La noche cayó sobre la Tierra como una cortina rasgada. El aire vibraba con electricidad divina; los edificios temblaban, las luces titilaban y los cielos se abrían como heridas brillantes sobre el firmamento. Del resplandor descendieron Uriel, Asmodeo, Gabriel y Rafael, envueltos en un torbellino de fuego sagrado y alas extendidas.
Sus siluetas perforaron la oscuridad, cayendo como meteoros hasta la ciudad devastada.
Una vez tocaron el suelo, el aire mismo pareció reconocerse en ellos. Todo se detuvo. Ni un sonido. Ni un suspiro del viento..Solo el pulso del poder. Uriel avanzó primero, el cabello dorado danzando bajo la lluvia, las alas rosadas desplegadas como un amanecer violento.
—No hay tiempo —dijo, su voz resonando en la atmósfera— El enemigo está aquí. No en espíritu… sino en carne.
Gabriel miró el horizonte: los edificios se retorcían como si estuvieran vivos. El concreto lloraba oscuridad..Las luces formaban rostros que se desvanecían en gritos.
—Está usando la Tierra como recipiente —murmuró— Como matriz de su nacimiento.
Asmodeo cerró los ojos. Su corazón ardía con un dolor que reconocía: el eco de haber sido alguna vez parte del abismo.
—Puedo sentirlo..Quiere recrear lo que destruyó: una forma. Un cuerpo. Un nombre.
Rafael, el más sereno, tocó el suelo y dejó que su energía violeta recorriera las grietas..El pavimento respondió con un rugido, y de esas grietas emergieron tentáculos de sombra, retorciéndose como raíces desesperadas por devorar vida. Rafael retrocedió, alarmado.
—Está naciendo…
El suelo se abrió en un abismo ardiente..De él emergió una figura humanoide, desnuda de forma, compuesta de humo negro y metal líquido..Los ojos eran espejos..Y en ellos se reflejaba el rostro de cada uno de los ángeles.
Uriel dio un paso al frente.
—Muéstrate. No ocultes tu nombre tras el eco del miedo.
La criatura sonrió..Una sonrisa que no era humana.
—No tengo nombre —susurró—, porque el Padre nunca me dio uno..Solo me llamó lo que sobra.
Su voz hizo vibrar los edificios. Los vidrios se quebraron. El cielo parpadeó. Asmodeo apretó los puños, su aura celeste transformándose en una tormenta.
—No te atrevas a pronunciar su nombre. No eres su creación.
El enemigo rió, un sonido seco, hueco, como cadenas arrastradas por piedra.
—Soy el resto de su obra. El polvo que rechazó cuando modeló la luz. Yo soy el error y ustedes, su culpa.
Uriel desenfundó su espada luminosa. Una hoja rosada, vibrante, cuya energía hacía que el aire se encendiera a su paso.
—Entonces hoy, error, serás redimido en fuego.
El enemigo abrió los brazos y los cielos gritaron..Miles de demonios, nacidos de su sombra, emergieron del abismo: cuerpos deformes, alas de humo, ojos sin pupilas..El rugido colectivo estremeció el planeta.
Gabriel levantó su lanza dorada.
—¡Por el Padre!
Rafael extendió su báculo.
—¡Por la vida!
Asmodeo se interpuso al frente de Uriel, extendiendo sus alas turquesa como escudo.
—Y por el amor que te liberó del infierno.
Uriel sonrió, feroz. Su espada se encendió como un amanecer en plena noche.
—Entonces que el cielo descienda.
La Batalla
El suelo se partió..El cielo cayó..Y el choque fue el principio del fin..Uriel cortaba demonios con la velocidad de la luz, sus alas destellando como relámpagos rosados..Cada golpe era una sinfonía de fuego celestial. Gabriel avanzaba entre ruinas, su lanza atravesando diez enemigos en una sola embestida..Rafael lo cubría, curando sus heridas con un simple roce, su energía violeta repeliendo la oscuridad. Pero el enemigo no sangraba. Solo se multiplicaba.. Por cada sombra que caía, dos más emergían. Asmodeo gritó, su voz un rugido de trueno.
—¡Uriel, detrás de ti!
Una garra negra casi lo alcanza, pero Uriel giró y la desintegró en una explosión de luz.
—No permitiré que esta tierra arda de nuevo.
El enemigo caminó entre ellos, inmutable. Su cuerpo tomaba forma cada vez más definida. Cabello de humo. Piel de ceniza. Ojos como espejos rotos.
—Puedo sentirlo —dijo con voz dual, masculina y femenina al mismo tiempo—.Me están dando forma con su miedo. Cada emoción, cada recuerdo, cada amor me alimenta.
Uriel se lanzó hacia él con un grito, atravesando su pecho con la espada. Pero no hubo sangre. Solo un estallido de luz negra que arrojó a los cuatro ángeles por los aires.
Asmodeo cayó a los pies de un edificio derrumbado. Gabriel se estrelló contra una cruz rota..Rafael, herido, cubrió a los civiles que aún respiraban. Y Uriel cayó de rodillas, su espada temblando. El enemigo se acercó, lento, seguro.
—¿Lo ves, Uriel? Incluso tú puedes caer.
Uriel lo miró con furia pura, pero el enemigo alzó la mano y mostró algo imposible. Un rostro. El suyo. Era otro Uriel. De alas grises. De mirada vacía.
—No necesito destruirte. Solo tengo que mostrarte lo que realmente eres.
El silencio fue absoluto. Hasta que una voz, suave pero inquebrantable, rompió la oscuridad:
—Eso no es él.
Asmodeo se levantó, su cuerpo brillando como una aurora azul. Sus alas se abrieron, protegiendo a Uriel, y su mirada se encendió con amor y rabia.
—Uriel no es vacío ni sombra. Es fuego. Y yo soy su reflejo.
Rafael y Gabriel se unieron a su lado..Los cuatro formaron un círculo de luz: rosa, azul, dorada y violeta. El aire comenzó a arder, no con calor, sino con esperanza.
El enemigo retrocedió un paso. Uriel se incorporó lentamente, su espada temblando.
—Tú tomaste forma de mí. Pero olvidaste algo, abismo. Yo no lucho solo.
Los cuatro arcángeles y el antiguo príncipe caído unieron su poder. Una esfera de luz se expandió desde ellos, quemando el aire, purificando la sombra. El enemigo gritó, distorsionado, su forma física deshaciéndose.
—¡No puedes destruirme! —rugió—.¡Yo soy lo que queda cuando el amor se apaga!