Asmodeo estaba frente a la computadora, revisando cosas sin importancia: horarios del horno, listas de ingredientes, nombres de nuevos clientes. Distracciones humanas para un corazón que aún temía perder lo que había recuperado.
Mientras tanto, Uriel cayó más profundo en el sueño. Y allí lo estaba esperando. Primero fue un murmullo. Lejano. Frío. Como un viento que raspaba dentro del pecho. Luego vino la oscuridad. Un espacio sin dimensiones, sin suelo, sin luz. Un vacío absoluto donde solo latían dos cosas:
—Tu amor. Tu culpa…
Una figura se formó ante él. No humo, no sombra: carne retorcida de luz robada, piel que parecía contener galaxias muertas, y ojos blancos como lunas sin alma.
—¿Creíste que podías tener paz? —susurró el enemigo, su voz reptando sobre la piel de Uriel como hielo vivo— ¿Amor? ¿Un hogar? ¿Pan y manos tibias?
El mundo tembló. Un susurro cortó el aire:
Todo lo que amas será mío.
La presencia se acercó, lenta. Demasiado lenta. Como si disfrutara cada milímetro de tortura. Uriel intentó moverse. No pudo.
Sus alas se desgarraron desde adentro, como si dedos invisibles tiraran de ellas para arrancarlas raíz por raíz. Un dolor agudo, imposible, lo atravesó, ahogándolo. Uriel gritó, pero no salió sonido alguno.
—No puedes salvarlo —dijo la voz— Ni al querubín arrepentido, ni al príncipe redimido. Y lo mejor es que tú lo sabes.
Uriel cayó de rodillas. No había suelo. Sin embargo cayó. Porque el dolor lo obligó. Una mano oscura, gélida, envolvió su rostro.
—Tus lágrimas serán mi corona.
El enemigo acercó su frente a la de él y le susurró:
Y cuando él vuelva a suplicarme piedad será tu culpa.
Uriel sintió su espíritu contraerse. Como si su luz se apagara desde el centro. Un sabor metálico llenó su boca: miedo. Un miedo que no había sentido ni en el abismo. El enemigo hundió su otra mano en el pecho de Uriel y tiró de su alma como si arrancara hilos de luz.
Uriel gritó..Ahora sí sonó. Un desgarrador sollozo de un ángel que conoce la desesperación. El mundo soñando pareció quebrarse..Fuera, en la calle, Luzbel se detuvo. La luna refulgió como si temiera. Sus pupilas se estrecharon. Sintió la punzada. Un latido oscuro, profundo, que arañó su esencia más antigua. El enemigo estaba dentro. Dentro de Uriel.nOtra vez.
Luzbel elevó la mirada hacia la ventana del departamento. Sus alas, que en forma humana estaban ocultas, vibraron bajo la piel, deseosas de emerger. Sus dedos brillaron de dorado. Una lágrima de furia contenida cruzó su mejilla.
—No… — susurró con una voz que temblaba de un poder casi olvidado— No volverás a tocarlo.
Extendió la mano hacia arriba y un estallido silencioso, puro, ascendió desde él como una plegaria convertida en rayo. Una luz poderosa no divina, sino nacida del libre albedrío de redimirse atravesó paredes y sueños, desgarrando la sombra que oprimía a Uriel. En el sueño, la figura oscura se quebró como vidrio negro. Uriel despertó jadeando, empapado en sudor, con lágrimas corriendo por su rostro, una mano en el pecho donde el eco del dolor persistía.
—Uriel… ¿Uriel? —Asmodeo corrió desde la mesa, tropezando con la silla al levantarse.
Lo sostuvo, le tomó el rostro, temblando.
—Amor, dime que estás aquí… mírame, mírame. Soy yo, estoy contigo.
Uriel buscó aire como un niño que casi se ahoga y encuentra la superficie. Su cuerpo tembló; sus alas surgieron sin querer, rosadas y brillantes, pero crispadas de pánico.
—Está de vuelta —susurró, con la voz quebrada— Entró en mí. Asmodeo, yo… yo sentí que me arrancaba el alma.
Asmodeo lo abrazó de inmediato, fuerte, como si quisiera fundirse con él..Sin preguntar. Sin exigir explicaciones. Solo sosteniendo.
Desde la calle, Luzbel exhaló con alivio pero su mirada era fuego.nOjos dorados llenos de una furia antigua, furia santa. El enemigo había cruzado una línea. Había tocado lo que ni el Cielo ni el Infierno tenían derecho a tocar. Luzbel levantó la vista hacia las estrellas. Y prometió sin pronunciar palabra.
Si vuelve a entrar en su sueño, yo entraré en su pesadilla.
Le dio la espalda al cielo y caminó hacia la oscuridad, como quien decide que ya no habrá misericordia. Arriba, Uriel temblaba todavía, aferrado a Asmodeo como si fuera lo único real. Y quizá lo era.
—No volverá a tocarte —prometió Asmodeo, con un tono que jamás había usado antes.
Uriel lo miró, ojos húmedos pero encendidos.
—Lo sé —susurró— Porque no estoy solo.
Esa noche, mientras Uriel intentaba dormir otra vez, algo pequeño brilló en su pecho.
No luz. No oscuridad. Una pluma dorada. Pequeña. Ardiendo como una chispa divina. Pero esa chispa no pertenecía al cielo..Era demasiado libre. Demasiado rebelde. Demasiado viva.. Y desde algún lugar fuera del tiempo, una voz murmuró:
Si quiere guerra la tendrá.
Era Luzbel. Y no sonaba como un ángel. Ni como un demonio. Sonaba como lo que había sido antes que ambos. El primero que desafió. El primero que amó. El querubín renacido. El mundo no estaba preparado para lo que venía.