La Promesa Del Ángel

Donde el Amor Recuerda Primero

La mañana amaneció gris. Como si el cielo, confuso, no supiera si debía llorar o contener la tormenta para más tarde. Uriel caminaba solo por la calle empedrada del pueblo. Cada paso sonaba hueco, como si el mundo entero estuviera respirando en silencio para no romperlo.

Había cambiado su abrigo celestial por uno humano, gastado y lleno de harina vieja; uno que Asmodeo solía decir que le quedaba humano y adorable. Pero ahora nadie recordaba ese detalle. Uriel lo sujetó como si fuera un escudo. Como si el algodón pudiera protegerlo del filo helado del olvido.

La panadería estaba abierta. El aroma dulce, cálido, casi divino: miel, manteca, pan recién horneado. El mismo lugar donde él había reído, había amado, había despertado cada día sintiendo el roce suave de unas alas celestes a su lado.

Ahora una señora batía crema. Un hombre barría migas. Clientes reían. Era como ver su vida desde afuera. Caminó hacia la barra casi sin respirar.

—Hola —susurró, temiendo la respuesta.
La joven dependienta levantó la mirada y sonrió educadamente, sin rastros de reconocimiento.

—¿Qué te sirvo?

Uriel tragó aire, como si el mundo fuese agua y él tratara de no ahogarse.

—Yo… yo solía vivir aquí —dijo, con una voz tan suave que se rompió al final—. Trabajaba en este lugar.

Ella frunció el ceño.

—Qué raro. Este local siempre fue mío. Nunca contraté a nadie. ¿Quieres ver el menú?

La frase fue un golpe. Siempre fue mío. Nunca contraté a nadie. Las palabras eran cuchillos. Y aunque él no sangraba como un humano, dolían más que cualquier herida física. Uriel cerró los ojos. Un pulso rosa brilló bajo su piel, como un corazón desesperado queriendo explotar. La chica retrocedió, inquieta. Uriel bajó la cabeza, murmuró un perdón y salió. La puerta sonó.nEl ruido fue pequeño. Pero adentro de él , ue un derrumbe.

Caminó sin rumbo..Rodeado de gente que no sabía que existía. Caminó hasta que el aire se volvió frío y la bruma subió desde el río. Se apoyó en el puente de piedra.nEse puente donde Asmodeo solía levantarlo del suelo solo para abrazarlo mejor. Uriel no lloró. No podía. Los ángeles no derraman lágrimas físicamente pero el alma sí puede hacerlo. Y la suya lo hacía, como un océano arrastrándole las entrañas.

—Uriel.

La voz. El viento pareció detenerse. Se giró lentamente. Asmodeo estaba ahí. No como guerrero, no como caído, no como príncipe.

Si no como él. El joven de mirada profunda, cabello negro que el viento adoraba mover, y esa forma de sostenerlo con la mirada que siempre lo hacía sentir vivo. Pero hoy había miedo y esperanza en esos ojos. Asmodeo dio un paso. Después otro. Paró a un metro, como si acercarse más pudiera destruirlos a ambos.

—Sé que estás perdido —murmuró— Sé que nadie te recuerda.

Uriel lo miró. Y fue como volver a respirar después de ahogarse demasiado tiempo.

—Tú… .tú sí me recuerdas —susurró Uriel, y la voz se rompió en mil trozos invisibles.

Asmodeo tembló. Las alas invisibles vibraron debajo de su piel, queriendo manifestarse.

—No podría olvidarte aunque el universo lo ordenara.

Uriel tragó. Quiso tocarlo, pero su mano quedó suspendida en el aire, herida de miedo.

—¿Y si no soy nada ahora?

—No digas eso —la voz de Asmodeo fue un relámpago contenido—. Tú eres mi luz, Uriel. Antes de que el mundo lo supiera, yo ya te había elegido.

Uriel bajó la mirada. Tenía las manos cerradas, como si sostuviera fragmentos rotos de sí mismo.

—Asmodeo, tengo miedo —admitió—. Estoy aquí, pero no estoy. Todo lo que construimos desapareció.

—No desapareció —susurró Asmodeo, acercándose un paso más—. Vive en mí. Vive en ti. El enemigo puede borrar memorias humanas, pero no puede tocar lo que somos.

Uriel cerró los ojos. Y esa cercanía, ese aliento que chocó con su piel, fue más milagro que cualquier resurrección.

—¿Y si me rompo?
—Te sostengo.
—¿Y si me pierdo?
—Te encuentro.
—¿Y si ya no puedo amar como antes?

Asmodeo levantó su mano. No tocó su rostro aún pero la dejó a centímetros, temblando, pidiendo permiso.

—Entonces déjame amarte por los dos hasta que recuerdes.

Uriel sintió que sus alas querían desplegarse. Pero en su lugar bajó la cabeza, la frente rozando suavemente la de Asmodeo, apenas un susurro de contacto.

—No sé si merezco esto.
—No es un premio —la voz de Asmodeo era un juramento— Es una elección. Mi elección.

Uriel respiró temblando. Y esa cercanía lo sostuvo.

—Gracias… por seguir aquí.

Asmodeo tocó su mejilla al fin. Un toque leve. Reverente. Temeroso y profundamente devoto.

—Nunca me fui.

El silencio fue hermoso. El mundo entero pareció sostener la respiración para no romperlo. Pero entonces…

Un grito..Una explosión..El cielo oscurecido de golpe. Y una carcajada como vidrio quebrándose. El Enemigo no hablaba. Pero la risa lo decía todo. Asmodeo apartó su mano..Ambos dieron un paso atrás, alerta. El aire vibró. Las sombras se retorcieron. Y en medio de la calle vacía, una figura comenzó a formarse como si la oscuridad estuviera tejiendo carne, hueso y alma. Aún sin rostro. Sin cuerpo completo. Pero naciendo.. Asmodeo tragó.

—Está construyendo su forma final…
—Y cuando la tenga —completó Uriel, con voz baja y helada— destruirá todo lo que amamos.

La figura sin rostro giró la cabeza hacia ellos. Un agujero vacío donde debía haber boca sonrió. De esa boca sin labios salió un murmullo que heló la sangre:

Vuestro amor será mi festín.

Uriel dio un paso al frente. El viento agitó su cabello rubio. Sus ojos brillaron como luz nacida del dolor.

—Ven por mí —susurró— Pero nunca te lo llevarás a él.

Asmodeo tensó los dedos. Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla.

—Uriel…

Uriel lo miró por sobre el hombro.

—Prométeme que, pase lo que pase…
seguirás recordándome.




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