La oscuridad no tenía límites. No era vacío. Era presencia, pesada como un océano sin fondo, hecha de susurros y sangre, de desesperación petrificada en el tiempo. Uriel cayó, sin alas, sin cuerpo, sin forma. Solo luz y voluntad. A su alrededor, murmullos serpenteaban como serpientes ciegas:
No lo lograrás. Morirás con él. El amor no salva, destruye. El abismo siempre toma lo que toca.
Pero Uriel siguió cayendo, sin cerrar los ojos, sin temblar..Porque al fondo de ese infierno mental había una luz. Pequeña. Azul. Temblorosa. Asmodeo. Ese brillo que un día iluminó el cielo, que después incendió el abismo, que ahora titilaba como un farol en medio de un cementerio eterno. Uriel no gritó su nombre. No necesitaba. El amor era un hilo que cruzaba mundos. Y el hilo ardía.
Cuando finalmente pisó suelo si es que eso era suelo la oscuridad se pegó a sus tobillos como lodo vivo, intentando retenerlo. Uriel caminó igual. A cada paso, el suelo se iluminaba suavemente, dejando un rastro rosa. Pequeñas motas de luz flotaban detrás de él, como si las estrellas mismas se escaparan del firmamento para acompañarlo.
Entonces lo vio.
Asmodeo estaba suspendido en el aire, encadenado a una pared hecha de cristal negro. Sus brazos extendidos hacia arriba, muñecas sujetas con grilletes de sombras líquidas. Su cuerpo era luz quebrada, como un vitral roto. Azul, blanco, plata y sangre dorada recorriendo su pecho.
Sus alas celestes, las mismas que un día abrazaron a Uriel en un mundo lleno de pan dulce, café tibio y risas, ahora pendían caídas, marchitas, llenas de grietas lumínicas como si hubiesen llorado luz hasta vaciarse.
Tenía los ojos cerrados. Pero cuando Uriel dio el primer paso hacia él, esos ojos se abrieron de golpe. Negros. Sin pupilas. Sin alma. Un latigazo atravesó el pecho de Uriel. Pero entonces. justo detrás de esa oscuridad una chispa azul.
—Uriel… —su voz era una herida abierta—. No vengas. Huye.
Uriel sonrió. Dulce. Doloroso. Inquebrantable.
—No me iré de tu lado jamás.
Asmodeo intentó apartar la mirada, como si ver a Uriel doliera más que cualquier tortura.
—Me perderás contigo… — murmuró—No soy fuerte esta vez.
Uriel levantó la cara con la serenidad de quien enfrenta al destino en persona.
—Entonces arderé contigo. Pero no te dejaré nunca.
Un gemido escapó de Asmodeo, medio sollozo, medio risa triste. Fue entonces cuando el aire se congeló.
El ambiente tembló. La oscuridad comenzó a agitarse, acumulándose detrás de Asmodeo, levantándose como humo que tomaba cuerpo, torso, uñas, sonrisa..Una voz surgió, extendiéndose por todas las direcciones a la vez:
—Qué hermoso. Patético, pero hermoso.
La sombra tomó forma. Era masculina, pero no humanoide. Un rostro fractal, hermoso y terrible, hecho de mil rostros llorando y riendo. Ojos infinitos..Boca infinita. Y alas..No dos. Cientos. Como un enjambre de sombras que mantenía la ilusión de ser un ser alado. Una corona rota flotaba sobre su cabeza.
—El Padre dejó huecos en la Creación —susurró el ser— Y yo nací en uno de ellos.
Uriel sintió su alma erizarse. No era demonio. No era ángel. Era lo que existía antes de ambos..El Enemigo que la Creación nunca nombró.
—¿Qué quieres…? —murmuró Uriel.
La entidad sonrió.
—Quiero destruir lo único que Dios nunca pudo controlar.
Sus dedos, hechos de vacío, extendieron una garra hacia Asmodeo.
—El libre albedrío que nace del amor.
Uriel sintió su corazón romperse..Una grieta real. Como cristal.
—Él eligió amar —susurró Uriel—. Y yo también. Nada podrás hacer para borrar eso.
El Enemigo sonrió como quien ve a un niño con una espada de madera enfrentar un dragón.
—Ah, Uriel… dulce ingenuo..¿Por qué crees que Dios nunca amó con libertad?.Porque sabía que el amor hace daño. Que destruye.
Que exige sacrificio..Y tú estás a punto de aprender eso.
La sombra empujó su mano dentro del pecho de Asmodeo. Asmodeo gritó. No humano. No angelical. Primordial. Las cadenas vibraron como huesos rompiéndose. La oscuridad se encendió como petróleo en llamas. Uriel cayó de rodillas, como si cada nervio estuviera siendo arrancado.
—¡Basta! —rugió.
La sombra rió.
—¿Vas a detenerme? ¿Con tus manos desnudas? ¿Con lágrimas?
Uriel levantó la cabeza..Y sus ojos se encendieron en rosa ardiente.
—Con amor.
La sombra se congeló. Por un instante, casi imperceptible, pareció retroceder. Y entonces, algo sucedió. El aire tembló. El espacio se abrió como un velo desgarrado. Una luz entró. Un rayo dorado. Una voz silenciosa. Un silencio perfecto. El Padre. Observable, pero no visible. Uriel lo sintió. Dios estaba mirando. Pero no ayudaba. No por indiferencia. Sino por respeto. Como si dijera:
Tu amor merece ser elegido, no impuesto. Este es tu milagro, no el mío.
Uriel se puso de pie. Sus manos, vacías. Su pecho, roto. Su alma, en llamas.
—No me importa la eternidad. No me importa caer otra vez. No me importa destruir el cielo si es necesario..Voy a salvarlo. Porque él me salvó primero. Porque él eligió amar aun cuando no sabía cómo.
Un silencio reverberó en el abismo mental. Asmodeo tembló. La oscuridad en sus ojos se fracturó. Una lágrima azul recorrió su mejilla.
—Uriel… —susurró—. Mi Uriel…
Y entonces otro estallido. Luzbel. Entró como una lanza de sol explotando dentro del abismo. Su cuerpo celestial brillaba como oro líquido. Sus alas arco iris abiertas en todo su esplendor. Su mirada ardía como un universo renacido.
—Si vas a pelear contra mi hermano —susurró Luzbel a la sombra—.pelearás contra nosotros dos.
El enemigo siseó.
—Caído. Tú eres mío también.
Luzbel sonrió suavemente..No con arrogancia. Con paz.
—Alguna vez lo fui. Pero ya no temo amar. Ni ser amado.
Y al decir eso, colocó una mano sobre el hombro de Uriel. Otro estallido. Y el pasado se abrió como un libro. Uriel y Asmodeo, antes del cielo, antes del tiempo.nDos luces que danzaban juntas en la primera aurora. Hermanos no por sangre, sino por elección divina. Destinados uno al otro como la primera armonía que Dios creó. El amor no era accidente. Era diseño. El enemigo gritó, fracturándose.