La Promesa Del Ángel

Arco Del Tiempo I

Antes Del Quebranto

El olor a pan recién horneado todavía flotaba en el aire cuando el infierno decidió volver.

La panadería estaba llena: risas bajas, cucharitas sonando contra las tazas, harina suspendida como polvo dorado en la luz de la mañana. Uriel sonreía, dejando la bandeja de medialunas en el mostrador. El sol entraba por los ventanales, y por un instante el mundo parecía digno, cálido, vivo. Asmodeo le pasó un brazo por la cintura mientras servía café.

—Podrías dejarme ayudarte —murmuró Uriel, bajito.

Asmodeo sonrió sin mirarlo, como si solo su proximidad fuese suficiente para vivir.

—Tú amasas con el alma —respondió—. Yo… solo sigo tu ritmo.

Luzbel, sentado en la mesa del fondo con un libro abierto, los observaba por encima de las páginas. Esa paz, ese dulce cuadro, era algo que pocos seres en la historia del universo habían presenciado. Esas sonrisas no eran humanas: eran eternas, eran sobrevivientes, eran amor después del abismo.

Y fue ahí, en ese minuto perfecto, donde la ruptura comenzó. Primero, fue un parpadeo extraño en la luz. Un latido gris, casi imperceptible..Luego, la taza que sostenía Uriel tembló..Los vidrios vibraron.

El pan se agrietó en la bandeja. Y un silencio nauseabundo cayó sobre la calle, como si el mundo hubiese contuvo la respiració por miedo. Asmodeo dejó caer la jarra de café. El líquido caliente tiñó el suelo como sangre recién derramada..Luzbel cerró su libro con fuerza y se levantó de golpe.

—No. —Su voz era un filo de hielo— No hoy.

Uriel sintió cómo su pecho se cerraba, no por dolor humano, sino por un presentimiento celestial tan poderoso que casi lo derribó. Y antes de comprenderlo, antes siquiera de exhalar, el mundo se quebró. El cielo se volvió oscuro como carbón ardiente. Las farolas estallaron con chispazos eléctricos. Las sombras se movieron, no siguiendo cuerpos, sino buscando dueños. Y la voz surgió, profunda, húmeda, como si naciera desde la sangre de cada piedra:

Volvieron a respirar. Y yo no terminé con ustedes.

Asmodeo sintió un tirón en su interior.
Como una mano hundiéndose directamente en su alma. Se aferró al borde del mostrador, los ojos abiertos en un terror que no era suyo, pero que lo atravesaba. Uriel trató de alcanzarlo, pero un muro negro etéreo, vivo y brutal se interpuso. Un solo centímetro se volvió infinito.

—No… —Uriel golpeó la barrera, desesperado— ¡No te atrevas!

Las luces de la panadería se apagaron todas a la vez. La gente comenzó a gritar, cayendo de rodillas como si una ola invisible los aplastara..Luzbel dio un paso adelante, su aura brillando como un sol sofocado.

—Dámelo a mí —pronunció, cada palabra vibrando como una campana divina— A él no lo tocarás.

La risa que respondió no pertenecía a ninguna criatura creada por la luz o la oscuridad. No era risa. Era algo roto, un hueso quebrándose, un corazón oxidándose.

Él será tu castigo, Querubín. Y tu memoria.

Asmodeo se arqueó, un grito desgarrado salió de su garganta. Sus alas celestes destellaron, retorcidas, como si una fuerza invisible las estuviera desgarrando desde adentro. Uriel sintió su corazón astillarse.
No podía respirar. No podía moverse.
La impotencia era un ácido quemando su espíritu.

—¡Déjalo! —su voz no fue humana, fue un rugido luminoso que hizo temblar el vidrio roto en el piso— ¡Déjalo a él y tómame a mí!

Las sombras se retorcieron con placer.

Ya te tomé la vez pasada, Purificador..Esta vez quiero otra cosa: Quiero tu repetición.
Quiero tu caída desde adentro.

Y entonces lo vio. Asmodeo estaba llorando. Sin voz. Sin poder. Sin permiso para moverse. Sus ojos buscaban los de Uriel, rogando sin palabras:

No dejes que vuelva a ser ese monstruo. No me dejes perderte. No otra vez.

Uriel estrelló sus manos contra la barrera hasta sangrar.

—¡Lo prometí! ¡Te prometí que jamás volverías a caer! ¡Te prometí que no estarías solo!

Pero la voz lo cortó en seco:

—Entonces sufre la promesa, arcángel..Sufre verla romperse.

Las sombras entraron a través del corazón de Asmodeo, no por violencia, sino como un amante que reclama su beso prohibido. Un segundo. Una respiración invertida. Y los ojos de Asmodeo esos ojos que habían amado más que cualquier sol se apagaron. No en odio. Peor. En vacío. En nada. En obediencia sin alma.

El cuerpo de Asmodeo se relajó..La espalda recta, el rostro inexpresivo, la energía apagada como una llama sofocada bajo agua.. Y cuando habló, su voz era hueca, ajena, muerta:

—Uriel.

Solo eso..Tu nombre como sentencia. Uriel tembló. Todo su ser tembló..Luzbel avanzó un paso, alas encendidas en un espectro blanco-iridiscente.

—Asmodeo, escucha mi voz. Recuerda quién eres.

Pero el enemigo habló desde el cuerpo que robó:

—Él recordará. Cuando sea demasiado tarde.

Los ventanales explotaron en pedazos..El viento arrastró las cenizas de las flores, de los panes, de los suspiros.

Uriel sintió que su mundo, ese pequeño mundo que había elegido sobre el universo entero, era desgarrado en sus manos. Y entonces, un último detalle…

Asmodeo levantó la mano y, suavemente, acarició la mejilla de Uriel. Una caricia mecánica, triste, fantasmal. No había odio..No había amor..Había ausencia. Y esa ausencia fue peor que cualquier grito. Uriel susurró, con la voz rota:

—No me olvides.

Los ojos vacíos parpadearon una vez, como si algo, muy lejos, intentara regresar. Pero no regresó. El enemigo habló desde dentro de ese cuerpo amado:

—Bienvenido al principio del fin, Uriel ¿Romperás el mundo para salvarlo o lo dejarás romperse a él?

Y Asmodeo desapareció entre las sombras, tragado por la oscuridad llevándose consigo todo el aire, toda la luz, toda la esperanza. Uriel se desplomó, gritando en silencio..Y Luzbel, con los ojos brillando de ira contenida, murmuró:




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