La Promesa Del Ángel

Ecos de lo que fuimos

La lluvia caía sin pausa sobre el pueblo en ruinas. Las calles eran un espejo de agua y reflejos rotos. Uriel caminaba con el abrigo empapado, el cabello pegado al rostro y las manos escondidas en los bolsillos. No sentía el frío; lo único que sentía era la ausencia, esa punzada muda que no lo dejaba respirar.

Desde que había encontrado a Asmodeo o a Aiden, como ahora se hacía llamar, el mundo parecía haberse detenido en una melancolía infinita..Vivían cerca, se veían casi todos los días, hablaban, reían a veces, pero cada palabra que compartían dolía..

Porque detrás de los ojos tranquilos de Aiden, Uriel buscaba desesperado al hombre que había amado. Y no lo encontraba. Aquella mañana, lo vio en el portal de la casa, mirando el cielo gris..Aiden tenía una guitarra vieja entre las manos y una sonrisa distraída.

—No deja de llover —dijo, sin mirarlo.

—Siempre llueve cuando hay algo que duele —respondió Uriel, sin pensarlo.

Aiden lo miró, frunciendo el ceño.

—Esa frase… suena familiar. ¿Dónde la escuché antes?
Uriel tragó saliva.

—Tal vez… en otra vida.

El silencio que siguió fue tan espeso que se podía escuchar el sonido del corazón de Uriel, latiendo con fuerza contenida. Aiden se acercó, con una expresión confusa, casi dolida.

—¿Quién eres en realidad? —preguntó de repente, con voz baja— Desde que apareciste, tengo sueños extraños. Veo fuego, luz… y tu rostro.

—No importa quién soy —dijo Uriel, bajando la mirada—. Solo importa quién eras tú.

Aiden lo sostuvo de los hombros, buscando respuestas en su rostro.

—¿Por qué me miras así? —murmuró—. Como si me amaras y me odiaras al mismo tiempo.

Uriel no pudo evitar sonreír con tristeza.

—Porque lo hago.

El viento los envolvió con un silbido triste.
Por un instante, el mundo se detuvo. Aiden no entendía nada, pero algo dentro de él ardía, una emoción que no podía controlar.
Sus manos temblaron, su respiración se entrecortó. Y antes de que pudiera pensarlo, lo besó.

Fue un beso torpe, cargado de desesperación y reconocimiento. El sabor de la lluvia se mezcló con las lágrimas que ninguno de los dos había notado. Y en ese instante, una chispa de luz recorrió el cuerpo de Aiden, invisible a los ojos humanos. Uriel lo sintió. El alma de Asmodeo había respondido. Pero también algo más despertó.

El aire cambió. Las sombras del callejón se movieron como si tuvieran vida propia. Uriel lo supo al instante: el enemigo estaba allí, espiándolos, alimentándose de ese momento de amor para corromperlo. Aiden retrocedió, con el rostro pálido, como si un pensamiento oscuro lo hubiera atravesado.

—¿Qué… me hiciste? —murmuró, llevándose las manos al pecho.

—Nada. ¡Aiden, mírame! No fue nada malo.

—¿Por qué siento que te odio y te amo al mismo tiempo? ¡No tiene sentido!

Uriel intentó acercarse, pero Aiden lo empujó. Sus ojos, por un instante, se tornaron negros como el carbón. Y luego volvió a ser él, confundido, respirando con dificultad.

—Dios mío… —susurró, cayendo de rodillas— ¿Qué me pasa?

Uriel lo abrazó con fuerza, desesperado.

—Te está manipulando. No lo escuches. Todo lo que sientes… todo el miedo, la rabia, no son tuyos.

—¿Quién? ¿De quién hablas?

—Del que quiere separarnos. Del que nunca soportó vernos amar.

Aiden lo miró, temblando.

—Entonces dime la verdad.

Uriel lo sostuvo del rostro con las dos manos, sus ojos dorados brillando con un fuego casi humano.

—Te llamas Asmodeo —dijo finalmente— Y una vez fuiste mi razón para creer que el amor puede salvar incluso al infierno.

Aiden se quedó inmóvil. La lluvia se detuvo. El tiempo pareció romperse a su alrededor. Por un instante, vio imágenes fugaces: un campo de batalla, alas, fuego, un beso bajo una lluvia dorada… y un grito..El suyo. Pero entonces, la sombra regresó. De los charcos comenzó a elevarse humo negro, denso, con forma humana. La voz del enemigo resonó entre las paredes rotas:

Por fin lo recordaste, mi pequeño traidor.

—No… —Uriel se giró, extendiendo las alas que mantenía ocultas—. ¡No lo toques!

La sombra se alzó, riendo.

¿Tú crees que puedes protegerlo otra vez, Uriel? Ya lo poseo. Su mente, su cuerpo, su corazón. Todo lo que fue tuyo… ahora me pertenece.

Aiden gritó, tomándose la cabeza. Una corriente de oscuridad salió de su pecho, envolviéndolo por completo. Uriel lo abrazó con fuerza, intentando contener la energía que lo desgarraba por dentro.

—¡Asmodeo! ¡Lucha, por favor! ¡Soy yo!

Pero la voz del joven cambió. Fría, profunda, sin alma.

—Asmodeo está muerto. Solo queda lo que tú dejaste atrás.

Un golpe invisible arrojó a Uriel varios metros contra el suelo. El dolor fue real, físico. Sintió que la sangre le recorría la boca, y por primera vez, comprendió que esta batalla no sería entre ángeles. Era una guerra de amor contra la pérdida. Aiden o lo que fuera que lo controlaba se acercó lentamente, con una sonrisa oscura.

—¿Y si esta vez te mato yo, Uriel? ¿Seguirás amándome?

Uriel lo miró con lágrimas en los ojos.

—Sí —susurró con voz quebrada— Incluso si me matas.

La sombra se detuvo un segundo. Y fue suficiente. Un destello de luz azul salió de los ojos de Aiden. Un suspiro escapó de sus labios. Por dentro, Asmodeo seguía vivo.

Uriel lo sintió. Lo supo. Su Asmodeo estaba allí, prisionero, luchando por volver. El enemigo rugió con furia y desapareció en la noche, arrastrando consigo a su víctima.
Aiden se desvaneció frente a sus ojos, disolviéndose como una sombra bajo la lluvia. Uriel cayó de rodillas, empapado, gritando su nombre. El eco de su voz retumbó por el pueblo vacío.

—¡Asmodeo! ¡Voy a encontrarte! ¡Lo juro!

Y desde algún punto del mundo, una voz respondió, débil, cansada, pero viva:

Uriel… no te detengas.




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