La Promesa Del Ángel

El Dolor que Purifica

La luz que había sido Uriel no se elevó al cielo ni cayó al abismo. Se quedó suspendida.

Viva, pero sin cuerpo. Presente, pero desgarrada. Como un corazón sin latidos que aún se niega a dejar de amar. El aire alrededor brillaba con partículas rosadas, vibrando como un suspiro quebrado en medio de la devastación. Las calles del pueblo, antes llenas de risas y pan caliente, ahora eran ceniza. El silencio pesaba tanto que parecía gritar. Entonces la voz que crea, guía y juzga habló:

Uriel.

Todo su ser tembló. Él quiso abrir los ojos, pero no tenía párpados. Quiso respirar, pero aún no había pulmones.

—¿Padre… estoy muerto? —fue un pensamiento convertido en lamento.

Estás aquí. Mientras estás aquí, vives.

Un temblor de esperanza lo recorrió..Luego llegó el dolor. El recuerdo de Asmodeo rompiéndose al verlo desaparecer.

—Fallé —dijo Uriel, sintiéndose puro vacío— Perdí el control..Destruí casi lo pierdo a él. Y eso…. eso es peor que morir.

La respuesta fue suave y devastadora.

No soy ciego a tu dolor. Y no soy sordo a tu amor.

Uriel quiso caer de rodillas. Pero no tenía piernas. Aun así, todo en él quiso inclinarse ante esa voz.

Eres el arcángel purificador. Y aún purificas. Aún sanas. Incluso roto.

Una vibración profunda lo atravesó. Las partículas rosadas se tensaron, como nervios a punto de convertirse en carne.

—¿Asmodeo…? —susurró Uriel.

Llorándote.

El mundo físico comenzó a dibujarse frente a él, borroso, líquido, como un sueño que quiere volverse real. Y lo vio.

Asmodeo, de rodillas en el suelo donde él había desaparecido. Sus alas celestes plegadas como flores marchitas. La espalda arqueada, el pecho temblando. No gritaba ya; había pasado el grito, había pasado el llanto. Ahora había silencio roto en forma humana.

Un ser poderosobconvertido en apenas un hombre perdido. Uriel intentó extender una mano hacia él, pero su brazo era solo luz temblorosa.

—Amor… —susurró.

Asmodeo no lo oyó. Sus dedos estaban hundidos en la tierra, como si intentara sostener un mundo que se derrumbaba bajo él.

—Déjame ir a él —rogó Uriel al cielo.

Aún no.

—¡Su dolor es el mío! ¡No puedo verlo así!

La respuesta fue tan suave que dolió más.

No puedes sanar una herida mientras sangras. Él debe aprender a respirar sin ti para poder luchar contigo.

Uriel tembló no de miedo, sino de amor que duele más que cualquier guerra.

No estás solo.

Otra luz apareció a pocos metros. Luzbel. Ya no hielo, ya no mármol, ya no soberbia.

Sus alas , vastas, hermosas, aún incompletas brillaban con tonos dorados y nacarados, recuperando lentamente sus antiguos colores de arco iris. Sus ojos, dorados y heridos, miraban a Asmodeo con dolor fraterno. Y cuando su mirada se deslizó hacia el lugar donde la luz de Uriel flotaba, él supo.

—Uriel… —susurró Luzbel, no viéndolo, pero sintiéndolo como fuego en su pecho— Perdóname.

Uriel sintió su esencia estremecerse..El Padre habló de nuevo:

Él está libre pero su castigo no terminó. Tu caída temporal es una lección para él. Su poder regresa. Pero aprenderá esta vez a ser humilde… al ver lo que significa perderte.

Uriel dolió, pero entendió. El sacrificio no era solo suyo. Luzbel debía enfrentar la compasión y el vacío para ser verdadero luz otra vez.

Tu misión no terminó.

—¿Y el enemigo?

Regresará con cuerpo y odio. Más fuerte. Más astuto.

—Entonces debo volver completo.

Estás renaciendo, como él.

Un cosquilleo ardiente atravesó la luz que era Uriel. Forma. Peso. Tendones imaginarios tensándose. Huesos tejiéndose bajo piel aún inexistente. El fuego de Luzbel se mezcló con él, sin pedir permiso. Compartido. No impuesto.

Un acto de hermandad celestial. Uriel sintió su espalda arder. Ala por ala, pluma por pluma, su forma tomaba existencia. Pero cada fibra ardía. Renacer duele. Renacer por amor quema. Mientras tanto, Asmodeo levantó lentamente el rostro, con ojos inundados de vacío.

—Uriel… —sus labios temblaron, sin voz— Mi alma…

Y Luzbel, a su lado, cerró el puño y tembló con furia contenida.

—Si él no vuelve… —murmuró Luzbel con un tono antiguo, casi divino— yo quemaré al enemigo con mis propias manos.

Uriel sintió ese juramento como un abrazo. No estaba muerto. No estaba olvidado. No estaba perdido. Estaba volviendo.

—Padre —juró, su voz ahora más sólida, más real— no permitiré que el enemigo tome lo que amo. Ni una vez más. Ni nunca.

La luz del creador fue viento cálido.

Entonces levántate.

Un pie se formó. Luego el otro. Uriel avanzó un solo paso. Un paso hacia la vida. Un paso hacia su amado. Y el mundo pareció contener la respiración. Asmodeo sintió algo una chispa, una vibración, un temblor divino y sus ojos se agrandaron.

—…Uriel?

La luz respondió, suave como caricia:

Mi amor…

Y el universo supo que la batalla aún no había terminado..Pero el ángel del amor también era ahora el ángel que aprendió a sobrevivir al dolor. Lucifer recupera su luz, pero no sus fuerzas. Uriel renace, pero aún sangra. Asmodeo vive, pero vacío. El enemigo prepara un cuerpo…

Y el amor que une a dos arcángeles
está a punto de convertirse en el arma que puede salvar o romper el mundo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.