La Promesa Del Ángel

El Grito del Amor Inquebrantable

El mundo tembló como si la atmósfera recordara su fragilidad.

URIEL y LUZBEL avanzaron juntos, hombro a hombro, rodeados por un torbellino de sombras que gruñían, se contorsionaban y desgarraban el aire con chillidos inhumanos.

Cada demonio era una boca hambrienta.
Una jaula de colmillos. Un eco del odio que había dominado el abismo desde antes de la memoria.

Pero Uriel no retrocedió. Sus alas rosadas ardían como fuego nacido del amanecer. Su pecho vibraba con un único propósito:

Salvar a Asmodeo.

A su lado, Luzbel desplegó las siete alas que solo un querubín podía portar. Cada pluma irradiaba colores celestiales que se convertían en acero brillante en cuanto rozaban una sombra invasora. Con un movimiento elegante una danza de luz letal Luzbel atravesó a tres demonios, que se deshicieron en polvo lumínico antes de siquiera gritar.

—No permitas que toquen tu alma, Uriel —ordenó Luzbel, su voz profunda, serena, protectora— Ese ser quiere quebrarte, y solo te tiene a ti en la mira.

Uriel no respondió. No necesitaba palabras.
El amor era su lenguaje. La devoción, su escudo.

Del otro lado del campo, el cuerpo esbelto y hermoso de Asmodeo flotaba como un espectro torturado. Su piel celeste estaba oscurecida. Sus alas, ennegrecidas y rotas. Sus ojos, invadidos por un abismo sin fondo. Pero dentro ardía un corazón que jamás había dejado de amar. Y ese corazón estaba rompiéndose.

Dentro de Asmodeo

Oscuridad líquida. Un océano espeso y eterno donde él no tenía forma, ni piel, ni alas. Solo dolor. Y memoria. Memoria que el enemigo intentaba arrancarle, entretejiendo falsos pensamientos como cadenas de espinas:

Él te traicionará. Nunca te amó de verdad. Tú eres una carga para él. Uriel solo brilla sin ti.

¡MENTIRA! —rugió Asmodeo, aunque su voz apenas era un susurro en su prisión.

La criatura que controlaba su cuerpo rió dentro de su mente.

¿Y si te lo digo tantas veces que lo creas?

Pero entonces un destello. No luz celestial. No energía angelical.. Amor.

El más simple. El más humano..Un recuerdo se abrió paso como una flor en medio del vacío. El primer beso. No el que recordaba ahora como príncipe del abismo. No el que compartieron en el dolor y la guerra. Sino el primero de verdad. En un lugar tranquilo, antes de todas las batallas. Antes de la caída. Antes del abismo y del cielo.

Un jardín escondido entre nubes. Uriel riendo, nervioso. Asmodeo acercándose con cuidado, como si su piel fuera pétalo y soplo divino. Y ese beso, tan suave, tan puro, encendiendo algo que ni el Padre pudo prever. Un amor que no pertenecía a ninguna ley.

Uri….mi luz….mi hogar…

El recuerdo se aferró a él como un ancla, como una espada, como una plegaria.

—Uriel, no me dejes.

Su voz lloró en la oscuridad, y el enemigo rugió furioso, como si algo en su control se agrietara.

¡NO! ¡SOY TU DUEÑO!

Asmodeo se encogió, pero luego, con los dientes apretados, gritó desde lo profundo de su alma:

¡TÚ NO ERES NADA! ¡ÉL ES MI TODO!

Las cadenas internas crujieron. Una luz azul pálida brotó de su pecho, pequeña y temblorosa, pero real. El enemigo chilló..Un fragmento de libertad. Una pequeña victoria. Y afuera, su cuerpo lo reflejó. Su mano, temblorosa, sangrante, se movió apenas, como intentando alcanzar a Uriel.

De regreso al campo de batalla

Uriel giró un instante al verlo. Ese gesto. Ese pequeño temblor. Asmodeo estaba luchando. Un sol interno estalló en Uriel. Su voz, quebrada pero poderosa, reverberó por el campo:

—Estoy contigo, amor. ¡No te rendiré!

Luzbel observó a Uriel, y por primera vez desde la caída, desde el principio del tiempo, sus ojos dorados se humedecieron.

—Ese amor… —murmuró— Ese amor podría reescribir la historia del universo.

Pero la batalla rugía. Y la criatura, en control de Asmodeo, sonrió desde su rostro:

—Si te ama tanto entonces sufrirá viéndote caer.

El enemigo levantó la mano de Asmodeo para atacar a Uriel. Uriel cerró los ojos. No para rendirse. No para temer. Sino para recordarle a Asmodeo quién era. Quiénes eran. El golpe nunca llegó. Luzbel descendió como un rayo, sus alas desplegadas en furia protectora, deteniendo el ataque con un destello arcoíris.

—No lo tocarás jamás —gruñó Luzbel—
Yo también fui amado una vez y elegí mal.
Pero él no repetirá mi error.

Uriel respiró hondo. Su luz se intensificó, bañando el pueblo en un resplandor cálido.

—Asmodeo —susurró, sabiendo que él escucharía— Vuelve a mí. Yo te sostendré esta vez.

La tierra vibró. Las sombras retrocedieron un segundo.nY dentro del abismo mental, Asmodeo abrió los ojos con lágrimas y furia mezcladas.

—Uri, te oigo y mi corazón responde.

Las cadenas internas empezaron a deshacerse.nEl enemigo chilló, enfurecido..El cielo se rasgó. No por los ángeles. No por los demonios. Sino por un sonido jamás oído en ninguna dimensión: El latido sincronizado de dos almas destinadas. Y desde esa brecha, una voz antigua ni luz ni sombra, sino verdad susurró:

Cuando el amor rompe el abismo, el creador despierta.

La tierra entera contuvo el aliento. Y en ese instante, cuando Uriel extendía la mano para intentar tocar a Asmodeo de nuevo una sombra gigantesca emergió detrás de Luzbel, garras alzadas. Uriel gritó su nombre. Asmodeo gritó el de Uriel, rompiendo otra cadena interna. Y la pantalla, el mundo, se fundió en luz negra




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.