Cuando la luz se desvaneció, lo que encontraron no era cielo ni tierra ni infierno.
Era un salón vasto, construido con columnas que parecían hechas de auroras comprimidas, y un suelo negro tan profundo que cada paso resonaba como un latido en un pecho colosal. Al fondo, flotando más que apoyado, había un trono. Un trono sin forma fija, cambiando entre piedra, oro, luz y sombra. Un trono que esperaba dueño, y que nunca debió existir.
Asmodeo tragó saliva. Uriel entrecerró los ojos—no como quien teme, sino como quien ya está leyendo el destino que alguien más escribió.
—Este no es el trono del Padre —murmuró Asmodeo.
—Ni del infierno —respondió Uriel, elevando la voz— No pertenece a nada porque busca crear algo nuevo.
Y en ese instante, la sala respiró. Como un animal despertando..Un murmullo emergió desde los muros, como voces superpuestas, miles de ellas, repitiendo un mismo nombre:
—Ur-El… Ur-El… Ur-El…
Asmodeo apretó su mano.
—Lo están llamando a él —dijo, con un temblor que no era miedo sino furia contenida— ¡Uriel, no escuches! No necesitamos más destinos impuestos.
Uriel no respondió. Su mirada estaba fija en el trono, y por un instante , uno solo, Asmodeo vio algo que le heló el corazón:
Deseo..No deseo de poder..Sino deseo de sentido.
Porque incluso los ángeles más puros, incluso los que aman, pueden sentir la tentación de dar forma al universo según su visión. El aire vibró. Una figura comenzó a materializarse frente al trono. No era el enemigo anterior. No era Belial. Ni Lucifer.
Era algo más vasto, más abstracto, más primordial. Un contorno de luz blanca y negra, pulsando, sin rostro, sin alas, pero con presencia aplastante.
—Has purificado el mal —dijo la voz, que era todas las voces y ninguna— Has restaurado lo que fue quebrado. Has amado más allá del dolor. Ahora toma tu lugar.
Uriel no parpadeó.
—Mi lugar ya lo tengo —respondió— Aquí. Y con él.
Y apretó la mano de Asmodeo más fuerte.
Pero la voz no retrocedió.
—El Padre dio una parte de su luz y una parte de su sombra. Pero jamás dio equilibrio. Ese trono es para quien pueda sostener ambos.
Un escalofrío recorrió el salón..Asmodeo dio un paso al frente, interponiéndose, sus alas turquesa extendidas como un escudo vivo.
—No. Él no fue creado para ser rey. Ni juez. Ni trono. Él es luz que camina, y yo soy su guardián..Uriel no será condenado a otro destino.
Las columnas retumbaron. El trono palpitó.
—¿Lo dices como amante… o como uno que teme perderlo?
Asmodeo apretó los dientes.
—Como aquel que eligió amar libremente..Y quien lo toque tendrá que romperme primero.
Uriel soltó su mano despacio y caminó hacia adelante.nNo para acercarse al trono..Sino para ponerse entre Asmodeo y esa fuerza antigua.
—No habrá rey aquí —declaró Uriel— No habrá nuevo orden. No habrá equilibro construido sobre sacrificio. El universo ya tiene un Padre.
Un silencio. Un silencio que parecía durar siglos y explosiones estelares..Hasta que la fuerza habló otra vez, más suave. Casi como si sonriera.
—Entonces demuéstralo.
La luz estalló en un torbellino. Las columnas se fracturaron como vidrio. El trono se disolvió y renació detrás de ellos, gigantesco, exigiendo elección..Una prueba. Una guerra que no sería de espadas ni fuego, sino de voluntad pura..Uriel extendió su mano hacia Asmodeo.
—¿A mi lado? —preguntó.
Asmodeo la tomó sin dudar.
—Donde tú vayas y aunque me cueste arder.
La sala tembló. El trono rugió como un universo naciendo. Y la luz y la sombra, juntas, los devoraron.
De vuelta en el cielo, Miguel levantó la Gabriel dejó caer la espada. Rafael dejó de respirar un segundo. Todos miraron al horizonte al mismo tiempo. Y vieron dos estrellas mezclarse. Una rosa. Una turquesa..Fusionándose en un blanco imposible y entonces estallando..Miguel murmuró:
—Que el Padre nos guarde.
Luzbel respondió, en un susurro casi reverente:
—Porque lo que está naciendo ya no es ángel. Y no es demonio.
Y Rafael añadió, con solemnidad:
—Es algo que nunca existió antes.
Gabriel cerró los ojos.
—Y el universo jamás volverá a ser el mismo.