Perspectiva: Asmodeo
Oscuridad. Pero no una oscuridad hecha de sombras….Era más bien una ausencia. Una negación del existir.
No había suelo bajo mis pies. Ni cielo sobre mi cabeza. Ni horizonte. Ni tiempo. Solo un vacío quieto, absoluto, indiferente. Y yo, suspendido dentro de él, con cadenas que no podía ver pero que sentía clavarse en mis huesos, en mi alma, en mi memoria.
Cada latido era un golpe. Cada respiración, un sacrificio. Y cada pensamiento una tortura. Porque no me habían arrancado la conciencia. No me habían quitado la capacidad de sentir. Me la habían dejado intacta para que ardiera. Me obligaron a ver. Mi cuerpo atacando al ser que amo más que a mi propia existencia.
Uriel.
Viendo mis manos transformarse en cuchillos contra su piel. Sintiendo mis labios pronunciar palabras crueles que jamás nacerían de mi corazón. Percibiendo el chasquido de mis alas tensas como si fueran armas destinadas a destruir todo lo que mi alma veneraba. Yo era una prisión.nYo era un templo profanado desde adentro. Y aún así él se quedó ahí..No huyó. No levantó un brazo para defenderse. No me temió.
Me amó.
—Perdóname —mi voz salió temblorosa. No sé si hablé o pensé, no sé si mi boca se movió en la realidad o solo en mi mente— Uriel… perdóname…
Silencio. Luego, algo más profundo que cualquier abismo. Una voz sin boca, sin respiración, sin calor.
El amor es su ruina. Es tu cadena.
El enemigo..No tenía rostro. No tenía forma. Era un concepto. Una intención. Una presencia. Como un pensamiento oscuro que no era mío, pero que invadía mis venas.
Te hundes por él. Qué patético.
Un tirón invisible..Mi cuerpo allá afuera levantó un brazo. Vi la silueta de Uriel encogerse levemente de dolor..Un sonido escapó de mi pecho. Ni grito, ni llanto; algo más seco, más quebrado.
Si dejas de resistir, dejarás de sufrir.
Ah. Eso era. La oferta que humillaba. La tentación más cruel: la paz a cambio del abandono.
—Nunca —escupí. Mi voz era cristal roto— Nunca lo dejaría.
Las cadenas se apretaron. No alrededor de mis muñecas. Alrededor de mi corazón.
Sentí carne espiritual desgarrarse. Sentí mi voluntad sangrar. Sentí mi alma agotarse como si me arrancaran pedazos enteros con cada resistencia. Quise gritar. Mi garganta no respondió. Quise llorar. Las lágrimas no existían en ese lugar. Pero lo que sí existía era él. La imagen de Uriel cayendo de rodillas sobre las ruinas. La forma en que mi nombre escapó de sus labios como si fuera su última plegaria.
Amor mío.
Esas dos palabras eran mi universo. Mi razón. Mi raíz. Y duele querer tanto. Duele hasta volverse insoportable.
Él no puede salvarte. Tú no puedes salvarlo.
—Nos salvaremos juntos.
¿Prefieres ser destruido?
—Prefiero morir en su luz que vivir en tu sombra.
Un temblor. Como si el vacío hubiera retrocedido. El enemigo no tenía forma pero sentí su furia: helada y antigua.
—Uriel no está hecho para rendirse —susurré— Y yo tampoco.
…él sangra por ti.
—Entonces sangraremos los dos. Pero no te pertenecerá jamás.
Las cadenas vibraron. Y justo cuando la desesperación rozaba ese punto en el que la mente empieza a romperse sentí algo. Una pulsación extremadamente tenue. Como el roce de un dedo en mi mejilla. Como un beso de luz. No visión. No memoria. Presencia.
Uriel.
No en palabras. No en imágenes. En esencia. Una chispa de calor recorrió mis grietas, mis heridas, mis miedos..Una promesa sin sonido:
Estoy aquí.
Y por un momento, respiré. Incluso en el vacío. Incluso atado. Incluso roto.
Reviví.
Yo, que tantas veces quise destruirme por no ser digno de él yo, ahora, quería vivir solo para regresar a su abrazo. No para ser fuerte. Para ser merecedor.
—Uriel —susurré—. Espérame…
Las cadenas volvieron a tironear, rabiosas. La oscuridad intentó tragarse esa chispa. Pero ya no era solo mía. Uriel me había dejado un fragmento de sí. Un voto. Un lazo. Un hogar dentro de mi pecho.
Y yo juré no dejarlo extinguirse. Aunque el dolor quisiera quebrar cada parte de mí. Aunque el enemigo intentara borrar su nombre de mi alma. Aunque el silencio gritara que no había salida. Sigamos vivos.
Por él. Por nosotros.
Y entonces, sin aviso, una fisura diminuta de luz se abrió en la nada. Blanca. Rosa. Dorada. Y un susurro atravesó el universo silencioso:
Te encontraré.
No era amenaza..Era promesa..La promesa del arcángel que había desafiado a la muerte. Y yo, con el poco aire que tenía, sonreí. Aunque doliera. Porque amarlo era mi guerra. Y también mi victoria. En algún lugar, muy lejos el enemigo abrió los ojos dentro del vacío que usurpaba..Una sola palabra ardía ahí, quemando su esencia como veneno:
Uriel.
Y por primera vez el enemigo sintió miedo.