El cielo estaba dividido. Una mitad ardía con un resplandor dorado; la otra, cubierta por una grieta de sombra que devoraba cuanto tocaba..La frontera entre ambas parecía un espejo roto que se expandía a medida que el enemigo esa entidad sin forma, sin rostro, sin nombre liberaba su furia sobre la Tierra.
Uriel sintió la vibración antes de verla. Un temblor profundo, como si el mundo entero estuviera respirando con dificultad..El suelo bajo sus pies se abrió en líneas incandescentes..Las montañas gimieron, los ríos se detuvieron. Y del abismo surgieron ecos. Ecos de voces humanas, deformadas por el miedo, arrastradas por la oscuridad.
—¿Por qué nos abandonaste?
—¿Dónde está tu luz, Uriel?
—¿Dónde está tu Dios?
Uriel cerró los ojos. Eran las mismas voces que lo atormentaron en sus peores pesadillas: los humanos corrompidos, los que habían jurado fe y luego vendido sus almas al enemigo..Sus gritos se convertían en cuchillos que atravesaban su conciencia. A su lado, Asmodeo lo observaba con el rostro endurecido..Su piel brillaba con un leve fulgor azul, una energía recién nacida que Luzbel le había otorgado..Sus alas, desplegadas, se extendían a lo largo del campo en ruinas, cortando la bruma como cuchillas de cielo.
—No los escuches —dijo, su voz firme, grave—. No son reales.
Uriel asintió, aunque su respiración seguía agitada.
—El enemigo los usa para debilitarme. Para recordarme lo que no pude salvar.
Asmodeo se acercó, colocándole una mano en el hombro.
—No estás solo. Ya no.
El ángel dorado levantó la vista hacia él..Y en sus ojos, reflejados en el resplandor de Asmodeo, no había miedo..Había fuego.
—Entonces luchemos.
El aire se partió en dos..Un rugido atravesó la atmósfera, haciendo vibrar las ruinas del pueblo..Del cielo descendió una lluvia negra, y con ella, las criaturas del enemigo: sombras con forma de alas rotas, dientes de cristal, piel hecha de humo y fuego. Uriel extendió sus alas y alzó la espada..Su filo rosado resplandeció con la intensidad de un amanecer..Asmodeo hizo lo mismo, su energía azul expandiéndose como una onda luminosa.
Cuando las criaturas cayeron sobre ellos, el impacto fue como una tormenta..El choque de sus luces se mezcló con los rugidos, con el chisporroteo del fuego y el estruendo de los relámpagos..Uriel giraba, cortando sombras con una precisión letal, mientras Asmodeo lo protegía de cada ataque lateral, moviéndose con la velocidad de un relámpago..Eran una sola voluntad. Una misma llama. El enemigo rugió a través de las criaturas:
—No hay amor que me derrote. El amor es debilidad..El amor los hará caer.
Uriel gritó mientras su espada atravesaba la oscuridad.
—Entonces caeremos amando.
El fuego celeste estalló. Las criaturas se deshicieron en una nube de polvo brillante. Pero la calma no duró. El suelo se quebró bajo ellos. Un círculo de sombras emergió, y de su centro, un espeso humo negro comenzó a tomar forma..Un rostro imposible. Miles de ojos abriéndose y cerrándose. Una voz que sonaba como todas las voces del mundo al mismo tiempo. Era el enemigo..Manifestado. Por primera vez. En otro plano un no-lugar donde el tiempo no existía Luzbel lo sintió.
El mármol que lo aprisionaba comenzó a vibrar. Su alma se expandió como una corriente dorada que golpeó las paredes de su prisión. Y a través de esa luz, vio lo que ocurría en la Tierra. Uriel y Asmodeo enfrentando al enemigo. Su luz apenas resistiendo. La oscuridad creciendo. Intentó moverse, gritar, romper la piedra. Nada.
Pero entonces recordó algo. El canto. El primer canto..Aquel que el Padre le enseñó antes de que existiera el mundo. La nota de la creación..La voz que daba forma a la materia y ordenaba el caos. Y Luzbel cantó. No con la voz, sino con el alma. Una vibración pura, profunda, que resonó en el corazón mismo de la existencia. El mármol se agrietó. La luz dorada se filtró. En la Tierra, Uriel y Asmodeo sintieron una oleada recorrerlos..Las sombras retrocedieron. El enemigo se estremeció.
—¿Qué es eso? —rugió.
Uriel levantó la mirada, jadeante.
—Es él. Luzbel.
Asmodeo sonrió..Su luz azul y la de Uriel se entrelazaron, envolviéndolos en una esfera luminosa..El canto de Luzbel se expandió más, resonando en los cielos, en la tierra, en el abismo. El enemigo gritó con furia..El sonido hizo temblar los continentes.
—¡Él no tiene poder! ¡El Padre se lo quitó!
Uriel respondió con voz serena y desafiante:
—El Padre puede quitarle la fuerza, pero no el propósito. Y el propósito es amor.
El enemigo los atacó con una oleada de oscuridad..Las sombras golpearon la luz, retorciéndose, buscando apagarla..Uriel cayó de rodillas..Asmodeo lo sostuvo.
—No cedas, amor —susurró él—. Estamos cerca.
La voz de Luzbel resonó una vez más, clara y potente dentro de sus almas:
No puedo salir pero puedo cantar. Mi luz está en ustedes.
Mi redención también.
El canto se transformó en energía pura..Uriel levantó la espada, ahora ardiendo con la mezcla del rosa, el azul y el dorado. Asmodeo extendió las alas. El aire se llenó de fuego, viento y fulgor. Y con un solo golpe, la espada cortó el aire, atravesando la sombra. El enemigo rugió..La grieta del cielo se cerró parcialmente, y las criaturas se disolvieron como humo bajo la lluvia. Uriel cayó al suelo, agotado. Asmodeo lo abrazó, sosteniéndolo entre sus brazos. Ambos miraron al cielo..En lo alto, entre las nubes, una figura resplandecía dentro del mármol que comenzaba a agrietarse. Luzbel, con los ojos abiertos, los observaba. No podía hablar, pero ambos sintieron su voz en el alma:
Sigan no dejen que la oscuridad se adapte. Ella evoluciona con el miedo….Ustedes deben hacerlo con el amor.
El viento se detuvo..El silencio volvió..El enemigo había retrocedido… por ahora. Asmodeo miró a Uriel, acariciando su rostro cubierto de hollín y lágrimas.