La Promesa Del Ángel

Arco Del Tiempo IV

Inquebrantable

Silencio.

No el silencio del vacío, ni el de la desesperación previa a la caída. Un silencio limpio, puro, cortante como una espada recién forjada. Así se sentía Uriel ahora.

Ya no había garganta apretada. Ya no había ese nudo de carne y luz que siempre lo hacía temblar ante el nombre de Asmodeo. Ya no había miedo. Había claridad absoluta. El lago ilusorio desapareció y la oscuridad que lo rodeaba se volvió cristal. El Hueco jadeó, sorprendido, como si hubiese mordido hierro ardiendo.

—¿Qué… hiciste?

Uriel abrió los ojos. Eran un sol frío. Un amanecer que no necesitaba calor para dominar el mundo.

—Elegí —respondió.

Y su voz, por primera vez desde la creación, no tembló. Apareció en la tierra sin transiciones dramáticas; simplemente estuvo ahí. Calles devastadas. Ceniza suspendida. Ventanas rotas. Un mundo que había sido un hogar y ahora solo era testimonio de que incluso los arcángeles sabían perderse.

Asmodeo estaba de rodillas en el centro de la plaza, exhausto, sometido por la última presión del enemigo. Sus alas celestes, ennegrecidas. Sus manos en el piso, temblando. Alzó la mirada. Y vio a Uriel.

Esperó el abrazo.
Esperó el grito.
Esperó la súplica.

Esperó el amor desesperado que siempre había visto en esos ojos rosados, luz inquebrantable incluso en el abismo. No encontró nada..Solo serenidad y distancia.

—Uriel… —la voz de Asmodeo se quebró, como vidrio viejo.

El arcángel lo miró sin crueldad. Sin rabia. Sin pena tampoco. Solo verdad.

—No renunciaré a lo que soy —dijo Uriel—. No por ti. No por nadie. No por el mundo. Soy un arcángel. Soy purificación. Soy luz eterna. Ser humano nunca fue mi camino.

Asmodeo retrocedió como si cada palabra fuera una daga clavándose entre sus costillas.

—Pero… tu amor por mí…

—No termina —lo interrumpió Uriel—. Lo llevaré conmigo más allá del tiempo y la materia. Pero amar no es caer. Ni perderse. Ni traicionarse a uno mismo.

El enemigo soltó una risa desgarrada, quebrada, eufórica.

—Míralo, Asmodeo. Ni siquiera necesitaba hundirte para perderte. Te dejó por voluntad propia.

Uriel giró el rostro hacia la esencia oscura que flotaba sobre la ciudad, y por primera vez, habló sin dolor, sin necesidad, sin súplica. Solo autoridad divina.

—No vuelvas a usar mi amor como arma. Ni mi misericordia como debilidad. Amar fue mi regalo. Mi deber es más grande. Y yo cumplo. La oscuridad retrocedió.

El Hueco, por primera, vez desde su nacimiento pareció temer algo. Luzbel descendió del cielo como un meteoro dorado..Sus alas prismáticas renacidas, imponentes brillaron con mil colores que quemaron la tierra y la sanaron a la vez. Su mirada pasó de Uriel a Asmodeo y volvió a Uriel. Y entendió. No hubo juicio en sus ojos. Solo aceptación dolorosa.

—Asmodeo —dijo Luzbel en un susurro casi humano— Levántate. No te humilles. Él eligió su camino. Tú debes caminar el tuyo.

Asmodeo quiso hablar pero la voz no le salió. Solo un sollozo escapó de su pecho. El enemigo lo soltó, su energía disolviéndose como humo sin forma.

—Ya no sirve —gruñó la sombra— Cuando el amor deja de ser sangre, deja de ser herramienta.

Asmodeo cayó hacia adelante, pero Luzbel lo sostuvo con un brazo firme. Uriel no fue hacia él. Ni un paso. Solo elevó la mano. Y su luz explotó. El enemigo gritó. No como un monstruo. Como un dios que, por primera vez, comprendía la derrota. Uriel voló, giró, lanzó fuego divino sin una sola vacilación.

Pureza absoluta.
Sentencia.
Final.

Luzbel se unió a él. Hermoso. Terrible. El querubín que había caído y regresado más fuerte que nunca. Sus alas desplegaron una tormenta que quebró el aire, el cielo y el abismo al mismo tiempo. Juntos, fueron universo. Justicia. El enemigo fue despedazado. No dispersado arrancado de la existencia. Sus restos espirituales temblaron, buscan­do huir.

—No más —sentenció Uriel.

Luzbel extendió la vasija sagrada.
El sello del Padre brilló en su superficie. La oscuridad fue tragada. Sellada. Silencio..Paz. El cielo empezó a sanar. El aire vibró. La tierra respiró. Asmodeo, aún temblando, levantó la vista hacia Uriel. Su voz fue un hilo roto.

—¿Por qué… no era suficiente? ¿Por qué no fui suficiente para quedarte… conmigo?

Uriel lo miró..Dios, cómo lo amaba. Pero el amor no siempre es posesión. Y no siempre es unión.

—Porque amar no es perderse —dijo— Y yo no fui creado para perderme. Fui creado para guiar. Y tú para sentirlo todo… incluso esto.

Un suspiro quebrado escapó de los labios de Asmodeo.

—¿Volverás… algún día?

Uriel no mintió. No consoló. No ofreció promesas vacías para aliviar una herida sagrada.

—Cuando tu alma pueda caminar a mi lado, no detrás de mí ni delante de mí..Cuando seas mi igual, no mi refugio. Entonces sí.

Asmodeo bajó el rostro. Una lágrima cayó al suelo y quemó la piedra como fuego santo.

—Pero ahora —terminó Uriel— debo irme.

Uriel abrió sus alas. Una brisa celestial barrió la plaza. Cada pluma brillaba con poder antiguo e inamovible. Se elevó sin mirar atrás..Luzbel observó en silencio..Asmodeo cayó de rodillas otra vez, pero esta vez sin cadenas, sin enemigo sin excusas. Solo con su corazón desnudo… roto… y libre al mismo tiempo. Mientras Uriel ascendía, Luzbel susurró a Asmodeo:

—Ahora empieza tu verdadero viaje. Él eligió ser eterno. Tú debes elegir ser digno.

En el cielo, Uriel aterrizó..Sereno. Absoluto. Completo. Pero en el instante en que su pie tocó la luz eterna. Una voz profunda, antigua, indómita resonó en su alma:

Elegiste tu eternidad pero él elegirá su ascenso.

El universo entero vibró. Y por primera vez desde su renacimiento.la certeza de Uriel tembló.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.