La Promesa Del Ángel

El Día en que la Luz Lloró

La panadería amanecía tranquila, como el latido suave de un corazón enamorado. Uriel estaba en el mostrador, decorando una torta con crema y pétalos rosados, sus alas plegadas con calma, su sonrisa tan luminosa que parecía bendecir cada respiración del lugar.

Asmodeo, con su delantal harina y ojos celestes cargados de amor tranquilo, lo observaba desde la máquina de café. La paz era un lenguaje que ambos hablaban sin decir palabra alguna. Hasta que el aire se quebró. Como si la realidad hubiese sido rasgada por una mano divina. Un resplandor descendió no dulce, no solemne: inevitable.

Miguel.
Gabriel.
Rafael.

Y detrás, sin forma aún, el peso del cielo mismo. Asmodeo dio un paso adelante, su instinto protector endureciendo sus facciones.

—No —murmuró, su voz quebrando la quietud— No.

Uriel sintió el temblor del cosmos antes que nadie. Sus manos temblaron, la manga pastelera cayó al suelo, la crema tiñó la madera como una lágrima blanca.

—Hermanos… ¿por qué…? —susurró.

Miguel avanzó. Ojos llenos de misericordia y dolor, como quien sostiene la espada que jamás deseó levantar.

—Uriel, la tierra ya no puede retenerte. Tu misión terminó. Debes regresar.

El corazón de Uriel dejó de latir. Las flores que había estado formando quedaron incompletas.

—Yo… mi misión… está aquí. —Sus dedos buscaron los de Asmodeo— A su lado.

Asmodeo entrelazó sus manos. Dos almas aferrándose al mundo que habían elegido. Rafael cerró los ojos, su voz compasiva pero inexorable:

—No te corresponde elegir esta vez, hermano. Si te quedas, la balanza se rompe.

—Déjenlo —gruñó Asmodeo, alas elevándose— Él es mío, y yo soy de él.

Pero la luz se movió antes que el amor pudiera levantar defensas. Gabriel extendió la mano, voz temblorosa:

—Uriel, perdóname…

El poder celestial lo envolvió. Primero como calor. Luego como fuego perfecto, blanco, puro, absoluto. Uriel gritó. No de dolor físico, sino por el desgarramiento del alma..Cada recuerdo de Asmodeo era un hilo dorado quemándose uno a uno como estrellas apagándose en un cielo que no deseaba amanecer.

El primer beso.La primera vez que lo llamó mi amor. El pan amasado entre risas
Las noches donde el universo parecía pequeño solo para ellos

Todo fue arrancado..En su mente comenzó a formarse otra luz. Una más pura..Más antigua. Más obediente. Su esencia brillaba pero no en amor humano. En obediencia divina..Asmodeo gritó, desesperado, aferrándose a él.

—¡No se lo lleven! ¡No se lo lleven!

Rafael colocó una mano sobre su pecho para apartarlo, porque si lo tocaba lo quemaría.

—No te castigamos, Asmodeo —susurró— Protegemos el orden que tú ayudaste a romper y a reconstruir. Uriel lloraba, pero ya no sabía por quién. Sus lágrimas eran cristal puro, desprendidas de un corazón que solo recordaba amar al cielo.

—¿Quién… eres…? —susurró, mirando a Asmodeo sin reconocerlo.

Ese fue el golpe definitivo. Asmodeo se desplomó. Aulló como si su alma hubiera sido desgarrada, como si nunca hubiera tocado la luz, como si la eternidad le hubiera sido negada otra vez. Luzbel lo atrapó antes que cayera al suelo, su rostro devastado.

—No mires —murmuró, voz temblando— No lo mires irse así. No lo soportarás.

Uriel fue elevado por la luz, su cuerpo rodeado de alas ajenas, su alma reconfigurada sus ojos ahora tranquilos, puros, vacíos del amor que lo había humanizado.

Se despidió del mundo sin saber que se despedía. La panadería quedó en silencio. Asmodeo quedó de rodillas, vacío, muerto en vida. Y entonces Luzbel tomó una decisión que sólo un ángel arrepentido y redimido podría tomar:

—Perdóname, hermano… pero si él ya no debe recordar, tú tampoco.

La luz irisada de Luzbel invadió los ojos de Asmodeo, suave pero definitiva..Un borrado no violento, sino tierno. Un acto de misericordia cruel. Asmodeo exhaló, y su amor se deshizo como niebla al amanecer..No olvidó la emoción pero olvidó el nombre que la había creado.

Sus ojos se abrieron en confusión, vacíos de Uriel y del fuego que los unió. Y mientras los cuatro arcángeles ascendían, cruzando las nubes como juramento sellado, Luzbel lo sostuvo de pie. Su voz fue un murmullo grave, decidido, afilado por la verdad:

—El enemigo volverá.

Asmodeo respiró hondo, perdido.

—¿Qué enemigo?

Luzbel lo miró con esa mezcla de amor fraterno y dolor eterno.

—El único capaz de convertir la luz en sombra y la sombra en duda..El único que te desea, no para amarte sino para poseer tu poder.

Asmodeo parpadeó, sintiendo un nombre en la punta del alma pero no recordándolo..El viento sopló ceniza dulce..El cielo brilló lejano. Y Luzbel añadió, con los ojos llenos de guerra por venir:

—Esta vez, Asmodeo tú y yo lo detendremos.
Los dos solos. Porque aunque él haya olvidado tu nombre el enemigo jamás te perdonó a ti.

Y en ese instante, bajo un cielo donde un arcángel olvidaba y otro se preparaba para recordar, la batalla para recuperar la luz del amor o perderlo todo comenzó de nuevo.




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