La Promesa Del Ángel

Donde muere la perfección y nace lo eterno

El silencio no era silencio..Era un latido antiguo, el eco de algo que nunca había sido creado, porque siempre existió. La luz no era luz. Era un vacío blanco que no iluminaba ni daba forma. Era simplemente nada. Y allí, suspendido en esa nada, Uriel flotaba con el corazón latiendo como un tambor celestial desgarrado. Pero no estaba solo.

A su lado, como sombras sin peso pero con esencia, Asmodeo, Gabriel y Rafael parpadeaban en la irrealidad.
Ni alas, ni cuerpos, ni tiempo..Solo conciencia y memoria. O eso parecía. Un temblor recorrió el no-lugar..Miles de reflejos de Uriel aparecieron alrededor, perfectos y fríos como estatuas divinas.

Gabriel observó, sus ojos dorados brillando con alarma, su ser puro emanando solemnidad y firmeza incluso sin forma física.

—Este lugar no es creación del Padre —murmuró Gabriel— Es anterior.

Rafael, cuya luz siempre había sido medicina y ternura, tembló como si buscar consolar a Uriel pero sin manos para hacerlo.

—No es prueba de destrucción —dijo— Es prueba de voluntad.

Asmodeo se tensó. Su esencia azul brillaba como un corazón desesperado tratando de tomar cuerpo.

—Uriel yo no puedo tocarte. —Su voz se quebró— No puedo sentirte.

Uriel intentó tomar su mano, pero la nada los separó. Ese vacío dolía más que cualquier herida de guerra.

—Estamos juntos —susurró Uriel, aunque su alma sangraba por dentro—. Eso basta.

Pero entonces los reflejos hablaron, un coro de perfección gélida.

—El amor es impureza..La eternidad no necesita compañía..Eras mejor antes de amar. Perfecto antes de elegir un corazón.

Gabriel gruñó, su voz convertida en trueno espiritual:

—¡Silencio! Uriel jamás fue imperfecto.

Los reflejos ignoraron su furia divina, retumbando como un himno muerto. Rafael habló, suave pero firme como luz de amanecer:

—No permitas que definan qué es pureza, Uriel. La curación no existe sin dolor. La luz no existe sin sombra.

Pero las voces crecieron:

—La misericordia es debilidad. La ternura es grieta. La elección te degradó.

La mirada de Uriel ardió. Su voluntad se alzó como un cometa rosado-dorado en el vacío.

—El Padre no me creó para ser perfecto.
Me creó para sentir.

Asmodeo fue una explosión azul no fuerza, no orgullo, sino amor puro y desesperado.

—Y yo para estar contigo —rugió Asmodeo— No soy arcángel. No soy caído. Soy tuyo.

El vacío se fracturó. Una grieta de luz retorcida atravesó el espacio blanco. La entidad primigenia sin nombre, sin cuerpo, sin tiempo susurró desde lo profundo del no-ser:

El amor no pertenece al infinito.

Gabriel avanzó, su esencia encendiéndose como oro líquido.

—Entonces el infinito cambia hoy.

Rafael se colocó junto a él, luz violeta pura y misericordiosa.

—Y nosotros con él.

Uriel se elevó. Su esencia latió como dos estrellas abrazándose. Asmodeo hizo lo mismo, fusionando su ser azul al rosado de Uriel. Los cuatro ángeles brillaron como constelaciones vivas. Uriel habló con voz de arco y espada:

—El amor no me debilitó. Me volvió invencible.

Y el vacío gritó. No con voz. Sino con pánico.

El Cielo Arde

Mientras la luz de los cuatro rompía el no-lugar, el Cielo era un campo de batalla sacro.

Plumas ardientes caían como meteoros.
Espadas de luz chocaban contra sombras vivas. Columnas eternas se astillaban como cristal.

Al frente estaba Miguel, alas escarlatas extendidas, espada ardiente como un sol despierto. A su lado:.Luzbel. Querubín renacido. Alas de arcoíris encendidas, ojos dorados brillando como promesas cumplidas y heridas selladas..El cielo temblaba bajo sus pasos.

—Jamás pensé luchar a tu lado otra vez —dijo Miguel sin girarse.

Luzbel sonrió, feroz como un dios solar:

—Yo tampoco, hermano. Pero la creación aún me pertenece tanto como a ti.

Una oleada de entidades oscuras irrumpió.
Criaturas sin rostro. Ecos del caos primordial. Miguel saltó, destrozándolas con un arco de fuego rubí..Luzbel extendió un dedo. Una sola chispa arcoíris convirtió diez en ceniza celestial.

—Uriel está regresando —murmuró Luzbel, su aura expandiéndose aún más— Lo siento y arde.

Miguel, por un instante, sonrió con orgullo.

—Entonces ganaremos.

Luzbel elevó la mirada, sintiendo un pulso rosado-azul romper el velo del cielo.

—Y no estaremos solos.

El vacío estalló. Y como flores naciendo del colapso del universo, cuatro figuras emergieron al cielo:

Uriel, luz rosada ardiente.
Asmodeo, fuego azul infinito.
Gabriel, oro viviente.
Rafael, violeta curativa.

El enemigo retrocedió, sintiendo pánico por primera vez. Y desde el centro del brillo, Uriel habló con voz que sacudió el Paraíso y los Infiernos:

—Se acabó esconderse..Se acabó temer.
Ahora luchamos como uno.

El cielo tembló..La guerra cambió..Y el amor fue el arma más poderosa jamás empuñada.




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