La Promesa Del Ángel

Renacer en tus brazos

El viento se quebró. No sopló. No rozó. Se quebró, como una hoja frágil que cae en mitad del invierno. Y a través de ese quiebre
entró la luz.

Primero fue un resplandor agrietado, sucio de dolor y ceniza. Luego un pulso, violento, desesperado, y entonces un latido uno solo, pero tan poderoso que estremeció la tierra.

Asmodeo levantó la cabeza lentamente.

Llevaba horas sin moverse, sin parpadear, sin respirar siquiera de manera consciente.
Porque ¿para qué respirar cuando el mundo había dejado de tener sentido?

Sus manos temblaron. No por frío. Por esperanza. Y ese temblor fue la primera grieta en su pena profunda.

La luz se alzó frente a él como un amanecer buscando forma. Columnas de claridad descendieron, creando un océano blanco y rosa alrededor suyo, arremolinándose como pétalos consumidos por fuego sagrado.

Asmodeo se puso de pie, a trompicones, sin equilibrio, como un hombre que vuelve del abismo, y su mirada, perdida y vacía hacía apenas un instante, encontró la figura naciente. Un cuerpo moldeándose. Carne sobre luz. Plumas brotando como flores despiertas. Y entonces lo vio.

Uriel.

De rodillas en el suelo, temblando, jadeando como si acabara de aprender a respirar por primera vez.

Sus alas, resplandecientes y rosadas, se desplegaron con violencia, lanzando chispas que parecían cristales flotando en el aire nocturno. Sus cabellos húmedos caían en mechones dorados y rosados, pegados a su rostro bañado en lágrimas. Sus ojos, oh, sus ojos, eran oro líquido derramado, brillando con el peso de mil emociones y una sola verdad.

Vivía.

Asmodeo cayó de rodillas. No por debilidad. Por sobrecarga emocional. Por amor desbordado. Por puro milagro.

—U… Uriel… — la voz se quebró, irreconocible incluso para él.

Uriel levantó la mirada, como quien despierta de una pesadilla eterna y ve el único sueño que importaba.

—A… Asmodeo —sus labios temblaron—
Perdóname por hacerte esperar…

Una lágrima enorme rodó por su mejilla, brillando como un fragmento de estrella recién nacida.

Asmodeo avanzó a cuatro patas, sin orgullo, sin control, arrastrándose hasta él, hasta tocarlo como si temiera que fuera un espejismo. Sus manos tocaron el rostro cálido. Y entonces se rompió.

—Nunca— volvió a respirar con un sollozo—
Nunca vuelvas a dejarme.

Uriel apoyó su frente contra la de él. Ambos temblaban, ambos lloraban.

—Nunca más —susurró Uriel, su voz rota, dulce, herida, luminosa— Juro por mis alas, por mi luz, por mi amor… nunca más.

Asmodeo lo besó.

No fue un beso limpio. No fue suave. Fue un beso desesperado, casi torpe, lleno de manos aferradas, lágrimas saladas y respiraciones rotas. Fue un beso que dolía y sanaba al mismo tiempo. Fue dos almas reencontrándose en carne. Un estruendo sacudió los cielos. Como si el universo mismo exhalara. Luzbel observaba con los ojos abiertos, brillando como soles eternos. Su cuerpo ya no era el de un ángel caído. Ni el de un mártir sin poder.

Era otra cosa. Era Luzbel, el querubín, el que una vez había sido el favorito del Padre..Su forma radiante estalló en luz iridiscente, cada pluma de sus alas conteniendo los siete colores de la creación. Sintió algo cálido atravesarle el pecho. Como un beso divino..Como un perdón silencioso, profundo y eterno. El Padre no habló en palabras. Pero Luzbel cayó de rodillas igualmente, temblando bajo una luz infinita que lo bañaba con amor..Perdonado. Después de eones, perdonado..Las lágrimas resbalaron por su rostro perfecto y antiguo.

Él, que había sido orgullo puro, ahora lloraba como un niño. Uriel y Asmodeo lo miraron. Y sin decir nada, sin moverse, sin intención, sus corazones reconocieron el milagro. La luz que resplandeció desde Luzbel retumbó a través de la tierra y cielo. Y muy lejos, en algún rincón donde el enemigo aguardaba algo tembló.

Un rugido silencioso se alzó en el vacío oscuro. No miedo humano. No rabia mortal.

Temor.

El enemigo había sentido la verdad:.La luz regresaba a su trono. El amor había sobrevivido a la muerte. Y ahora tres seres que jamás debieron unirse estaban del lado de la creación.

Un arcángel restaurado. Un príncipe redimido. Un querubín perdonado.

No había victoria más amenazante para la oscuridad. Uriel, aún sostenido por Asmodeo, respiró profundamente. Su cuerpo todavía dolía. Su alma ardía. Pero estaba vivo.

—Asmodeo —susurró, rozando su mejilla con la palma— ¿Puedes sentirlo?

—¿El qué?

Uriel sonrió, cansado, pero más hermoso que nunca.

—El final de la mentira. El inicio de una nueva guerra.

Asmodeo apretó su mano.

—Si es contigo… no temo nada.

Uriel lo besó, más suave esta vez, con ternura infinita. Y sobre ellos, el cielo brilló. Las estrellas parecieron inclinarse. Y la sombra del mundo tembló. Porque cuando el amor verdadero renace hasta la oscuridad aprende a temerle. Un enemigo invisible. Tres luces reunidas. Un mundo que aún no recuerda y una guerra que recién comienza.

El renacer de Uriel fue el aviso. Lo que viene será la prueba final.




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