El viento arrastraba las cenizas de lo que fue la panadería. Las brasas flotaban como luciérnagas moribundas. El olor a memoria quemada seguía clavado en el aire.
Uriel no parpadeaba. No respiraba. Estaba helado, como si el tiempo alrededor suyo hubiese decidido observarlo sufrir antes de dejarlo moverse otra vez. Asmodeo permanecía frente a él, una mano en su pecho, la otra extendida hacia las sombras, protegiendo.
Ambos sabían que quien surgió del humo no era Luzbel. Tenía su rostro. Su cuerpo..Su belleza peligrosa. Pero no su alma. Una versión sin latido..Sin culpa. Sin humanidad. Un eco perverso fabricado de la oscuridad primordial.
—Uriel —dijo esa copia, con una voz que había sido dulce alguna vez—.Creí que vendrías a mí más rápido. Tuviste un mundo entero para correr… y elegiste quedarte.
Su sonrisa no era seducción; era hambre disfrazada de ternura. Asmodeo dio un paso adelante, alas celestes extendidas, cuerpo un escudo divino.
—No te acerques más —gruñó— No eres él.
La copia ladeó la cabeza, estudiándolo.
—Soy lo que él fue antes de corromperse
y lo que tú jamás serás —susurró— Pureza sin debilidad. Amor sin sacrificio. Deseo sin culpa.
Luego fijó sus ojos en Uriel, y el mundo pareció temblar.
—Yo sé lo que es perderlo —dijo, con una calma letal— Sientes que morirías si vuelve a desaparecer de tu lado, ¿verdad?
Uriel apretó la mandíbula..Pero su corazón tembló..Ese era su miedo más íntimo..Perder a Asmodeo otra vez..Morir no por daño, sino por ausencia..Asmodeo lo sintió. Y ese mínimo temblor lo atravesó como una espada. La copia sonrió despacio.
—No te preocupes, Uriel. No voy a lastimarte —susurró con una suavidad enfermiza— Solo voy a quitar de tu lado a quien te hace débil.
El suelo tembló bajo sus pies..Asmodeo abrió sus alas completamente; su aura celeste estalló en chispas.
—Tócala y mueres —dijo, voz grave, helada—
Uriel es mío.
La copia suspiró. Casi con ternura.
—Ese es tu error, príncipe arrepentido. Uriel no pertenece a nadie. Pero si perteneciera sería a la luz. A mí.
Asmodeo lanzó un golpe de luz azul. El clon lo detuvo con dos dedos, sonriendo. Uriel dio un paso adelante, pero Asmodeo extendió un brazo, impidiéndole avanzar.
—Asmo… — murmuró Uriel, temblando.
—No —susurró él— No vuelvas a poner tu cuerpo entre la muerte y la mía. Hoy no.
El falso Luzbel inclinó la cabeza con curiosidad.
—Qué adorablemente patético. Sacrificio, miedo, dependencia. A eso llaman amor.
Sus ojos se oscurecieron, llenándose de una hambre profunda, silenciosa.
—Uriel —dijo suave, como si pronunciara una plegaria— Déjame mostrarte lo que es un amor sin cadenas. Un amor donde tú eliges, no donde te aferras.
Uriel sintió algo helado en el pecho. Un forcejeo interno , un recuerdo vivo de cuando casi se rompió por amor en el abismo. Ese dolor antiguo quiso asomarse. Asmodeo lo sintió. Y por un instante, miedo verdadero cruzó por sus facciones.
—Uriel mírame —susurró, tomando su rostro entre las manos— No lo escuches. No dudes. No vuelvas a soltarme. No otra vez.
Uriel parpadeó, tragando aire como quien vuelve del borde de un precipicio.
—No dudo —susurró— Pero tengo miedo.
Asmodeo lo besó. Sin permiso, sin aviso. Un beso que temblaba, que dolía, que suplicaba, que prometía. La copia observó, inmóvil..Y algo se quebró en su expresión. Algo parecido a celos. Pero no celos humanos. Sino un odio frío, perfecto, diseñado para destruir.
—Interesante —murmuró—.El amor de ustedes no flaquea. Eso solo significa que cuando lo rompa será hermoso verlo caer.
Uriel retrocedió, ojos encendidos en fuego dorado.
—No podrás tocarnos —declaró— No otra vez. No nunca.
La falsa sonrisa se estiró con una calma cruel.
—No necesito tocarlos. El amor se rompe desde adentro.
Y con ese susurro, el suelo bajo ellos se abrió, tragándolos en un rugido..Un remolino de sombras los arrastró, lanzándolos a un vacío sin luz. Uriel intentó tomar la mano de Asmodeo, pero algo oscuro lo arrancó, separándolos.
—URIEL—!
—ASMODEO—!
Gritos que sangraron el aire. Fueron separados a la fuerza, arrastrados en direcciones opuestas. Y mientras caían en la oscuridad, la última voz que escucharon no fue la del enemigo…
Fue una risa. Lenta. Suave. Triunfal. Como si acabara de escuchar el primer crujido de un corazón partiéndose. Cuando Uriel golpeó el suelo, jadeante, alzó la vista y vio frente a él algo imposible: una ciudad devastada, bajo un cielo en rojo eterno, como si el fin del mundo ya hubiera ocurrido allí.
Y en lo alto, observándolo desde una torre derrumbada, Asmodeo. Pero no su Asmodeo. Un Asmodeo con ojos vacíos. Fríos. Infinitamente rotos. Como si ya hubiese elegido rendirse. Como si ya no lo reconociera. Y sonrió. No con amor. Sino con obediencia.
—No debiste venir por mí —susurró.
Yo pertenezco al abismo, Uriel. Y tú vienes conmigo.