El cielo siempre había sido cantos, luz y paz.
Pero esa mañana, una brisa helada recorrió los jardines celestiales. Las flores cantoras enmudecieron. Los serafines dejaron de danzar. Las fuentes doradas se detenían como si el tiempo contuviera la respiración.
Miguel levantó la vista al horizonte. Lo vio primero. Un temblor..Un pulso..Un desgarrón en la pureza del firmamento, como uñas rasgando terciopelo divino.
—No… —susurró Gabriel, sintiendo cómo su pecho se apretaba de terror antiguo—
No puede ser.
Pero era. Una grieta oscura se abrió sobre el cielo, y de ella emergió algo que no era forma ni sombra. que no pertenecía a ningún reino, ni angelical ni demoníaco..Era vacío hambriento. Silencio cruel..Un corazón hecho solo para consumir.
El enemigo había encontrado cuerpo..Y no cualquier cuerpo. Una silueta juvenil, cabello blanco como nieve muerta, ojos completamente negros, como pozos que tragaban luz..Un reflejo perverso del hijo perfecto que el cielo jamás tuvo. La presencia era tan fría que quemaba.
—Padre… —murmuró Rafael, con la voz rota, por primera vez temiendo.
Pero el cielo no respondió. El enemigo descendió entre nubes heridas.
Su voz sonó como campanas rotas:
—Les traigo la verdad que su dios teme mostrarles.
Miguel avanzó, espada de luz en mano, rugiendo:
—¡Silencio, intruso!
—¿Intruso? —El enemigo sonrió, sus labios curvándose con un gozo macabro—.Yo nací del primer pensamiento de duda en la creación. Soy la pregunta que Él no quiso responder..El reflejo del amor que negó.
La sombra del hijo que jamás permitió nacer.
Los ángeles sintieron un estremecimiento.
Sus alas temblaron. Gabriel dio un paso adelante, voz firme:
—No eres más que decepción disfrazada de destino.
—¿Oh? —el enemigo inclinó la cabeza—.¿Y quién definió eso? ¿Ustedes? ¿O Él?
Y apuntó al cielo infinito, donde la voz del Padre permanecía en silencio. Miguel apretó la espada hasta hacerla brillar como un sol.
—No blasfemes en Su reino.
El enemigo rió, y cada risa abrió grietas negras en las columnas de luz del cielo.
—Ustedes defienden un cielo que ya no cree en ustedes. Si Él confiara en ti, Miguel ¿por qué no te habló aquel día que Uriel gritó por ayuda?
La espada de Miguel tembló. Rafael jadeó. Gabriel bajó la mirada por un instante. La verdad dolía. Y ese dolor alimentaba la oscuridad.
—Yo no vengo por el cielo —continuó el enemigo, con voz suave, casi luminosa, casi hermosa— Vengo por aquello que puede destruirlo. Vengo por luz que el Padre teme.
Vengo por quien nació para cambiarlo todo.
Miguel retrocedió un paso, comprendiendo:
—Vienes… por Uriel.
—Y por Luzbel —agregó el enemigo, sonriendo con dulzura diabólica— Porque la creación no soportaría verlos juntos bajo Él.
El amor les da poder. Su unión amenaza su trono.
Silencio absoluto. Los ángeles no respiraban. Y entonces la oscuridad habló, dulce como miel venenosa:
—Esta vez, no vengo a tentar..Vengo a reclamar.
Con un gesto de su mano, columnas celestiales se partieron. A lo lejos, serafines cayeron como estrellas apagadas..El cielo lloró luz..Gabriel gritó el nombre de su Padre.
Nada respondió. Miguel apretó la mandíbula, lágrimas de ira en sus ojos. Rafael bajó la cabeza, entendiendo que estaban solos esta vez. El enemigo abrió los brazos como profeta y anunció:
—La primera sangre caerá en el reino más perfecto..El cielo será mi altar..Porque no se destruye lo humano primero sino la esperanza más alta.
Y entonces, desapareció..El cielo quedó temblando..Silencio. Luz temblorosa. Miedo ancestral. Gabriel fue el primero en romperlo, con voz quebrada:
—Uriel. Él va a buscarlo.
Miguel cerró los puños.
—Y Luzbel está con él.
Rafael murmuró, con terror reverencial:
—Amor y caída juntos otra vez. Eso puede destruirnos.
Miguel alzó la mirada, furia sagrada quemando en su pecho.
—Entonces no permitiremos que nadie más toque a Uriel..Ni siquiera el Padre..Porque esta vez lo defenderemos nosotros.
Era traición y lealtad al mismo tiempo..Era amor y rebelión en un solo acto. Era el primer paso hacia una guerra que nadie deseaba pero que nadie evitaría. En la panadería, Uriel cortaba pan y Asmodeo reía con harina en la nariz. El día era tranquilo..Pero de repente, Uriel dejó caer el cuchillo.
Su pecho ardió..Sus alas, invisibles ante los humanos, se tensaron como acero vivo..Sus ojos se alzaron al cielo que ya no era perfecto. Asmodeo lo miró, alarmado.
—Uriel ¿qué sientes?
Uriel no pudo hablar..Pero en sus ojos reflejaba:
El enemigo viene. Y esta vez, el cielo sangrará. Y yo soy el motivo.