La promesa del amor

Extra I

Catherine

Su pequeña manita se entrelazaba con la mía, conforme íbamos avanzando su entusiasmo aumentaba y daba pequeños saltos en lugar de caminar.

Su enorme sonrisa solo me confirmaba que estaba haciendo algo bien, que era momento de que ella supiera cómo fue que inicio y termino todo.

–Mami, ¿ya casi llegamos?– preguntó su angelical voz elevando el rostro para poder mirarme a los ojos.

Aquellos ojos color avellana que me miraban con tanto entusiasmo y me daban fuerzas para entrar a aquel lugar que hace más de casi seis años había dejado de ir porque se me hacía imposible poner un solo pie sin que su recuerdo volviera a mí mente y la garganta retuviera un gran nudo.

Pero ahora sabía que estaba preparada para volver, confirmar que nuestro lugar seguía guardando cada uno de nuestros recuerdos y que nuestra hija ahora supiera de ese lugar que vio crecer nuestro amor noche a noche.

Pero sobre todo, que seguía siendo nuestro.

–Hemos llegado cariño– me puse en cuclillas para poder estar a su altura.

–Pero aquí no hay nada– Leha miró a nuestro alrededor tratando de encontrar algo.

Me puse en pie y camine hasta donde recordaba que se encontraba la puerta, aparte algunas plantas que la cubrían dejando al descubierto la puerta de madera algo desgastada, me sigo preguntado cómo es que sigue en pie y no se ha vuelto en cenizas.

Los ojos de mi pequeña se engrandecieron dejando ver aquel brillo que alguna vez había visto en unos ojos muy parecidos a los de ella.

–¡Un lugar secreto!– soltó un grito lleno de emoción y dio un pequeño salto.

Una presión se instaló en mi pecho al tomar la perilla de la puerta entre mi mano, algunas lágrimas comenzaron a agolparse en mis ojos y tuve la necesidad de salir corriendo, pero cuando la pequeña mano de Leha se entrelazó con la mía me dio la fortaleza que necesitaba.

Esa presión desapareció al igual que las lágrimas se desvanecieron, abrí aquella puerta y deje que mi niña fuera la primera en entrar para después seguirle yo.

Aquel lugar, nuestro jardín secreto seguía igual que aquel último día en el que estuvimos aquí. El árbol seguía en el centro del jardín, el césped parecía que no crecía y pude notar que un pequeño girasol crecía en una de las esquinas, el columpio seguía igual, sin ser usado o ser quitado de su lugar.

Cómo si para este lugar no hubiera pasado el tiempo.

–Es muy bonito este lugar– murmuró Leha por lo bajo.

–Lo es– asentí.

Comenzamos a caminar hasta que nos sentamos debajo de aquel tronco del árbol, dejamos que nuestras espaldas se recargaran sobre este y solté un suspiro mirando al frente.

Sintiendo que el tiempo no había pasado y todo había sido solo un mal sueño, que si habíamos podido tomar aquel barco que nos llevará lejos de este lugar, que él seguía a mi lado tomando mi mano, acariciando mi cabello y dando un pequeño beso en mi mejilla. Sintiendo una vez más aquella paz que me invadía cuando su cuerpo se encontraba cerca del mío.

Cerré los ojos por unos cortos segundos, aún puedo sentir su presencia junto a mi cuerpo, el como su respiración se juntaba con la mía, el como dejaba caer su cabeza sobre mi hombro, la forma en que me miraba y me sonreía.

Las imágenes de cada momento vivido juntos volvieron a mi mente, cuando me pidió ser su novia y me dio aquel dije, cuando lo aleje y no le expliqué que me casaría con Adam solo porque me estaban obligando, cuando me entregué a él en cuerpo y alma, nuestro primer beso, aquellos suspiros que compartíamos, y todo aquello ahora solo eran recuerdos que con el tiempo dejaron de doler.

–Mami, ¿papá conocio este lugar?– abrí los ojos encontrándome con el ceño fruncido de Leha.

–Ven cariño– me acerque a ella y deje que se sentará sobre mis piernas, pase un mechón por detrás de su oreja– fue tu papá quien me trajo a este lugar.

–¿De verdad?– preguntó con entusiasmo, asentí.

–Un día le pregunté cómo lo descubrió y me dijo que fue una tarde mientras hacía su rondín, se perdió entre los árboles por dónde pasamos hace un momento y encontró este lugar– una sonrisa melancólica se dibujo en mi rostro.

–¿Cómo era papá?– ladeó la cabeza– me dijiste que me hablarías de él cuando me trajeras a este lugar.

Ya estaba lista, estaba preparada para decirle a nuestra pequeña cada rasgo de su padre, el amor de mi vida con el cual no pude estar hasta el final de nuestros días. Aquel hombre que no pudo conocer a su pequeña y verla nacer, dar sus primeros pasos, decir su primera palabra.

David, el hombre que marco mi vida para siempre.

–¿Qué quieres saber de papá?– acaricie su cabellera.

–¿Cómo era papá?– volvió a preguntar.

–Pues él tenia el cabello castaño, sus ojos eran café avellana y con un brillo que nunca los abandonaba, una nariz respingada y un poco de barba, aunque casi nunca la tenía, su mandíbula era marcada, tu eres su vivo retrato– acaricie su mejilla con delicadeza– era el hombre más bondadoso que pude haber conocido en mi vida, su sonrisa te contagiaba, el brillo en sus ojos te daba una razón para seguir en este mundo, cuando te acogia entre sus brazos te podías sentir fuerte y que nada en el mundo te podía derrumbar.

–¿Cómo se conocieron?– Leha me miraba atenta, sin perderse una sola palabra que brotará de mi garganta.

Y cuando hizo aquella pregunta su recuerdo volvió a mi mente, aquella noche donde todo empezó y a la vez todo termino, aquella primera noche que fue testigo de nuestro primer encuentro.

–Yo salía algunas noches al pueblo, les contaba mis historias a los niños y tu padre era quien me dejaba cada noche una escalera para que yo no me lastimara al momento de subir por la barda del palacio– solté un suspiro y una pequeña sonrisa se asomo en mis labios– pero una noche se me hizo muy tarde y llegué por la madrugada al palacio, tu padre al verme en la cima de la pared pensó que yo era un ladrón, pero después le dije que era yo y me ayudó a bajar. Desde esa noche me acompaño al pueblo por las noches y me ayudaba a leerle a los niños.




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