La Promesa Del Ángel

Cuando el Silencio Aprendió a Mirar

El cielo era un océano quieto.

No había viento.
No había canto.
No había movimiento.

Solo el pulso sostenido de la eternidad interrumpido por algo imposible:.Un murmullo que no venía de ninguna voz,
un pensamiento que no pertenecía a ningún ser creado,.una presencia que no existía en ninguna dimensión conocida.

Uriel caminaba a través del Jardín Primordial, donde la luz nacía antes de convertirse en color..Allí, los lirios no tenían pétalos: eran notas suspendidas, blancas, flotantes, como música sin sonido. Cada paso de Uriel dejaba un rastro rosado en el suelo de luz;.la pureza misma desplazándose en forma, obedeciendo solo a su esencia. Y entonces, sin aviso…

Se detuvo.

Las luminiscencias que funcionaban como flores se inclinaron, como si algo invisible las desplazara en un torbellino circular..Un viento inexistente sopló..Pero no era aire. Era intención.

Una conciencia no nacida, no creada, no limitada deslizándose como un pensamiento que el universo había olvidado tener. Uriel cerró los ojos..Y lo sintió.

No estaba frente a él.
Ni detrás.
Ni encima.
Ni debajo.

Estaba en todas partes y en ninguna, como una idea sin forma tratando de recordarse a sí misma.

Tú…

La palabra no era palabra. Era un roce en el núcleo..Un desliz lento. Una antigua memoria recordando lo que significa notar algo..Uriel abrió los ojos..Su aura se volvió como vidrio afilado: hermoso, peligroso, perfecto.

—No tengo miedo de ti —dijo.

Las flores-nota comenzaron a temblar..Una distorsión onduló el espacio, como si la existencia tuviera escalofríos.

Fuerza… nombre… luz…

La entidad tanteaba..Probaba. Aprendía.

Tú rompes lo que debía ser equilibrio…

La voz no era juicio..Era curiosidad primitiva, un animal divino intentando comprender una emoción desconocida. Uriel flexionó las alas, pétalos luminosos desplegándose como fuego suave.

—No rompo —susurró con serenidad mortal— Transformo.

Un destello negro atravesó la realidad de izquierda a derecha como una rasgadura en la tela del mundo. Una vibración más profunda que cualquier sonido conocido sacudió sus huesos, sus alas, su gracia. Y por primera vez, aquello que no tenía forma tomó una silueta.

No era humano.
No era animal.
No era ángel ni sombra.

Era un contorno fluido, un espejo sin reflejo, una memoria líquida que brillaba como mercurio oscuro. Se inclinó hacia él.

Tú eres traba..Tú eres grieta.

—Yo soy voluntad —respondió Uriel.

Te borraré para seguir existiendo.

Uriel sonrió un gesto suave, inexplicable, casi melancólico.

—Si fueras capaz de borrar aquello que ama —susurró— ya me habrías tocado.

Y entonces lo sintió..Detrás de él..Un aura familiar, intensa, peligrosa y cálida.
Un eco de batalla antigua y caída, de gloria y fuego. Luzbel apareció, sus alas en arco iris violento, curva de poder y tono solemne. Sus ojos ardían como soles ocultos bajo agua.

—No lo provoques —advirtió, su voz un filo suave— Aún no tiene nombre y eso lo hace más letal que cuando lo tenga.

Uriel no parpadeó.
No bajó la vista.
No retrocedió.

—Tampoco retrocederé nunca —respondió.

Luzbel suspiró. Un suspiro que arrastraba eras y mundos, orgullo y amor fraternal.

—Eso mismo te hizo casi morir una vez —murmuró— No repetiré ese error contigo.

Y extendió la mano. La luz de ambos chocó y el paisaje se fracturó como vidrio azul. El Jardín Primordial desapareció.

Entrenamiento del Querubín

Fueron arrojados al Vacío Puro un espacio sin forma donde los ángeles entrenaban con lo no existente..Luzbel alzó la mano. Su poder se retorció, creando esferas de energía brillantes como meteoros miniaturizados.

—El enemigo no lucha —dijo— Deshace.
No piensa en términos de victoria o destrucción. Solo en ser.

Las esferas se lanzaron hacia Uriel..Uriel giró. Sus alas cortaron la no-materia, su cuerpo moviéndose como un pétalo arrastrado por una tormenta divina.

Cada impacto creó constelaciones y las destruyó al instante.

—Tu luz es hermosa —susurró Luzbel mientras atacaba sin pausa— pero la belleza no derrota a aquello que no sabe lo que es mirar.

Uriel jadeó. Su gracia ardía. El movimiento de sus brazos creaba geometrías de luz que resonaban como campanas infinitas.

—No necesito que me tenga miedo —gruñó, cada palabra un rayo— Solo necesito que entienda que existo.

Luzbel sonrió. Una sonrisa como un eclipse al revés, luz dentro de la oscuridad.

—Esa frase es el principio del amor… y también del juicio.

El Susurro del Padre

El vacío se detuvo. Todo cayó en silencio.

El tiempo dejó de fluir..La luz dejó de vibrar.
Incluso Luzbel quedó inmóvil, suspendido en una reverencia silenciosa sin saber por qué su cuerpo obedecía. Una brisa suave imposible, porque allí el viento no podía existir.tocó el rostro de Uriel.

Y entonces lo escuchó. La voz más antigua y más joven. La que había creado la vida. La que nunca gritaba porque no necesitaba ser oída para ser verdad.

Hijo mío.

Uriel sintió su pecho abrirse, su luz temblar, su alma recordarse.

No luchas solo..No caerás. No se te arrebatará lo que amas.

El corazón de Uriel se tensó..Un latido rosado se expandió desde él como ondas en un lago eterno.

Pero aún no puedes tenerlo.

Silencio. Dolor. Resignación pura.

Primero debes aprender qué significa existir sin él. Y después sabrás amar sin perderte.

Uriel cerró los ojos, un brillo húmedo en sus pestañas radiantes.

—Lo haré —susurró— Porque todo lo que soy proviene de Ti.

La voz del Padre se volvió brisa cálida.




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