La Promesa Del Ángel

Ecos de un Amor Que No Recuerda”

La campana de la panadería sonaba cada mañana como si nada hubiera cambiado.

Asmodeo amasaba con las manos firmes, cubiertas de harina, los dedos marcados de grietas por el trabajo humano. Su cabello oscuro caía sobre su frente y la harina dejaba sobre él un halo pálido, como si alguien o algo intentara pintarlo de luz sin que él lo notara.

Los habitantes del pueblo habían vuelto a la vida. Las risas regresaron, los niños correteaban de nuevo frente al ventanal, y el aroma a pan recién hecho llenaba el aire como un abrazo cálido. Pero Asmodeo despertaba cada día con el mismo vacío inquietante en el pecho. Una sensación de que alguien le faltaba. Y cada noche esa ausencia ardía.

—Otra hornada lista —anunció, volteándose hacia el fondo.

Sentado en su mesa habitual, como si fuera parte del inventario, Luzbel hojeaba un libro sin realmente leerlo. Sus cabellos dorados, largos y brillantes, parecían robarle luz a las lámparas del local. Sus alas no estaban desplegadas los humanos no podían verlas pero la sombra de ellas se intuía en cada gesto suyo.

No era un hombre; era una tormenta contenida en carne. Observó a Asmodeo con ojos dorados, profundos.

—Has tenido sueños otra vez —dijo Luzbel sin apartar la mirada.

No era una pregunta..Asmodeo dejó el pan sobre la mesa y respiró profundo. La voz sonó baja, íntima, como si confesara un secreto ante un altar.

—No son sueños. Son… recuerdos. Fragmentos. Luz… risas. Alas rosadas… —su voz se quebró sin que lo notara—. Una voz que me llama con un amor que duele solo escucharlo.

Luzbel cerró el libro lentamente.

—Lo estás sintiendo —murmuró—. El alma reconoce antes que la mente.

Asmodeo lo miró fijamente, con los ojos temblando entre furia y esperanza.

—Pero no veo un rostro —confesó— No puedo recordarlo. Siento su amor como fuego en mis venas… pero mi mente está vacía. ¿Quién era él, Luzbel? ¿Quién… era yo para él?

Un silencio sagrado, casi doloroso, se desplomó entre ambos. Luzbel apartó la mirada.

—Eras amado —respondió con suavidad, casi con envidia— como pocos seres han sido amados desde que las primeras estrellas respiraron luz.

Asmodeo tragó aire como si estuviera ahogándose. Ese amor que no podía nombrar lo estaba destruyendo y salvando a la vez. Cuando caía la noche, el pueblo dormía. Pero Asmodeo no. Salía a las calles silenciosas, donde la neblina se deslizaba entre los faroles y la oscuridad parecía inhalar la esperanza para devolver susurros siniestros.

El enemigo enviaba criaturas deformes, sombras vivientes que se retorcían buscando quebrar voluntades. Y Asmodeo las enfrentaba solo..Sin alas visibles. Sin espada. Sin recuerdos..Sólo con rabia, con instinto, con un poder que despertaba en su pecho como un latido olvidado de un universo anterior.

Su cuerpo humano brillaba por momentos como si la piel quisiera rasgarse y soltar un torrente celeste. Como si el cielo hubiese quedado dormido dentro suyo, esperando un nombre para despertar. Cada demonio destruido dejaba atrás cenizas que se disolvían en el viento. Y cada vez que una sombra moría, una imagen regresaba a él: Una mano sosteniendo la suya bajo luz rosa..Una risa suave. Un susurró cálido en su oído:

Mi amor…

Se detenía. El corazón golpeaba como si quisiera huir de su pecho.

No sabía a quién pertenecía esa voz. Pero sabía algo con certeza absoluta: Había amado a quien la pronunció más que a su propia existencia. Luzbel observaba desde la distancia, oculto entre la oscuridad. No intervenía..No podía. Su castigo no había terminado, aunque su forma angelical hubiese regresado.

Y observar a Asmodeo sufrir a medida que el amor perdido lo resucitaba por dentro….Era parte de su penitencia..Cada lágrima de Asmodeo era un filo que atravesaba el alma del antiguo querubín. Una noche, Asmodeo cayó de rodillas después de destruir una legión de sombras. Su cuerpo temblaba de cansancio. Su alma, de anhelo.

—¿Quién eres? —susurró al vacío, como quien ruega a un dios invisible— Dime tu nombre. Solo tu nombre…

El viento se detuvo. El mundo guardó silencio. Y una sola palabra flotó en la noche, susurrada por su propio corazón:

—Uriel…

La pronunció sin saber por qué. Sin saber lo que significaba. Pero al decirla, sintió como si el universo entero lo abrazara y lo desgarrara al mismo tiempo. La tierra tembló suavemente. Luzbel apretó los puños en la oscuridad, conteniendo un sollozo.

El amor estaba despertando.

Al día siguiente Asmodeo regresó a la panadería. Miró el horno, el pan, las mesas, las sonrisas humanas. Sintió felicidad. Una felicidad profunda pero incompleta. Y en su pecho una certeza naciente, brillante y dolorosa:

Quien lo había amado aún existía..Y lo estaba esperando. En algún lugar. Llorando por él.

Su corazón ardió.

—Encontraré quién eres —susurró—Y cuando lo haga… jamás te dejaré ir de nuevo.

Luzbel bajó la vista, ocultando la humedad en sus ojos dorados.nEn el cielo, muy lejos, Uriel levantó la cabeza sin motivo aparente. Un latido de esperanza atravesó su pecho vacío. Solo un latido. Pero suficiente.

La memoria dormida del amor había comenzado a despertar. Esa noche, mientras Asmodeo dormía, una sombra gigantesca emergió más allá del pueblo. No atacó. No rugió. Simplemente observó la ventana donde Asmodeo soñaba con luz rosada sin saber por qué. Y murmuró:

—Al final él recordará..Y entonces, yo destruiré lo que el amor rehaga.

Sus ojos, abismos sin fondo, reflejaron una furia antigua.

La guerra no había terminado. Solo había cambiado de forma.




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