La Promesa Del Ángel

El Latido de lo Imposible

El silencio después de la batalla era antinatural..No era paz: era el suspiro frágil luego de un grito eterno.

Uriel permaneció abrazado a Asmodeo, sintiendo el temblor apenas perceptible del cuerpo del ángel contra el suyo. Las luces rosadas y celestes que envolvían sus alas seguían chisporroteando, como brasas que se negaban a morir..El viento olía a ceniza y renacimiento. A destrucción y promesa.

—Estamos vivos —murmuró Asmodeo contra su cuello.

Uriel no respondió..Solo cerró los ojos, hundiendo los dedos en la nuca de Asmodeo, como si el mero acto de tocarlo fuera la única barrera entre la realidad y el colapso..Luzbel se había desvanecido en el cielo como polvo de oro. Un sacrificio incomprensible, una bendición silenciosa. Y sin embargo, las palabras finales resonaban aún como un eco clavado en el alma de Uriel:

La próxima batalla no será contra la oscuridad sino contra el amor mismo.

Uriel alzó la vista..Su respiración era irregular; su mirada, ardiente y perdida al mismo tiempo.

—Esto no ha terminado —susurró— Lo sentí, esa voz. Esa… presencia.

—¿La Primera Sombra? —preguntó Asmodeo, apretando la mandíbula.

Uriel negó con la cabeza lentamente. No era tan simple. No era una sombra ya.
había evolucionado.

—No es la misma entidad, Modo —dijo al fin, apenas en un hilo de voz— No solo quiere destrucción.

Asmodeo frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Uriel tragó saliva. Había percibido algo que heló su luz, algo que jamás había sentido en el abismo ni en la rebelión ni en las torturas.
Era un frío distinto. No de muerte. De deseo.

—Quiere lo que nosotros tenemos —confesó— Quiere… amor.

Asmodeo lo soltó, para mirarlo de frente. Los ojos de ambos, dorados y celestes, se encontraron en una tensión inmensa.

—El amor nos salvó —dijo Asmodeo— ¿Pretendes decirme que ahora… es nuestra condena?

Uriel respiró hondo. Su voz se quebró suavemente:

—El amor nos unió y ahora será usado para quebrarnos.

Un murmullo reptó bajo la tierra. Un aliento invisible, femenino, dulce y venenoso a la vez, se deslizó como seda por los cimientos rotos de la realidad.

No temo a la luz.
No temo a la oscuridad.
Solo temo no poder sentirlo como ustedes.

La entidad ya no era solo sombra.
Ni solo odio. Ahora era hambre..Hambre de lo que jamás tuvo. De lo que ni el cielo ni el abismo podían enseñarle. Amor. Y para alcanzarlo, tenía nombre. Tenía objetivo.

Uriel.

Cuando Uriel y Asmodeo dieron el primer paso hacia el pueblo devastado, la noche se rompió..Como si la realidad respirara, las sombras se abrieron y una figura emergió. No era monstruosa. No era demoníaca. Era humana.

Joven, radiante, con piel luminosa como mármol húmedo y cabello negro que caía como cascada. Sus ojos eran de un gris perlado, llenos de un anhelo que atravesaba la médula. Era belleza imposible. Un espejo perverso del cielo. Uriel dio un paso atrás. Asmodeo instintivamente se colocó delante de él, alas abiertas como un escudo vivo.

—Tú… —murmuró Uriel, reconociéndola.

La figura sonrió, y su sonrisa era un universo que pedía ser amado.

—No tienes que temerme, Uriel — susurró ella, y su voz era terciopelo y ruina al mismo tiempo— No vine a luchar. Vine a aprender.

Uriel sintió un escalofrío profundo..Esa voz atravesaba su luz como dedos helados.

—No puedes amar —dijo Uriel, firme pero quebrado por dentro— No fuiste hecha para eso.

Ella inclinó la cabeza como si aquella frase fuera un cuchillo que la acariciaba.

—Precisamente por eso vine a ti —susurró— Enséñame. Muéstrame lo que el cielo me negó. Lo que incluso Lucifer, nunca entendió.

Asmodeo rugió:

—Aléjate de él.

Ella lo miró, no con odio. Sino con curiosidad triste.

—Tú eres el eco. Él, el corazón.

Asmodeo tembló. No de miedo. De furia pura.

—Uriel no es tu experimento —escupió— Y jamás lo será.

Ella sonrió otra vez, suave, como si no comprendiera la violencia, solo el deseo detrás de ella.

—Todos terminan aprendiendo de lo que aman —susurró, avanzando un paso— Hasta yo.

Uriel retrocedió instintivamente. No porque ella fuera terrible sino porque lo era demasiado poco. Demasiado parecida a él.
A lo que él pudo haber sido si la luz hubiera sido ausencia en lugar de guía..Y entonces, ella pronunció su nombre con una ternura que apuñalaba:

—Uriel…

La tierra respiró con ella..Y el mundo tembló. Pero ahí, justo cuando el peligro parecía avanzar como una ola inevitable, Asmodeo tomó la mano de Uriel y apretó fuerte..Tan fuerte que temblaron juntos.

—No la escuches —murmuró él, voz rota— Recuerda quién eres. Recuerda quiénes somos.

Uriel cerró los ojos..Sintió el calor de esa mano..El amor intacto..El voto eterno que los había sostenido en el cielo y en el abismo..Y abrió los ojos, encendidos como estrellas rasgando la noche.

—No puedes tener lo que no nace —declaró Uriel— Y el amor no se roba ni se aprende. Se vive.

La figura se detuvo. Algo en ella se fracturó.
Un dolor nuevo, puro y monstruoso, se encendió en sus ojos grises. Y la noche explotó en un rugido de fuerza invisible. En ese instante, el cielo se rajó como un velo quemado. Luzbel , ya sin cuerpo, puro espíritu dorado, apareció detrás de la entidad, su mirada como un sol quebrado. Y su voz, temblando como nunca se oyó de él, susurró:

No dejes que aprenda, Uriel. Si ella comprende el amor, el fin vendrá desde dentro de tu propio corazón.

La entidad giró suavemente. Su expresión era de niña herida. De diosa rota. De ángel que nunca fue creado. Y con una dulzura que congeló la sangre, sonrió:

Entonces enséñame a sentirlo o destrúyeme intentando.




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