La Promesa Del Ángel

Donde Descansa la Luz

El silencio de la noche abrazaba el pequeño departamento, como si el mundo hubiera decidido contener el aliento para no interrumpirlos. La ciudad dormía, ignorante del regreso de un amor que alguna vez había cambiado los reinos, el cielo y el abismo.

Uriel estaba sentado sobre las piernas de Asmodeo, sus alas plegadas tras él como un manto rosado y cálido. La luz suave de la lámpara bañaba su piel como si fuera nacida del amanecer mismo. Sus dedos se aferraban a la camisa de Asmodeo, temblorosos, como quien ha regresado de la muerte y aún teme desaparecer si pestañea demasiado fuerte.

Asmodeo rozó su mejilla con la yema de los dedos, lento, devoto.

—No sabía que iba a doler tanto perderte —susurró— Y aún así… no sabía cuánto más podía doler vivir sin recordarte.

Uriel bajó la mirada, con ese temblor silencioso que solo los ángeles conocen cuando el alma les pesa demasiado.

—Yo… sentía el vacío —murmuró— Pero no sabía qué faltaba. Solo sabía que era algo sagrado. Algo que me había sido arrancado. Y que mi alma lo había amado más que a la eternidad.

Asmodeo le sostuvo el rostro con ambas manos.

—Ese “algo” era yo —dijo con una sonrisa triste— Y te prometo, Uriel, que no habrá fuerza en la creación que vuelva a separarnos.

Uriel cerró los ojos, un sollozo silencioso escapando de su pecho. No era tristeza. Era alivio. Era amor desbordándose hasta casi romperlo. Asmodeo lo atrajo hacia sí. Uriel dejó caer su frente sobre el hombro de su amado, respirando hondo, empapándose del aroma que solo él tenía: cálido, humano, y sin embargo divino para él.

El roce de sus narices. El suspiro compartido. Las manos en la espalda, trazando memorias sobre piel viva..Nada apresurado. Nada físico en exceso. Solo piel que reconocía piel. Almas reencontrando su hogar.

—Uriel —susurró Asmodeo cerca de su oído— déjame ser tu descanso esta noche. No tu batalla. No tu deber. Tu descanso.

Los dedos del arcángel se curvaron sobre la tela de su camisa.

—No sé cómo… —admitió, frágil como cristal puro.

Asmodeo no lo soltó. No lo apuró. Solo lo sostuvo, respirando con él.

—Entonces déjame enseñarte —susurró con ternura feroz— Amar también es descansar. Y yo puedo sostenerte mientras aprendes.

Uriel lo miró entonces. Y su mirada ya no era la de un guerrero celestial. Era la de un ser que había sido amado tanto que dejó de temer caer. Sus labios se rozaron, apenas. Un soplo. Una promesa. El beso no fue apresurado ni ardiente. Fue lento. Profundo. Un beso que curaba grietas y reunía fragmentos. Un beso que decía no estás solo y no te irás de nuevo”.

Cuando se separaron, Uriel apoyó la cabeza en el pecho de Asmodeo, cerrando los ojos. Sus alas rosadas envolvieron a ambos, como un capullo de luz cálida. Asmodeo pasó los dedos por su cabello, lento, como quien sostiene un sueño precioso.

Así, entre respiraciones suaves, susurros y caricias que no buscaban despertar el fuego sino apaciguar el alma, Uriel se quedó dormido en los brazos del único ser capaz de sostenerlo sin que se quebrara. Esa noche, Uriel no fue arcángel..No fue héroe, ni mártir, ni destino. Esa noche, fue amado. Y quiso vivir.

Mientras tanto…

En la calle silenciosa, bajo faroles antiguos y sombras de árboles altos, Luzbel caminaba solo. Su abrigo negro ondeaba como plumas en la brisa nocturna. Sus ojos dorados brillaban con un fulgor que ninguna oscuridad podía apagar. Las alas, aún plegadas, parecían latir con un poder que despertaba, capa por capa.

Su expresión era serena. Demasiado serena. Una vibración recorrió el aire. Sombras espesas rasgaron la realidad, y cinco demonios emergieron, deformes, crueles, con ojos como pozos sin fondo. Uno de ellos siseó:

—Tu luz está incompleta, Luzbel. Tu poder murió hace eras. Ya no eres nada más que un recuerdo quebrado....

No alcanzó a terminar..Sin siquiera mirar en su dirección, Luzbel levantó la mano derecha, como quien aparta el polvo de un libro antiguo.. Un gesto..Nada más. El aire se iluminó con un destello silencioso. No hubo explosión..No hubo gritos..Los cinco demonios simplemente desaparecieron..No ceniza. No restos. No lamento. Nada.

Solo un ligero perfume de ozono, vibrando en el aire. Luzbel bajó la mano y siguió caminando, sin pausa, sin cambiar la expresión. Una rosa blanca floreció a sus pies donde antes había oscuridad. Y fue entonces cuando habló al viento, con voz baja, afilada y serena como un juramento sagrado:

—Yo estoy de regreso. Y esta vez, no estoy solo.

Muy lejos, en un lugar donde la luz no llega, algo se agitó. Una grieta. Un suspiro profundo..Un susurro venenoso:

Entonces seré yo quien rompa lo que ama.
Si la luz vuelve, la oscuridad también aprenderá a amar para destruir.

La guerra no había terminado. Pero la luz tampoco.




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