La Promesa Del Ángel

Golpéame, pero no te perderé

El viento en aquel mundo roto era espeso, venenoso. No era aire; era desesperación suspendida. Uriel se incorporó, la piel ardiendo por el impacto de la caída. Su pecho temblaba, pero no de miedo.

De amor. De ese amor que lo había mantenido vivo tantas veces y que ahora era su mayor vulnerabilidad.

—Asmodeo… —susurró, levantándose.

Frente a él, sobre las ruinas de lo que parecía un templo derruido, Asmodeo descendió lentamente, alas celestes opacas, oxidándose como si el cielo mismo hubiese olvidado su color. Su rostro seguía siendo el rostro que Uriel amaba . Pero sus ojos, sus ojos estaban vacíos. Sin luz..Sin esperanza. Sin él.

El enemigo los había apagado. Uriel sintió cómo algo le desgarró el pecho desde adentro..No físico. No mágico. Emocional. Hondo. Devastador. Asmodeo posó los pies en el suelo frente a él. Su voz salió rota, distante, como si cada palabra fuese dictada por cadenas invisibles.

—No deberías haber venido. Aquí no se salva a nadie.

Uriel se acercó un paso. Despacio, con las manos abiertas, mostrando el corazón en lugar de defenderse.

—Estoy aquí para ti —susurró— Como estuviste tú para mí cuando caí.

La mandíbula de Asmodeo tembló.
Apenas. Como una grieta chiquita en una escultura. Un temblor que a cualquiera le habría parecido nada. A Uriel lo destrozó.

—No recuerdes —rogó el arcángel, la voz quebrada— No pienses en lo que fuiste. Solo mírame..Solo quédate conmigo.

Un murmullo oscuro recorrió el aire, como venas negras extendiéndose sobre el viento.

Mátalo.

La orden no vino de una voz audible. Fue un pensamiento impuesto. Un golpe directo a la mente de Asmodeo. Y Asmodeo cayó de rodillas, gimiendo. Luchando. Peleando dentro de su propio cuerpo.

Su mano tembló, y luz oscura se formó en su palma el poder que antes curaba, ahora corrompido para destruir. Uriel dio un paso más. No retrocedió. Nunca retrocedería de él. Asmodeo levantó la vista. Por un instante, solo un instante, su verdadera alma brilló en esos ojos rotos.

Dolor. Amor. Arrepentimiento. Y entonces lanzaron el primer golpe. Un rayo de energía azotó el aire y Uriel no se movió. Dejó que el impacto lo atravesara como un puñal. Su cuerpo cayó contra la piedra rota, la sangre dorada manchando el suelo..Asmodeo gritó. No en voz alta, no podía, pero su alma sí lo hizo, desgarrándose como un vidrio hecho trizas.

URIEL.

Uriel tembló, respirando con dolor. Pero su mirada seguía limpia, intacta, llena de ese amor imposible.

—Hazlo —susurró, con voz rota pero firme—
Si necesitas destruirme para liberarte hazlo.
Pero no te perderé. Ni muerto.

Asmodeo apretó los dientes..Sus alas temblaron. Su pecho se arqueó como si algo dentro quisiera salir.

—No puedo… — susurró, con su propia voz por primera vez, mínima, perdida — No quiero…

Uriel sonrió. Una sonrisa triste. Hermosa.
Inquebrantable.

—Entonces lucha. Lucha por nosotros. Lucha por ti.

Pero entonces una sombra envolvió la cabeza de Asmodeo la entidad primordial reclamando control. Su mirada volvió a apagarse. El enemigo habló a través de él, con esa voz suave, casi maternal.

—Tú no entiendes el amor, pequeño ángel. El amor verdadero destruye. Tarde o temprano se pudre. Y yo solo lo estoy acelerando.

Asmodeo levantó la mano otra vez. Un filo de energía negra se extendió como una guadaña.. Uriel abrió los brazos.

—Te amo —susurró, temblando— Hagas lo que hagas te amaré.

La guadaña cayó. La tierra tembló. Y en ese instante un crujido resonó en la distancia. Como mármol rompiéndose. Una voz, suave, rota, arrepentida, susurró entre ecos:

No lo toques.

Luzbel. Despertando dentro de su prisión de piedra. Rompiendo lentamente su condena.

Asmodeo parpadeó. Una lágrima azul, brillante, hermosa cayó de su ojo muerto. Uriel la vio. Una lágrima. Rebeldía pura. Esperanza resistiendo en un corazón poseído. Aquello bastó.

—Aún estás ahí —susurró Uriel, llorando—
Mi amor, tú nunca te irás.

Pero la entidad rugió dentro de Asmodeo, furiosa, amenazada, hambrienta. Y entonces habló con una voz que hizo temblar el mundo:

Si no puedo romper tu amor, romperé tu fe.

Un portal negro se abrió bajo Uriel.
Gigantesco. Voraz. Las sombras lo tragaron. Uriel cayó sin poder volar, sin poder gritar, sin poder aferrarse. Asmodeo extendió la mano, desesperado, pero su cuerpo no obedeció. Solo pudo susurrar, completamente roto:

—Uriel… perdóname…

Y la oscuridad se cerró. Uriel despertó. No en el mundo real. No en el abismo. En un lugar imposible. Su panadería. Iluminada. Llena de risas. Con el aroma a pan dulce y frutas. Y Asmodeo al otro lado del mostrador, sonriéndole como si nunca hubiera pasado nada.

Perfecto.
Hermoso.
Imposible.

Pero sus ojos no tenían sombra. Ni dolor. Ni memoria. Solo paz. Una paz falsa. Forzada. Podrida. Uriel sintió un escalofrío. Y detrás de él, la entidad susurró al oído:

Sueña bonito, mi ángel. Aquí el amor es eterno y nadie puede lastimarte.

Oscuridad.




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