La Promesa Del Ángel

Ni la Eternidad nos Separará

Silencio. Demasiado perfecto. Demasiado limpio. Uriel abrió los ojos en la panadería como quien emerge jadeando de un sueño febril. El sol atravesaba los cristales..Las campanas de la iglesia del pueblo sonaban suaves. Los niños reían afuera, jugando.

Una escena perfecta tan perfecta que daba miedo.

Asmodeo estaba detrás del mostrador, amasando pan como solía hacerlo, el cabello cayendo sobre su frente, sonrisa tranquila, ojos limpios , vacíos.

Vacíos de memoria. Vacíos de dolor.
Vacíos de él.

—Buenos días, amor —dijo Asmodeo, con una calidez artificial.

Uriel lo miró. A su mente le ardió un recuerdo como cuchillo:

Asmodeo levantando su mano para matarlo, temblando, llorando dentro de su propia prisión.

Uriel apretó los dientes.

—Esto no es real —susurró.

Asmodeo levantó la vista, parpadeó, sonrió más.

—¿Qué dices, cielo? Estás cansado. Ven, siéntate. Te prepararé algo dulce, te encanta.

Ese tono.Esa dulzura forzada. Ese amor perfecto que jamás había sido tan perfecto.

Uriel se inclinó y rozó su rostro con el de Asmodeo, buscando sentirlo, respirarlo, reconocer su alma. No estaba. El cuerpo estaba. El eco estaba. El alma no.

—Te extraño —murmuró Uriel con un llanto ahogado, aferrando la camisa de Asmodeo como un náufrago aferrado a una tabla en medio del océano.

Asmodeo no respondió a ese dolor. Solo apoyó una mano en su mejilla y sonrió como muñeco.

—Nunca te he dejado, Uriel. Estamos juntos. Para siempre.

Uriel retrocedió. El corazón golpeándole el pecho, la piel electrificada por miedo puro.

Eso no era amor. Era prisión disfrazada de cielo.

Mientras tanto, en la oscura prisión interior:

Asmodeo colgaba de las cadenas negras, la cabeza caída, el cuerpo exhausto..Sus alas celestes estaban abiertas y apagadas, como plumas mojadas incapaces de volar. Cada segundo era una agonía. Cada respiración, un recordatorio de su impotencia. Pero entonces lo vio.

Uriel en esa ilusión perfecta.

Sonriendo. Fingiendo. Sufriendo por dentro. Y sintió algo desgarrarse dentro de él: No su voluntad. No su cuerpo. Su alma.

—¡NO! —gritó Asmodeo, y las cadenas vibraron.

El enemigo habló en su mente como un susurro húmedo:

Deja de resistir. Amar también es saber perder. Tú lo amaste. Déjalo ir.

Asmodeo alzó la cabeza, los ojos llenos de lágrimas furiosas.

—Nunca lo dejaré —jadeó— Antes me pudro aquí por la eternidad.

El ser se rió..Un eco interminable, frío, arrogante.

Entonces pudre.

Los grilletes ardieron, quemándole la piel, y Asmodeo gritó hasta que su voz se quebró. Pero aun en ese dolor, aun rodeado de vacío y desesperanza Uriel apareció en su mente.

La forma en que lo miraba entre lágrimas cuando él lo había herido sin querer. La forma en que lo abrazaba cuando el miedo los había devorado. La promesa hecha en la primera luz del amanecer, cuando ambos habían elegido ser humanos:

Siempre contigo.

Y algo dentro de él rugió.

Uriel no está hecho para la prisión. Ni yo tampoco.

Una luz azul empezó a sangrar desde su pecho, débil pero invencible. El enemigo gruñó.

Cállate.

Otra descarga. Más dolor. Más cadenas apretando. Asmodeo gritó de nuevo, pero esta vez era distinto. El grito llevaba nombre. Llevaba fe.

URIEL, NO TE RINDAS.

Y al otro lado de la ilusión, Uriel sintió un parpadeo en su corazón, como una chispa constelada atravesando el cristal del engaño. Se tambaleó. Las luces perfectas de la panadería parpadearon. Asmodeo, el falso, el ilusorio, lo miró.. Y sonrió con un toque de maldad.

—Quédate conmigo, Uriel —susurró, ojos negros por un segundo— Aquí nunca sufrirás.

Uriel dejó caer la bandeja que intentó recoger por instinto. El sonido retumbó como un trueno.

—Prefiero sufrir con él que vivir sin él.

Las paredes comenzaron a agrietarse. Las voces risueñas afuera se distorsionaron. La ilusión crujió como cristal frágil. El enemigo habló desde todas partes.

—¿Tanto te importa este corazón condenado? ¿Renunciarías al cielo por él?

Uriel levantó la cabeza, ojos ardientes, alas tensas.

—Renunciaría a todo.

Un susurro..Un rugido..La ilusión tembló violentamente..Asmodeo, encadenado en la oscuridad, sintió un tirón en el alma..Como dos cuerdas tensadas intentando encontrarse. Y gritó, con una fuerza que no sabía que tenía:

URIEL, VUÉLVEME A BUSCAR. YO TE ENCONTRARÉ.

Uriel gritó su nombre al mismo tiempo.

ASMODEO.

Luz. Oscuridad. Choque. Silencio. Uriel abrió los ojos. No estaba en la panadería. No estaba en el infierno. No estaba en ninguna parte conocida.. Era un vacío blanco..Infinito. Frío. Hasta que escuchó un paso detrás de él.

Giró.

Y vio a Luzbel, aún de mármol, pero con una grieta en la mejilla y un ojo moviéndose lentamente, mirándolo.

—No dejes que lo rompan —susurró con voz de piedra, cristalina y agonizante—.O perderemos a Asmodeo para siempre.

Uriel tragó aire, tembló, abrió sus alas y apretó los puños.

—Que intenten quitarme al amor más grande que jamás existió.

Su luz explotó.




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