El enemigo aún no tenía forma completa.
Apenas una silueta de sombras, un rostro sin rasgos, ojos como pozos vacíos..Pero su presencia ya era suficiente para quebrar el aire.
—Vuestro amor… será mi festín —susurró la oscuridad.
Una corriente helada recorrió el mundo.
Asmodeo tembló. Uriel sintió cómo el suelo latía, como si el planeta palpitara bajo sus pies en señal de advertencia. Y él falló en escucharla.. El miedo, la furia y la desesperación entraron en Uriel como un huracán..Un segundo antes había sido luz contenida..Un segundo después era fuego puro, incontrolable, dolor hecho energía.
—No… te lo llevarás —gruñó, pero su voz ya no era voz, sino tormenta.
Sus alas rosadas estallaron en un resplandor feroz, no bello, sino devastador..Su luz se expandió como un sol desatado. Las ventanas reventaron..Las calles se agrietaron..Los árboles se volvieron polvo. Los humanos que habían sobrevivido cayeron al suelo, aterrados, cubriéndose como podían. Asmodeo gritó su nombre.
—¡URIEL!
Pero Uriel ya no escuchaba..Era dolor..Era furia. Era la herida más antigua de los cielos, perder lo que amas, encarnada en un cuerpo divino que recién recordaba cómo se teme.
La luz devoró las casas..El río hirvió..El cielo se abrió como una tela desgarrada..Y el enemigo rió. Porque la ira de un ángel alimenta a la oscuridad más que cualquier plegaria rota.
—Así… —susurró el enemigo, fortaleciéndose, absorbiendo el caos— así caíste la primera vez.
Y en ese instante, Asmodeo, aún libre, aún temblando, fue envuelto por una jaula de sombras, cadenas negras surgidas del aire, arrancándolo de Uriel y arrastrándolo hacia el enemigo que tomaba forma completa. Las sombras le cubrieron la boca, pero no lograron ahogar el grito en su alma:
¡Amor, detente! ¡No soy tu enemigo!
Pero Uriel no escuchaba..No podía. La luz en él ardía demasiado, devorándolo desde dentro. El enemigo completó su cuerpo..Humanoide, horrible, hermoso, hecho de odio y vacío..Sostuvo a Asmodeo como un trofeo. Uriel vio, por fin, tarde, lo que había hecho.
Su luz parpadeó..Su respiración tembló..Sus alas se marchitaron un poco, quemadas por su propio exceso.
—Asmodeo… —susurró, más niño que arcángel.
Asmodeo lloraba. Lágrimas celestes..Pero sus ojos no pedían ayuda. Pedían que Uriel volviera.
—Amor… regresa a ti —murmuró Asmodeo, su voz apenas aire— Yo estoy aquí. Siempre estuve.
Uriel cayó de rodillas..No porque fuera derrotado. Sino porque había sido él mismo quien casi destruyó su razón de existir.
—Padre… —susurró, y su voz se quebró como cristal— fallé. Otra vez.
Pero algo en él cambió. No fue obediencia. No fue sumisión. Fue amor. Puro, sin miedo. Sin orgullo. Sin divinidad. Y esa pureza quemó más que su ira. Uriel se puso de pie. No brillaba como antes. Era luz humilde. Luz verdadera.
—No lo tocarás —dijo suave, pero el universo tembló obedeciendo esa voz.
El enemigo lanzó cadenas hacia él. Uriel no atacó..No levantó alas. No rugió. Abrió los brazos. Aceptó el dolor. La culpa. El miedo. La humanidad que él había elegido aprender..Y murmuró la palabra más poderosa del cosmos:
—Perdón.
Las cadenas se evaporaron al contacto con su luz. El enemigo retrocedió, confundido, temeroso. Uriel caminó hacia él, cada paso un acto de amor y sacrificio. El enemigo gritó, envolviendo a Asmodeo, tratando de usarlo como escudo.
—¡NO! —fue el último grito del enemigo antes de ser engullido por la luz.
Uriel abrazó a Asmodeo una última vez.
Asmodeo lloró, suplicando:
—No me dejes. No ahora. No así.
Uriel sonrió triste y eterno.
—Nunca te dejaría, amor. Te libero… para que vivas.
Su cuerpo empezó a desintegrarse en pétalos de luz rosada, como plumas hechas de amanecer. La energía explotó como un sol tierno y silencioso..La ciudad renació.nLos muertos respiraron. La panadería se alzó como nueva..El pueblo recordó.
Y lloró.
Lloró por un arcángel que había amado como humano. Cuando la luz cesó, Asmodeo cayó de rodillas en el centro de la plaza. Solo. Con el silencio mordiéndole el alma. Murmuró su nombre.
—Uriel…
Y su voz quebró universos. La gente se acercó, confundida, agradecida, llorando sin saber por qué les dolía tanto un ser que apenas estaban recordando. Asmodeo no los escuchó.
—No debiste salvarme así —susurró, abrazándose a sí mismo como quien abraza un fantasma— Te necesitaba aquí. Conmigo. No como un recuerdo. No como luz. Como tú.
Y entonces lo sintió. Un soplo. Una brisa cálida. Un susurro sobre su oído, leve, dulce, tan conocido:
No estoy en el cielo porque mi hogar eres tú.
Asmodeo abrió los ojos, temblando. No veía a Uriel. Pero podía sentirlo..Tal como él prometió. Y el mundo, recién reconstruido, volvió a contener el aliento. Porque aunque Uriel había muerto no se había ido.
¿Puede un arcángel amar sin cuerpo? ¿Puede volver? ¿O deberá renacer… humano?