La Promesa Del Ángel

Lo Que Arde y No Muere

La noche parecía contener la respiración.
La figura etérea había desaparecido, pero su eco seguía suspendido en el aire como una oración que nadie pidió y nadie podía olvidar.

Uriel y Asmodeo no se soltaron..Sus manos seguían unidas como si fueran la única ley que quedaba en el mundo. El silencio era cruel. No porque estuviera vacío sino porque estaba lleno de lo que no se dijo..Asmodeo lo repitió, casi inaudible:

—No la escuches, Uriel. No lo permitas.

Uriel bajó la mirada. Su pecho subía y bajaba como si hubiera pasado corriendo por mil batallas. Pero lo que lo destrozaba no era el miedo a esa entidad que recién los había enfrentado. Era el miedo a sí mismo. Porque durante un segundo, cuando ella lo llamó por su nombre, había sentido algo..No interés..No tentación.

Una llaga antigua abriéndose. Ese vacío que él creía haber enterrado cuando eligió amar a Asmodeo. Una parte de sí que recordaba sentir compasión hasta por la oscuridad..Asmodeo lo estudió, tenso, alerta. Las alas celestes se extendieron apenas, como un instinto de protección.

—Uriel, mírame —pidió, con una firmeza que solo el amor conoce.

Uriel levantó los ojos..Y la vulnerabilidad que brillaba en ellos lo hizo parecer más humano que nunca..Más hermoso que nunca. Rotamente eterno, peligrosamente frágil.

—No es ella lo que temo —confesó— Es lo que despierta en mí.

Asmodeo tragó. Y lo abrazó tan fuerte que pareció querer fundirse con él.

—Tú no estás hecho para odiar —murmuró— Pero no necesitas ser lo que fuiste para enfrentarla. Puedes ser algo nuevo.

Uriel tembló en sus brazos. El dolor de la duda quemaba.

—¿Y si no puedo? ¿Y si mi luz no basta?

Asmodeo apoyó la frente contra la suya.

—Entonces yo seré tu luz. —su voz no tembló— Y si tú caes, yo caeré contigo. Juntos. Hasta el final.

Uriel exhaló, quebrándose un poco más.
Porque esa promesa era una bendición… y una condena hermosa.

—No quiero perderte otra vez —susurró.

—No lo harás —respondió Asmodeo, con una certeza que parecía un juramento sellado antes del tiempo— Lo peor ya lo superamos. No dejaremos que nos rompan otra vez.

Uriel cerró los ojos. Y por un momento, el mundo fue solo dos almas sosteniéndose para no caer. Pero la tregua duró lo que dura un latido con memoria..Porque la tierra vibró bajo sus pies. Un murmullo profundo, como miles de voces enterradas y despiertas al mismo tiempo, atravesó el aire. Asmodeo retrocedió un paso, alas tensas.

—Otra vez — murmuró, tensión helada corriendo por su sangre celestial— La siento.

Uriel respiró hondo..Había dejado de temblar..Ahora había fuego en su mirada.

—No es ella —dijo, sus ojos dorados encendiéndose como brasas— Es algo más.

Un sonido metálico retumbó a sus espaldas.
Como cadenas arrastradas por la piedra del universo..El aire se volvió oscuro, denso casi líquido..Y entonces, una risa suave, femenina y rota se escuchó alrededor de ellos. No en un lugar. Sino en todas partes.

Me rechazaste.

La voz no era ira. Era duelo. Era un corazón que nunca existió tratando de latir.

Si el amor no puede ser mío entonces no será de nadie.

Asmodeo tensó la mandíbula. Uriel apretó el puño. La voz se volvió un susurro cortante:

Comenzaré con lo que más valoras.

Un aroma familiar los golpeó. No de destrucción. No de muerte. Pan. Harina quemada. Carbón húmedo. La panadería. Su refugio. Su hogar. Su vida humana. Su promesa de paz. Uriel sintió que su corazón se helaba.

—No… — susurró, con los labios abriéndose en horror.

Un viento gélido cruzó el pueblo. Y de pronto, las llamas negras se elevaron hacia el cielo, devorando el lugar donde juntos habían aprendido a vivir como hombres enamorados, no como guerreros. La panadería ardía.

Pero no fuego físico. Era fuego que devoraba memoria. Identidad. Esperanza. Era fuego que quería borrar el amor. A su alrededor, las sombras parecían materializarse en criaturas sin forma, avanzando desde todas las direcciones como una marea hambrienta. Uriel sintió que algo dentro de él se rompía.

—Eso era lo único que teníamos… —susurró.

Asmodeo tomó su mano otra vez, firme como una ancla en un océano de pesadillas.

—No, Uriel —dijo— Lo único que tenemos.

Lo acercó, su voz baja, vibrando amor y desafío.

—Soy yo. Y tú. Eso jamás podrán quemarlo.

Uriel lo miró. Y la furia que encendió su luz esta vez no venía del dolor, sino del amor que se rehúsa a morir. Su voz fue un filo divino:

—Entonces que vengan..Les enseñaremos lo que el fuego no puede destruir.

El cielo rugió. Las sombras avanzaron como una ola infinita.bEl mundo contuvo la respiración. Y Uriel desplegó sus alas rosas incandescentes, cortando la noche mientras Asmodeo extendía las suyas celestes, listo para matar o morir por el hombre que amaba. Juntos. Indomables. Imposibles de arrancar el uno del otro. Del interior de las sombras emergió una silueta. No la criatura femenina. No un demonio.

Era Luzbel.

Pero no el Luzbel caído. Ni el mármol. Ni el espíritu prisionero. Era otro. Un reflejo retorcido. Una copia hueca. Con los mismos ojos azules de antes de su caída. La misma belleza inmortal. Pero vacía. Torcida. Y sonrió como quien recuerda el paraíso y escoge el infierno.

—¿Quién dijo que solo ella iba a aprender de ustedes? —murmuró esa versión oscura de Luzbel.

Uriel sintió su alma temblar. El enemigo ya no quería destruir el amor. Quería copiarlo y convertirlo en un arma.




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