La Promesa Del Ángel

El Día en que el Amor Fue Borrado

El primer sonido fue un latido..Luego, un suspiro. Y después, la luz..Uriel abrió los ojos. No había fuego, ni sombras, ni cadenas mentales. El abismo había quedado atrás como una pesadilla que aún sangraba en el borde de la conciencia. Estaba en la tierra. En el pueblo que un día fue hogar. Pero algo estaba terriblemente mal.

No había ruinas. No había cadáveres. No había humo ni ceniza. Todo estaba perfecto. Demasiado perfecto. Las flores en los jardines parecían recién regadas. El aire olía a pan dulce y azahar..El sol brillaba como un niño inocente que desconoce la existencia del dolor. Uriel parpadeó.

Sus alas rosadas eran invisibles a la vista humana; su luz, contenida. Parecía un joven común, de pantalón negro y su chaqueta gastada. Pero algo en su pecho estaba roto. No por heridas físicas. Por memoria.

Asmodeo.

Lo sintió. Lejos, pero vivo. Libre. Y sin embargo había otra sensación. Una ausencia que dolía como fuego bajo la piel.

Uriel caminó hacia la panadería. La campanita sobre la puerta tintineó dulcemente al entrar. Olía a masa leudando, a miel, a hogar. Los clientes reían, tomaban café, devoraban medialunas doradas por el horno celestial que tantas veces encendieron juntos. Pero nadie volteó a verlo. Nadie lo saludó. Nadie sonrió al verlo entrar. Uriel tragó saliva..Se acercó al mostrador.

—Disculpa —susurró con su voz calma, que había detenido batallones y sellado tormentas— ¿Dónde está el panadero?

La joven tras el mostrador lo observó con desinterés.

—¿Qué panadero?

—El muchacho de ojos celestes. Sonrisa tranquila. Cabello negro. —Su voz tembló antes de pronunciar el nombre— Asmodeo.

Ella se rió, como si él hubiese dicho una fantasía infantil.

—No hay nadie aquí con ese nombre..Este negocio lo lleva la señora Rivas desde siempre.

Uriel sintió el golpe..Como un puñal.

Desde siempre.

Su corazón se quebró en silencio. No había carteles..No había fotos. No había rastros de ellos dos amasando pan bajo la luz suave del amanecer. Era como si nunca hubieran estado ahí. Las manos de Uriel se crisparon sobre el mostrador..Sus dedos ardieron con un temblor reprimido, como si la luz dentro de él intentara romper su piel y escapar en forma de furia contenida. La chica dio un paso atrás, inquieta.

—¿Estás… bien?

Uriel apartó la mirada. No respondió..Salió. La campanita volvió a sonar..Y en ese sonido frágil, casi roto, Uriel entendió el mensaje del enemigo:

No puedo matarte..Pero puedo matarte por dentro..Y borrar tu existencia de todo corazón que tocaste.

Y la tierra obedeció..A la distancia, una figura lo observaba. Cabello negro suelto, ojos azul noche, abrigo largo, manos en los bolsillos temblando.

Asmodeo.

Sus alas celestes invisibles, pero vibrando bajo la piel como cuchillas de luz listas para rasgar el mundo..Él sí lo recordaba.

Él sí veía al Uriel que brilló junto a él, que lo salvó, que lo amó más allá de la muerte. Pero no corrió a abrazarlo. No aún..Asmodeo sabía que en los ojos de Uriel había tormenta..Y si lo tocaba ahora, podría romperlo..O él podría romperse intentando contenerlo. Entonces un resplandor dorado suavizó el aire.

Luzbel apareció a su lado. No como estatua..No como demonio..No como príncipe del orgullo..Sino como lo que había sido antes de la caída: Querubín del amanecer, guardián de la belleza divina, luz nacida del pensamiento del Padre. Sus alas arcoíris se plegaron tras él suavemente.

—Regresó —susurró Luzbel.

Asmodeo no apartó la mirada de Uriel.

—Sí.

—¿Y las memorias humanas?

—El enemigo las arrancó —respondió Asmodeo con un hilo de voz—Como si él jamás hubiese tocado este mundo..Ni esta gente. Ni mi vida.

Un silencio cayó. Pesado. Doloroso..Luzbel cerró los ojos. Recordó el peso del mármol. La cárcel inmóvil. La impotencia..El arrepentimiento.

—Esa entidad… quiere quebrar lo que ni el cielo ni el infierno pudieron —murmuró—.El amor verdadero.

Asmodeo apretó los puños.

—Lo subestima.

Uriel estaba quieto en medio de la vereda, como una escultura enterrada en recuerdos rotos..La luz dentro suyo palpitaba con violencia. Pero no explotaba..Dolía. Luzbel habló entonces, suave como el canto del primer amanecer:

—¿Vas a acercarte?

Asmodeo tragó aire como si respirar doliera.

—No todavía.

—¿Por qué?

—Porque si lo abrazo ahora… —su voz se quebró, cruda, sin máscara— me voy a derrumbar..Y él necesita ver que sigo en pie.

Luzbel sonrió, triste, orgulloso, humano.

—El amor también es dolor, hermano.

—Lo sé.

—Pero también es lo que nos salva.

Asmodeo cerró los ojos y murmuró como quien ora:

—Uriel… aguanta..Estoy aquí. Siempre estuve aquí.

Y como si Uriel hubiese escuchado ese susurro sin sonido el ángel rosado levantó la mirada. Sus ojos brillaban con un dolor tan puro que incluso el aire pareció arrodillarse ante él. Y por un segundo, solo uno, sus ojos y los de Asmodeo se encontraron.

El mundo tembló. Una chispa, minúscula, nació entre ellos. No era memoria. Era instinto.bMemoria del alma. Como si su luz dijera:

Yo te conozco. Yo te amo. Aunque mi mente te haya perdido, mi esencia jamás lo hará.

Luzbel contuvo el aliento. Asmodeo dio un paso. Luego otro. Pero antes de llegar a él una sombra cruzó el cielo como un cuchillo. La luz se apagó en las farolas del pueblo..El aire se volvió pesado. Una voz susurró desde todas partes y ninguna:

—El cuerpo está casi listo. Disfrutan sus últimos días de ilusión.

El mundo se estremeció..Y una risa, lenta, eterna, llenó el viento:

Voy a arrancarte lo único que Dios nunca entendió, Uriel.

Uriel cerró los ojos.mUna lágrima rosa descendió por su mejilla. No era derrota. Era promesa. Asmodeo la vio. Y su corazón ardió.

El enemigo no había ganado..Solo había encendido la mecha. El suelo tembló. Desde el centro del pueblo, como si la tierra misma se desgarrara, emergió una grieta..De ella salió un dedo humano..Luego una mano. Luego un brazo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.