La tierra los recibió con una quietud casi sagrada. Como si el mundo supiera que un amor nacido entre el cielo y el abismo había regresado a reclamar su lugar.
Uriel y Asmodeo atravesaron el umbral del departamento donde todo comenzó:
paredes cálidas, aroma a café guardado en la memoria de los muebles, un viejo piano que Asmodeo había encontrado un día y Uriel había amado desde la primera nota.
Nada había cambiado. Pero todo era distinto. Uriel dejó sus dedos recorrer el respaldo del sofá, los libros en la repisa, la cortina donde cierta mañana había entrado un rayo de sol que iluminó el rostro dormido de Asmodeo.
—Esto… siempre fue hogar —dijo Uriel, en voz casi inaudible.
Asmodeo se acercó por detrás y rodeó su cintura, apoyando su frente entre las alas rosadas, cerrando los ojos como si aquel contacto fuera oración.
—Porque estabas tú —susurró—.Y porque ahora estás otra vez.
Uriel sonrió, pequeño, íntimo, una flor abriéndose solo para una mirada..Su corazón ese fuego suave creado para amar infinito ardía.
No por deseo carnal, no por pasión efímera.
Por pertenencia.
Por verdad.
Por destino.
—No me sueltes —pidió Uriel, y Asmodeo obedeció como si ese mandamiento fuera ley divina.
Lo abrazó fuerte, como alguien que sostiene la vida entera entre sus brazos. Y Uriel apoyó su cabeza en su pecho, escuchando el latido que había buscado en sueños y silencios.
Ese latido que era música antes que sonido.
Que era promesa antes que palabra. Así pasaron los minutos. Así se curó lo que el cielo había roto. Así respiraron, juntos, completos, eternos.
Y cuando la noche se volvió cristal y ternura, no hubo urgencia ni fuego descontrolado.
Solo caricias suaves, manos enlazadas, silencios que hablaban y alas entrelazadas como sábanas divinas..Dormir juntos, en paz. Eso era un milagro más poderoso que cualquier cielo.
El aroma del pan recién horneado llenaba la panadería al amanecer.
Asmodeo trabajaba detrás del mostrador, amasando con precisión casi ritual. Uriel, sentado junto a la ventana, leía un libro que en realidad no estaba leyendo: cada página era apenas pretexto para mirar a su amado cada tanto, como si aún no creyera que lo tenía a la vista.
Los clientes humanos entraban y salían, sin saber nada del amor inmortal que se respiraba entre esas paredes. Una niña pequeña se quedó mirando a Uriel con ojos brillantes.
—Señor usted parece un ángel —dijo, con sinceridad pura.
Asmodeo contuvo una risa..Uriel inclinó la cabeza y sonrió con la dulzura que solo un ser de luz puede tener.
—Gracias, pequeña —respondió— Todos brillamos, solo que algunos aún no lo notan.
La niña sonrió y salió corriendo tras un pan dulce, mientras Asmodeo lo miraba con adoración abierta, sin miedo, sin vergüenza. Uriel sintió el pecho ensancharse.
Así debía sentirse un amanecer dentro del alma.
INTERRUPCIÓN CELESTIALLa puerta vibró ligeramente aunque nadie la tocó y un soplo de viento imposible entró al local. Del aire, surgieron tres presencias puras, como columnas de luz:
Miguel, Gabriel y Rafael.
La panadería, por un instante, pareció transformarse en templo. Uriel se puso de pie, calmado, seguro, angelical y humano a la vez..Asmodeo se tensó, no por miedo sino por el recuerdo de haberlo perdido una vez por ellos. Miguel habló primero, solemne:
—Hermano —dijo con la voz que lanza ejércitos y crea amaneceres— Nos alegra verte completo.
Gabriel sonrió con ternura inmensa, como quien mira a un ser muy amado renacer.
Rafael inclinó la cabeza en respeto y afecto, extendiendo una mano sobre el mostrador como si deseara tocarlo todo y curarlo al mismo tiempo..Asmodeo, con el corazón latiendo rápido, se adelantó un paso y entrelazó sus dedos con los de Uriel. Como un hombre. Como un ángel. Como un amante decidido a no soltarse nunca más. Miguel observó la escena. Una pausa solemne. Luego habló, más suave que nunca:
—Esta vez nadie los separará. Ni el cielo, ni la tierra, ni la eternidad.
La luz en los ojos de Uriel brilló como una estrella recién nacida.
—Eso espero —respondió él, con una serenidad que podía doblegar universos.
Gabriel dio un paso adelante, rió quedo y murmuró:
—Padre está complacido.
Asmodeo apretó más fuerte la mano de Uriel. El aire titiló como si las bendiciones fueran gotas de oro suspendidas. Pero Miguel cerró los ojos un instante. Y cuando volvió a abrirlos, su mirada era seria.
—Disfruten este amanecer, hermanos —dijo—Porque la calma siempre es preludio de algo grande.
Rafael añadió, casi en un susurro:
—El enemigo… se mueve otra vez.
Y desaparecieron, dejando un silencio que no era amenaza aún. Pero tampoco paz completa..Uriel respiró profundo. Asmodeo también.
Luego Uriel volvió su mirada hacia él, y con una sonrisa suave, casi traviesa, dijo:
—Entonces tendremos que ser felices a prisa antes de que la guerra vuelva a reclamarnos.
Asmodeo rió, bajito, enamorado, y apoyó su frente contra la suya.
—No importa la guerra —susurró— Mientras estés conmigo, siempre venceremos.
Uriel cerró los ojos..Su corazón habló sin que sus labios lo hicieran:
Te elegí.
Te elijo.
Te elegiría en cada existencia.
El pan seguía horneándose.mLa mañana seguía naciendo..Y por ahora….El amor era rey.
Esa noche, Luzbel se detuvo fuera de la panadería..Miró la ventana iluminada, vio dos sombras que reían y se abrazaban tras el vidrio, y algo extraño cruzó su mirada. Orgullo. Ternura..Y un susurro oscuro que nunca antes había sentido:
—Tal vez mi tiempo de amar también ha llegado.