La Promesa Del Ángel

El Eco Antes de la Creación

El cielo vibraba.

Una ondulación silenciosa recorrió las columnas de luz infinita como si una gigantesca campana hubiera sido golpeada en el corazón de la creación. El coro eterno pausó. Las alas dejaron de batirse. El tiempo contuvo el aliento.

Uriel permaneció de pie sobre la vasta extensión blanca del Empíreo, observando la grieta que serpenteaba en la distancia como una cicatriz oscura sobre un lienzo perfecto.

No era el enemigo que había enfrentado. No era sombra, ni tiniebla demoniaca, ni siquiera corrupción celestial.

Era algo anterior. Un rumor antiguo. Algo que existía antes de los nombres. Antes de los himnos. Antes de los primeros latidos de luz. Y él lo sintió en su alma como un murmullo que rozaba la memoria colectiva de los ángeles:

He vuelto.

Un susurro sin lengua. Un lenguaje sin sonido. Una existencia sin forma. Uriel entrecerró los ojos, el resplandor rosado de sus alas expandiéndose hasta iluminar el horizonte celestial. El brillo no era agresivo. Era un instinto puro de defensa. Una promesa silenciosa de juicio.

—Esto no es oscuridad común —murmuró Miguel, a su lado.

Rafael y Gabriel lo flanquearon, cada uno emanando una luz distinta: Sanación, resolución, poder.

—No es oscuridad —corrigió Uriel sin apartar la vista del horizonte— Es origen. Algo que nunca debería haber respirado nuevamente.

El silencio posterior fue pesado. Épico. Como si los cimientos mismos del cielo estuvieran escuchando.

El Mensaje del Padre

Un destello dorado cruzó el firmamento.
Luzbel apareció flotando a unos metros, sus alas arcoíris extendidas, su belleza intensa y temible como una estrella a punto de estallar.

No era el demonio arrogante de antaño.
Ni el ser quebrado por el dolor..Era lo que quedaba del primer querubín: glorioso, imperfecto, libre y aún castigado por su propia historia. Sus ojos se abrieron apenas cuando una vibración recorrió su pecho. Un susurro divino. No palabra. No orden. Revelación.

Luzbel tembló. Su mano derecha se apretó contra su corazón. Una lágrima ardiente oro líquido descendió por su mejilla. Uriel lo miró. No preguntó. Ángeles así no preguntaban; entendían. Luzbel exhaló lentamente. Cuando habló, su voz era grave, desacostumbrada a sonar humilde:

—El Padre habla. No a ustedes. Solo a mí.

El cielo entero pareció inclinarse. Gabriel bajó la mirada. Rafael cerró los ojos, aceptando la voluntad divina. Miguel mantuvo su postura firme, como una muralla viva. Y Uriel… Uriel simplemente escuchó.

—Me fue mostrado —continuó Luzbel— que esto no es una fuerza del Caos común.
Tampoco es un mensajero caído.

Sus alas vibraron, cada color encendiéndose como un arco iris sanguíneo.

—No es enemigo del Padre. Ni criatura. Ni hueste antigua.

Pausó. Y dijo, con una reverencia que ninguno había visto en eones:

—Es algo anterior a Dios.

Un estremecimiento recorrió el cielo entero. La palabra anterior jamás había sido pronunciada allí.

Miguel dio un paso adelante, espada en mano, instinto puro.

—Eso es imposible —dijo, aunque su propia luz temblaba— Nada antecede al Padre.

Luzbel lo sostuvo con la mirada..Sus pupilas brillaron como soles fragmentados.

—No hablo de un ser rival..Ni de potencia contraria. Hablo de un residuo..Un eco de antes de que el Padre eligiera ser Amor.

El silencio se volvió insoportable.

—Una memoria de lo que existía cuando no existía bien ni mal. —Luzbel bajó la mirada— Cuando solo existía ser.

Uriel inhaló.. Su luz fluctuó, como si un viento cósmico agitara su fuego interno.

—¿Por qué regresa ahora?

Luzbel cerró los ojos, sintiendo de nuevo el latido divino que aún permanecía en él.

—No regresa. Nunca se fue. Solo estaba dormido, esperando una ruptura en el alma de lo creado.

Uriel lo entendió. Y cuando lo hizo, su expresión cambió.

El enemigo había usado a Asmodeo. Había quebrado el tejido entre el cielo y la tierra.
Había dejado una fisura.

Y en esa fisura algo antiguo despertó.

No odio.
No ambición.
No venganza.

Una existencia que no entiende el amor y por eso lo amenaza. Uriel dio un paso adelante. La rosa luminosa de su aura se volvió más intensa, rosa que ardía como un amanecer sangrado sobre mármol celestial.

—Entonces velaremos —declaró—Prepararemos.

Luzbel alzó la vista hacia él. Sus ojos ya no cargaban soberbia, sino una convicción tranquila que parecía esculpida con fuego divino.

—El Padre dijo que habrá una sola batalla —susurró Luzbel— Una decisiva..Una que definirá el sentido mismo de existir.

—¿Cuándo? —preguntó Gabriel, su voz pequeña por primera vez.

Luzbel observó las estrellas.

—Cuando ese eco encuentre un nombre.. Y un cuerpo. Y propósito.

Miguel tensó su jaw, su mano en el pomo de la espada.

—Entonces estaremos listos.

Luzbel negó suavemente.

—No..No estaremos listos.

Sus alas temblaron, irradiando un poder inmenso pero contenido.

—Es Uriel quien debe estarlo.

Los tres arcángeles miraron a su hermano Uriel, cuya luz rosada ahora parecía el borde mismo del amanecer antes del primer día.

Uriel no retrocedió.
No tembló.
No dudó.

Su voz fue calmada, sencilla, como una promesa sagrada:

—Si ha despertado algo anterior al mismo Bien entonces verá algo más antiguo que el miedo.

Su luz fluyó como ríos ascendentes, purificando el aire divino.

—Verá un amor que no se quiebra..Que no pide. Que no teme. Que no se corrompe.

Gabriel sonrió débilmente. Rafael cerró los ojos, confiando. Miguel apoyó su mano en el hombro de Uriel. Luzbel lo observó en silencio, y por primera vez desde la creación, inclinó la cabeza hacia él no como súbdito, sino como igual.

—Entonces, hermano —susurró Luzbel— prepárate.




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