La Promesa Del Ángel

Entre Carne y Luz

El departamento era pequeño, cálido, cargado de memoria. Las paredes blancas, las cortinas beige, la mesa de madera con marcas hechas por risas, discusiones y mañanas compartidas. Nada había cambiado. Todo estaba igual.

Pero ellos no. Asmodeo cerró la puerta con el pie, sin dejar de sostener a Uriel contra su cuerpo. Nuestros cuerpos encajaban como si jamás hubiesen sido separados, como si el universo entero hubiera sido creado solo para ese abrazo.

—No te voy a soltar —susurró Asmodeo, voz ronca, casi peligrosa por la intensidad del sentimiento.

Uriel no respondió con palabras. Sus dedos se aferraron a la tela de la camisa de Asmodeo, como si necesitara asegurarse de que él era real, de que la carne bajo sus manos no era un sueño causado por el dolor de su ausencia. Su respiración se quebraba, suave, rápida, vulnerable.

Asmodeo rozó su frente con la de él, cerrando los ojos como quien vuelve a su hogar después de atravesar mil batallas.

—Estás temblando… —murmuró.

—Porque te sentí morir sin mí —respondió Uriel con un susurro quebrado— Porque mi cuerpo recuerda tu amor más que mi mente, y cada fibra de mí aprendió a necesitarte.

Asmodeo tragó duro. Su abrazo se volvió más firme. Su mano en la cintura de Uriel lo atrajo más, como si aún temiera que lo arrancaran de sus brazos. Uriel soltó una exhalación temblorosa cuando los dedos de Asmodeo ascendieron lentamente por su espalda, casi reverentes.

—Déjame sentirte —pidió Uriel, sin voz, solo con el alma.

Asmodeo rozó su mejilla, sus labios, su cuello, sin romper el contacto, sin prisas, como si acariciara algo sagrado. Porque lo era. El arcángel se arqueó, una onda de emoción pura recorriendo su cuerpo rosado, brillante, sensible, diseñado para amar y para ser amado. Para Asmodeo, su divinidad no era distancia. Era destino.

—No tienes que ser fuerte conmigo —susurró Asmodeo, dejando un beso suave bajo la oreja de Uriel— No quiero un arcángel invencible… quiero a mi Uriel. El que tiembla. El que siente. El que me elige.

Uriel apretó los ojos, dejando que una lágrima tibia corriera por su mejilla. No era tristeza. Era alivio. Un alivio tan feroz que dolía.

—Mi cuerpo —murmuró Uriel, respirando hondo— está aprendiendo a vivir otra vez. Pero mi piel… mi piel recuerda tu nombre mejor que mi memoria. Y te llama. Cada segundo. Como si fuera fuego.

Asmodeo sonrió apenas, como si ese dolor fuera una bendición.

—Entonces déjame apagarlo —susurró contra sus labios sin besarlos— Quiero calmar cada parte de ti, Uriel. Cada miedo. Cada herida. Cada vacío que te dejaron.

Uriel entreabrió los labios, como quien está a punto de caer y no le importa.

—Prométeme… — susurró apenas — que no me dejarás jamás.

Asmodeo apoyó su frente en su pecho, respirando su luz.

—No podría aunque quisiera —dijo con una voz que temblaba de verdad— Mi alma fue hecha para sostener la tuya. Mis manos para tocarte. Mi existencia… para amarte sin descanso.

Uriel tembló. No de fragilidad. Sino porque ser amado así era demasiado para un ser celestial. Asmodeo deslizó su mano por su mejilla, bajando hasta su cuello, deteniéndose justo donde la piel parecía brillar de amor contenido.

—Ven —dijo suavemente—. Déjame tenerte cerca esta noche. No como un guerrero no como un arcángel… sino como el hombre que ama.

Uriel levantó la vista, ojos húmedos y brillantes.

—Yo soy tuyo —dijo. No como promesa. Como verdad.

Asmodeo lo guió al sofá, no para reclamarlo, sino para sostenerlo..Se sentaron..Uriel quedó sobre él, abrazándolo como si su cuerpo entero suplicara calor, protección, contacto, vida..Sus dedos se entrelazaron. Mirada en mirada. Respiración mezclada.

No hubo prisa. Solo reencuentro. Una caricia lenta. Otra. Un beso en la sien. Un suspiro que se convirtió en ruego. Uriel apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el corazón de Asmodeo..Ese ritmo terrenal..Ese latido humano. Ese latido suyo. Y sus alas brillaron apenas, envolviéndolos como un manto sagrado y humano a la vez.

No necesitaban más. No esa noche..No aún. Solo estaban reaprendiendo a respirar juntos.

En otro lugar…

Luzbel caminaba bajo el cielo nocturno, libre por fin..No como castigo..No como caída..Sino como decisión..Sus alas, aún bañadas en arcoíris, se plegaron con calma. Su aura era de paz y poder antiguo. Observó la ventana del departamento donde Uriel y Asmodeo estaban, donde dos almas se abrazaban para volver a ser completas.

Sonrió..Su castigo había terminado. Ahora era el guardián de su felicidad. Por amor. Por deber. Por destino. Y cuando el viento trajo una vibración oscura desde la distancia, como una amenaza que aún respiraba. Luzbel levantó su mirada hacia la noche y habló con firmeza:

—Que vengan. Esta vez no tienen a ninguno de nosotros debilitado.

Su luz se encendió como un amanecer en la oscuridad.. En la penumbra, una voz antigua susurró:

El amor los hace fuertes..Eso significa que aún puedo destruirlos.

Y el cielo tembló porque la guerra no había terminado. Pero tampoco el amor.




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