo yo merezco este castigo por haber hecho que mi madre muriera cuando nací.
Merezco cada golpe, cada insulto y cada herida que mi padre me ha dado, así aprenderé que en mi próxima vida debo morir primero yo antes que mi madre. Así mi padre podría ser feliz y tener más hijos con ella.
–Su alteza– una de las sirvientas entro en mi habitación– la señora Johana la espera en la sala del té– asentí.
–Nana me tengo que ir– bese su mejilla.
–Si te sientes mal mándame hablar con alguna de las sirvientas– me dejó un casto beso en la coronilla.
Hoy tengo que pasar esa lección, no me puedo permitir un fallo más, tengo que pasarla para que así mi padre no me vuelva a golpear.
Al entrar en la sala del té me encontré con la señora sentada en uno de los sillones mirando un punto inespecífico hasta que me vio entrar y se puso en pie para hacer una reverencia, la misma que imite.
Lo primero que hizo fue pedirle a una de las sirvientas los mismos libros de siempre, después puso a dos filas de sirvientas para que yo pasara entre ellas con toda la firmeza, seguridad y lo más derecha que pudiera sin tirar un solo libro que había puesto sobre mi cabeza.
Al principio falle tres veces, hasta que recordé las palabras de mi padre y su amenaza de seguir con sus golpes. Esa fue mi motivación para evitar que los libros cayeran al suelo.
Evite a toda costa que la señora Johana me apretara las zonas que debería enderezar, plante la mirada en un punto distante como ella me había dicho para así dar una caminata sin tirar los libros.
Lo estuvimos practicando por varias horas hasta que confirmo que podía hacerlo.
Ella me felicitó por haber logrado después de casi una semana poder caminar derecha y sin encorvarme.
–La felicito su majestad– dio unos cuantos aplausos– lo ha hecho excelente. Prepárese para la próxima clase que será la manera en que debe de comportarse en una fiesta del té. Le daré mi informe sobre su avance a su padre y después me retiraré.
Me hizo una reverencia al igual que las sirvientas antes de salir de la sala.
Al menos por este día no recibiría golpes por parte de mi padre, solo tengo que esperar unos días más para poder regresar al pueblo con mis niños.
Ellos podrán alegrarme el día y dejar de pensar tanto en querer morir en cada momento de mi vida.
Me senté en uno de los sillones, dejando que mis músculos descansarán y dejarán de hacer esfuerzo, las costillas me dolían como nunca ya que habían sido lo que más había pateado mi padre cuando se enfureció conmigo.