El cielo estaba en silencio..No uno solemne..No uno divino. Era un silencio frágil, expectante, como si todo lo creado contuviera la respiración por un único instante suspendido entre dos eternidades.
Uriel sintió el temblor primero. Un estremecimiento en su alma, suave pero profundo. Como el primer destello del amanecer a través de una ventana helada.
Como una nota musical perdida que de pronto encuentra su melodía original. Su pecho ardió. Sus alas rosadas, recogidas, vibraron apenas, y sus dedos se crisparon con una emoción que aún no tenía nombre.
Hasta que lo sintió más claro: Él estaba regresando. La luz familiar. El calor amado. La presencia que su alma conocía mejor que su propio reflejo. Asmodeo. El viento del cielo tembló. La luz se arqueó, como si se inclinara ante alguien que merecía su respeto.
Y entonces él apareció. Mezcla de humano y divino. Belleza tan vibrante que rompía la quietud. Sus alas ya no solo celestes, sino un océano vivo de turquesa, blanco y destellos de plata se extendieron lentamente, como si recordaran cómo abrazar el cielo. Sus cabellos oscuros cayeron sobre su rostro perfecto, y al levantar la vista, sus ojos buscaron a Uriel con urgencia devota, con hambre de reencuentro, con miedo y esperanza mezclados en un solo latido.
—Uriel… —susurró.
Un nombre dicho como oración..Como alivio.
Como regreso. Uriel sintió que el mundo se abría bajo sus pies, pero él no cayó. No podía. Porque la luz lo empujó hacia adelante, porque su corazón ya había corrido antes que su cuerpo. No caminó..No voló. Corrió. Corrió como quien encuentra aire después de haberse ahogado. Como quien atraviesa vidas para volver a tocar la única piel que importa.
Asmodeo ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar cuando Uriel chocó contra él, brazos rodeándolo, alas envolviéndolo, respiración deshecha y temblor en cada fibra. Se abrazaron con desesperación y ternura. Como si quisieran sentirse en cada pluma, en cada músculo, en cada latido..Asmodeo esbozó una risa rota, ahogada por el llanto que no pudo contener.
—Pensé… pensé que nunca volvería a tocarte —admitió, voz quebrada contra el cuello de Uriel.
Uriel cerró los ojos, hundiendo su rostro en el hombro querido.
—Nunca debiste dudarlo.
—Uriel —susurró él, apretando más fuerte, como si temiera que el paraíso pudiera arrebatárselo otra vez— Prométeme que no que no volverás a dejarme. Que no te irás.
Que no sacrificarás nuestro amor, ni por el cielo, ni por la eternidad.
Uriel separó apenas su rostro, lo suficiente para mirarlo directo a los ojos. En ellos vio miedo. Pero también fuerza. Y amor. Un amor tan feroz que parecía capaz de incendiar los cielos y calmar los abismos al mismo tiempo. Uriel rozó su mejilla con los dedos, suave, paciente, como si estuviera tocando un milagro que llevaba siglos esperando recuperar.
—Nunca volveré a dejarte —dijo despacio, claro, sellando cada palabra con un suspiro tembloroso— Ni por el cielo. Ni por el padre.
Ni por el destino. Mi lugar es donde tú estés.
Los ojos de Asmodeo se llenaron de lágrimas, no oscuras, no dolorosas luz líquida cayendo sobre su piel renacida. Sus dedos se agarraron a Uriel con reverencia, como si temiera romperlo y a la vez necesitara demostrar que estaba ahí, de verdad ahí.
—Tengo miedo —confesó, voz baja y sincera— Miedo de perderte otra vez..De no ser suficiente. Miedo de mí mismo..Pero más miedo tengo de un mundo donde tú no existes para mí.
Uriel sonrió, una sonrisa leve, suave, casi humana.
—No tienes que temer eso jamás —respondió—mSi el cielo intenta separarnos, romperé el cielo. Si el destino decide alejarnos, lo desafiaré. Y si la eternidad nos pone pruebas te atravesaré hasta encontrarte en cada una.
Asmodeo soltó una risa temblorosa, mezcla de alivio y adoración pura.
—Uriel…
Uriel acercó su frente a la suya. Sus alas volvieron a envolverlos, creando un santuario de luz rosada y turquesa. Un nido celestial solo para ellos dos, donde nada podía entrar. Donde la eternidad era un susurro y el amor, una verdad indestructible.
—Mi amado —murmuró Uriel— Mi compañero. Mi eternidad.
Asmodeo cerró los ojos, respirando hondo, absorbiendo cada palabra como bendición, como promesa, como juramento divino y humano a la vez.
—Mi todo —respondió él, voz rota, voz plena— Mi Uriel.
Por un largo momento solo respiraron juntos, latiendo al mismo ritmo, dejando que el silencio hablara por ellos. Un silencio lleno. Un silencio que dolía y curaba a la vez. Un silencio que decía:
Estás aquí. Y yo también.
Y justo cuando el universo parecía querer quedarse para siempre en ese instante perfecto. El cielo tembló..No por amenaza aún sino por anuncio.
Algo inmenso se aproximaba..Algo que venía por ellos. Pero por primera vez en mucho tiempo Uriel y Asmodeo no soltaron las manos. Asmodeo abrió los ojos, escuchando un murmullo lejano en su pecho.
—Uriel…n¿lo sientes?
Uriel asintió, sin miedo esta vez.
—Sí. Que venga. Esta vez estamos juntos.
La luz de ambos se fundió. Y el cielo entero parpadeó como si se preparara para la historia más grande que jamás contaría. Porque este ya no era un regreso. Era el comienzo de la promesa.